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Por Alejandra Dandan Desde Villa Gesell Llegué y me encontré un restaurante al lado y una casa nueva terreno por medio. Espero que no se les ocurra ahora poner un local de videojuegos. Dice Silvia, que vuelve a acomodarse en la reposera armada en el único balneario de Mar de las Pampas, ocho kilómetros al sur de Gesell. Es médica. Hace seis años conoció con Luis este vértice, donde la Villa se hace puro terreno de médanos y bosques de pinos. Hace seis años, ese costado de Gesell que une Mar de las Pampas y Mar Azul era poco más que un poblado. Ahora son las dos playas de más crecimiento inmobiliario y turístico. En Las Pampas se construyen entre treinta y cuarenta casas por año y es el lugar donde el brillo televisivo de Cariló se invoca como modelo invertido. Desde aquí, Villa Gesell busca venderse ascética y exclusiva. Nueve kilómetros más de recorrido sobre arena, hacia el sur, Mar Azul se proyecta como densa zona comercial. Allí las inmobiliarias que hace tres años tenían dos casas en alquiler hoy tienen setenta. El crecimiento es furia. Y los viejos pobladores alejados de prácticas comerciales lo detestan. Luis es técnico y antes de instalarse en Las Pampas había conocido esta zona de Gesell por trabajo. Pocos sabían entonces de este lugar: Aquí no había inmobiliarias. Fuimos a la Villa y nos costó encontrar a alguien que tuviese estos terrenos. Casi nadie los tenía en cuenta, no había interés en la zona, se acuerda. Su casa, armada de troncos y de esa estética alemana heredada de los primeros habitantes de toda la Villa, es vecina de uno de los hoteles donde una noche se paga entre 130 y 140 pesos la doble. Desde esa hostería Ludwig, Luis habla de un síntoma que irrita a los pioneros: Hace tres años, cuando arrancamos, éramos cuatro los establecimientos comerciales formaliza: ahora tenés más de quince. La lectura de esa cifra sería otra fuera de las Pampas. Aquí, en cada una de las lomas que van abriéndose entre el bosque, la fábrica de viviendas crece alimentando una línea intrusiva de restaurantes, hospedajes y las más típicas casas de té concentradas en sólo una vuelta de auto: Si en todo Gesell las casas de té una de las atracciones turísticas más fuertes son ahora trece, cuatro de ellas están en Mar de las Pampas, instruye Mónica, de la Secretaría de Turismo local.A tres pesos, Verónica ofrece una de las infusiones de la casa. La fórmula explosiva la hace reír: Lo que más sale es esto con chocolate, leche, helado de chocolate, crema y chocolate rallado. Hace calor y ella no deja la barra, en un saloncito abierto. Detrás, dos cabañas se ofrecen en alquiler. Verónica recomendó ayer una de ellas a la pareja que, montada en un Land Rover, no estaba dispuesta a alojarse en uno de los hospedajes. No es porque no podamos pagarlo, pero al auto yo no lo dejo afuera, había contado la chica. El Land Rover y las fatídicas 4x4 son autos anfitriones en esta zona donde años atrás Pablo Fernández debía recorrer a caballo o jeep los dos kilómetros que separaban su balneario del puesto de guardavidas siguiente. Pablo es el bañero de El Soleado, donde ahora están echados Luis y Susana. El chico, pelo largo y piel tostada, cuenta y dice que son once los años que lleva en el bosque. En todo ese tiempo, Las Pampas conquistó luz propia, teléfono y un bañero cada 80 metros. Un cartel dueño alquila está justo frente al tenedor libre de María Eugenia, ex ejecutiva bancaria, ciudadana de estos páramos con seis años de antigüedad. La casa de comidas está vacía, sólo habitada por un perro que intimida la avanzada. El que eligió el bosque dice la mujer, eligió la privacidad, la calma. Ahora hay mucho comercio y no a todo el mundo le gusta. En ese pedazo de bosque elegido, hace un año ni siquiera existían los dos restaurantes y las cinco casas que la mujer se encarga ahora de contar. María Fernanda y Alejandra salieron temprano desde el barrio norte de la Villa. Discuten en la arena, encantadas de esta zona del bosque que guarda todo un estilo, que no tiene nada que ver con Cariló. Quizá la próxima temporada las dos mujeres tengan instalada allí la carpa de Juan, abogado de Flores que ahora lee en Carabelas, uno de los dos balnearios de Mar Azul. Esto creció mucho, pero mientras Mar de las Pampas está haciéndose con cierta arquitectura esto ya no me gusta: es más berreta, dice Juan. El hombre buscó casa esta temporada en Las Pampas. No tuvo éxito y terminó recalando en la zona popular del bosque.Charly y Victoria dejaron su camioneta doble tracción estacionada en la arena, debajo del único camping en estos territorios. Charly dejó el barcito de San Telmo para repetir aquí ese ritual de vacaciones que lo trae desde hace cuatro temporadas. Esto está cada vez peor, chilla, mientras su chica habla de una manía de consumo que la inquieta: No hay un buen parador, no hay cancha de voley, esto no se moderniza.Desde una inmobiliaria, Lino Abal se acuerda de la época en que se quedaba sin tabaco y debía recorrer kilómetros de médanos y desvíos para llegar hasta la Villa. Y sólo fue hace once años.Ahora la Costa Azul es otra cosa. Por eso el hombre también está un poco complicado. Sobre el escritorio tiene un plano y sobre el mapa marca la frontera urbana del poblado: Son todavía de las primeras familias que fueron dueñas de todo esto, explica. Tanto crecimiento a Abal le suena a intromisiones non sanctas. Todo esto dibuja en el mapa se va a convertir en una villa. A la zona aún no ha llegado la luz y si te fijás cómo históricamente se construyen estos barrios, uno se da cuenta de que es un terreno propicio: fuera de la ciudad y sin luz, ideal para que se instalen.Mientras Don Abal sigue buscando métodos para detener a invasores, del otro lado del bosque, Susana, médica, se enoja por la llegada de la primera inmobiliaria que apareció este año en Las Pampas y por el ruido de las máquinas que, claramente, le disgusta. Lo dice: Aunque me cuesta ir a hacer las provisiones a la Villa, lo prefiero.
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