Por Pablo Plotkin
El recorrido
que va del gimnasio cubierto a la cancha de fútbol de Excursionistas es de apenas unos
siete metros, y en el patio que los divide se amontonan aficionados a la música
electrónica, jóvenes Hare Krishna y chicas con la remera de Turf. En el área grande que
da a La Pampa, en el campo de juego, algunos reciben el atardecer sobre el barro, mientras
sobre el escenario la banda rosarina Carmina Burana se deshace en saltos y electricidad.
En el galpón hay una pequeña feria con stands de budismo, tatuajes, comida vegetariana,
bocadillos hindúes, ropa artesanal. También hay un escenario en el que alternan
performances acústicas, artistas tecno y grupos de percusión. El festival cultural
Espíritu Vivo 2000 convocó a unas 2500 personas entre las cuatro de la tarde
del sábado y las cuatro de la mañana del domingo. Un festival de rock, con la filosofía
krishna soplando en el viento.Estaba previsto que terminara a medianoche, pero un retraso
de unas cuatro horas en el cronograma hizo que El Otro Yo, la banda que cerró todo,
subiera al escenario más allá de las tres de la mañana. La escena final fue bastante
simbólica: Cristian Aldana, cantante y guitarrista del cuarteto, tirándose en
calzoncillos al público, presionado por la organización (a su vez presionada por la
policía) para que dejara de tocar. Les cortaron el sonido, y ellos se las arreglaron
sólo con el retorno. ¿No estamos en democracia?, se quejó la bajista,
María Fernanda Aldana. De los shows anteriores, el de Turf había sido de los más
divertidos, y entre las sorpresas pueden contarse a los new wave Venus, y a la nueva forma
que cobró Actitud María Marta: ahora mezclan su rap con soul, reggae, y el repertorio
incluye una cruza de carnavalito y hip hop. Qué fueron a buscar Los Beatles a la
India, Srila Prabhupada, el sabio del siglo, Explicando la
reencarnación. Los textos incluidos en el programa declaraban la intención
filosófica del Espíritu Vivo. Seguramente la mayoría del público había ido a ver a
las bandas (Lumumba, Cienfuegos, Suárez, Francisco Bochatón, Urban Groove). Algunos
terminaron comprando libros como La perfección del yoga o Viaje hacia el
autoconocimiento, y probando los sandwiches de zanahoria, lechuga y milanesa de soja que
se vendían a dos pesos en el buffet del club, de pronto convertido en una fonda de comida
macrobiótica. El sonido del gimnasio era realmente malo, así que lo mejor era tomárselo
con calma y recorrer el lugar. Después de todo, era más un encuentro social que un
megafestival. Se repartían volantes que denunciaban la crueldad de McDonalds con
los animales, otros a favor de la legalización de la marihuana, súplicas gráficas de
Greenpeace por la supervivencia de las ballenas, y demás. Afuera llovía de a ratos y las
bandas se turnaban a velocidad. Adentro, las hambursojas seguían vendiéndose
(aunque se agotaron rápido), y el grupo de percusión Terrestres salpicaba de tambores el
galpón. Cayó la noche y la opción más convocante, por lejos, fueron los shows al aire
libre. La gente se repartía entre las tribunas, la platea y el césped embarrado. Ya no
llovía, soplaba un viento reparador y era el turno de los grupos más populares que
ofreció el cartel (El Otro Yo, hoy el más popular de todos ellos, convoca a unas mil
personas). Los seguidores avanzaban o retrocedían según quién estuviera tocando,
echaban un vistazo al gimnasio y volvían. Todo en un clima de sobriedad (la impronta
krishna imponía la abstinencia alcohólica) y convivencia ejemplar. Hasta el caos del
final pareció saludable.
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