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Música alternativa y hamburguesas de soja
para los hippies del 2000

En la cancha de Excursionistas, unos 2500 jóvenes participaron de un festival que tuvomucho rock, barro, y estética ecologista.


El grupo percusivo La Chilinga hizo bailar a la gente en Excursio.
También actuaron El Otro yo, Lumumba y Suárez, entre otros.

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Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes)  El recorrido que va del gimnasio cubierto a la cancha de fútbol de Excursionistas es de apenas unos siete metros, y en el patio que los divide se amontonan aficionados a la música electrónica, jóvenes Hare Krishna y chicas con la remera de Turf. En el área grande que da a La Pampa, en el campo de juego, algunos reciben el atardecer sobre el barro, mientras sobre el escenario la banda rosarina Carmina Burana se deshace en saltos y electricidad. En el galpón hay una pequeña feria con stands de budismo, tatuajes, comida vegetariana, bocadillos hindúes, ropa artesanal. También hay un escenario en el que alternan performances acústicas, artistas tecno y grupos de percusión. El festival cultural “Espíritu Vivo 2000” convocó a unas 2500 personas entre las cuatro de la tarde del sábado y las cuatro de la mañana del domingo. Un festival de rock, con la filosofía krishna soplando en el viento.Estaba previsto que terminara a medianoche, pero un retraso de unas cuatro horas en el cronograma hizo que El Otro Yo, la banda que cerró todo, subiera al escenario más allá de las tres de la mañana. La escena final fue bastante simbólica: Cristian Aldana, cantante y guitarrista del cuarteto, tirándose en calzoncillos al público, presionado por la organización (a su vez presionada por la policía) para que dejara de tocar. Les cortaron el sonido, y ellos se las arreglaron sólo con el retorno. “¿No estamos en democracia?”, se quejó la bajista, María Fernanda Aldana. De los shows anteriores, el de Turf había sido de los más divertidos, y entre las sorpresas pueden contarse a los new wave Venus, y a la nueva forma que cobró Actitud María Marta: ahora mezclan su rap con soul, reggae, y el repertorio incluye una cruza de carnavalito y hip hop. “Qué fueron a buscar Los Beatles a la India”, “Srila Prabhupada, el sabio del siglo”, “Explicando la reencarnación”. Los textos incluidos en el programa declaraban la intención filosófica del Espíritu Vivo. Seguramente la mayoría del público había ido a ver a las bandas (Lumumba, Cienfuegos, Suárez, Francisco Bochatón, Urban Groove). Algunos terminaron comprando libros como La perfección del yoga o Viaje hacia el autoconocimiento, y probando los sandwiches de zanahoria, lechuga y milanesa de soja que se vendían a dos pesos en el buffet del club, de pronto convertido en una fonda de comida macrobiótica. El sonido del gimnasio era realmente malo, así que lo mejor era tomárselo con calma y recorrer el lugar. Después de todo, era más un encuentro social que un megafestival. Se repartían volantes que denunciaban la crueldad de McDonald’s con los animales, otros a favor de la legalización de la marihuana, súplicas gráficas de Greenpeace por la supervivencia de las ballenas, y demás. Afuera llovía de a ratos y las bandas se turnaban a velocidad. Adentro, las “hambursojas” seguían vendiéndose (aunque se agotaron rápido), y el grupo de percusión Terrestres salpicaba de tambores el galpón. Cayó la noche y la opción más convocante, por lejos, fueron los shows al aire libre. La gente se repartía entre las tribunas, la platea y el césped embarrado. Ya no llovía, soplaba un viento reparador y era el turno de los grupos más populares que ofreció el cartel (El Otro Yo, hoy el más popular de todos ellos, convoca a unas mil personas). Los seguidores avanzaban o retrocedían según quién estuviera tocando, echaban un vistazo al gimnasio y volvían. Todo en un clima de sobriedad (la impronta krishna imponía la abstinencia alcohólica) y convivencia ejemplar. Hasta el caos del final pareció saludable.

 

 

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