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M

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO Abre los maradonas. Primero uno y después el otro. Ultimamente le cuesta levantarse y la cosa no mejora cuando tuvo un fin de maradona de aquellos. De hecho, se acuerda que la maradona empezó el pasado viernes, que no fue a maradonear y que a su jefe, seguro, su ausencia no le causó ninguna gracia. Decide que todo está perdido, que da igual, que no va a maradonear hoy tampoco. Llama por maradona y la verdad que le cuesta incluso acordarse el número maradónico de la maradona donde trabaja. Atiende el jefe de su maradona, le pregunta qué pasó. Le responde con la primera coppola que se le ocurre. Puede darse cuenta, incluso a través del auricular del maradona, que su jefe no le cree pero acepta. Busca la maradona con la programación de la maradona por cable maradona. Uy, hoy dan una maradona buena, piensa. M, se llama. La dirigió Fritz Lang y poder pensar Fritz Lang le produce el alivio y el placer de gustar una fruta exótica y difícil. La felicidad de poder decir un nombre que no sea Maradona. Entonces se acuerda de que le cortaron el maradona por falta de pago. En momentos así, cuando se siente tan solo y diferente, es cuando piensa en tomarse varios gramos de maradona (esas rayas blancas y ásperas y amargas que lo ayudan a mantenerse despierto y ver todas las maradonas, en blanco y negro o en colores, varias al mismo tiempo en sus varios maradonas porque se compra un maradona nuevo cada vez que cobra el maradona en julio y en diciembre) y en sacar el maradona que hace tantos años le regaló su padre y llegar cualquier mañana de éstas a la maradona donde trabaja y mirar fijo a todos y cada uno de sus maradonas de escritorio de oficina y hacer maradona y maradonear a todo lo que se mueva delante suyo con la furia reglamentaria de quien patea penales hasta el día del maradona final o el final de maradona, lo que suceda primero.

DOS
Ayer su mujer habló en sueños. Es la primera vez que la escucha hablar dormida aunque lleven casados casi veinte años. A su mujer –a quien suele llamar bruja, con cariño y con odio, según el horóscopo y el pronóstico meteorológico– nunca le había oído ese tono de voz mitad odalisca y mitad serpiente sin fakir. Un gemido hembra que le produce un escalofrío entre las piernas y un nudo en la garganta. “Aháhhóna... Aháhhóna”, sisea la muy puta, y él se queda bien despierto pensando “Rivarola... Rivarola... La muy puta se acuesta con Rivarola todos los lunes a la noche cuando yo me voy a jugar al fútbol con los muchachos...” A Rivarola –ese tipo raro de la oficina, el que se la pasa leyendo y a quien su esposa encontró bastante parecido “al actor ese con el pelo raro, el que siempre hace de loco”– no le interesa el fútbol. “Aháhhóna... Aháhhóna”, sigue su mujer y, mirá vos, él que pensaba que Rivarola era puto...

TRES Se pregunta por qué será que hoy, durante el desayuno, su marido la miraba tan raro. Las cosas ya no son cómo eran, es cierto. Sentir que veinte años no es nada es una de esas cosas que pueden sentirse lo que dura un tango. Su hijo viene y le dice que están dando una película sobre Maradona en la tele. Ella le dice que no, que no puede ser, que lo de Maradona va a ser una miniserie producida por Adrián Suar y que todavía no está hecha y más vale que se apuren, piensa ella. O tal vez, quién sabe, estén esperando un gran final para poder escribirlo y que todo quede más redondo. Redondo como una pelota. Su hijo insiste y, al final, ella se deja arrastrar hasta el living. Su hijo tiene siete años y la verdad que siempre le pareció un rematado imbécil. Qué le vas a hacer. Los cromosomastienen un sentido del humor bien raro y “Ahí está Dieguito... Ahí está Dieguito... ¡¡¡Deciles que no lo persigan más!!!” grita el nene. Ella mira la pantalla. Ahí adentro, en blanco y negro, un tipo gordito corre por las calles. Está desesperado y en cada esquina se encuentra con más y más tipos de aspecto siniestro que lo señalan y corren tras él. El tipo gordito tiene una M dibujada en la espalda de su abrigo. ¡¡¡Maradona!!! ¡¡¡Maradona!!!, aúlla el maldito enano que salió de sus entrañas y ahí ella se acuerda de que ayer a la noche soñó con Maradona. En su sueño, Maradona le... Maradona le...

CUATRO Al extranjero le llegan pocas noticias de allá. Un avión que decide que en realidad es un tren y sigue de largo. Unas elecciones. Unos autos de detención para unos militares. No son noticias largas. De vez en cuando –como ahora– llegan noticias de Maradona. Lo mismo de siempre a toda página. A veces, las menos, la imprevista curiosidad de un e-mail donde le cuentan que un tipo, una de estas mañanas de calor en Buenos Aires, fue a su trabajo con un rifle y, después de anunciar que “lo hacía en protesta a que todos los canales de todos sus televisores se hayan maradonizado”, procedió a disparar a quemarropa contra sus compañeros de oficina. Empezó por los que estaban organizando una colecta para “mandarle una pelota de regalo a Dieguito, para darle gracias por todo y hacérsela llegar a la clínica”, relató uno de los sobrevivientes. “‘Ahora van a ver quién es la Mano de Dios’, entró gritando el loco de Rivarola”, agregó. Lee todo eso aquí, lejos, en el invierno de una ciudad donde Maradona dijo que probó la maradona por primera vez; donde hace poco lo vio por televisión como invitado hiperkinético en uno de esos programas de entretenimientos donde los participantes creen que van a ganar, pero siempre terminan perdiendo. Nunca vio a nadie tan parecido a un gol en contra, pensó entonces y piensa ahora y, por suerte, se pone a pensar en cualquier otra cosa.

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