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Por Lola Galán Desde Roma ![]() Virzì, como director novel, y Dino Risi, en su calidad de maestro del séptimo arte, fueron los primeros invitados del diario. Otro director famoso del cine italiano, Franco Zefirelli, se sirvió de una entrevista con el diario francés Le Figaro para despacharse a gusto con la prensa especializada en cine. Deberíamos eliminar a los críticos, afirmó el cineasta y realizador de ópera. Son superficiales, egoístas, atrasados e inútiles, y la mayor parte de las veces hablan de películas que ni siquiera han visto. La semana anterior Bernardo Bertolucci había escrito un texto de reivindicación del maldito por excelencia del cine local, Pier Paolo Pasolini, contestando a una nota de un crítico, del Corriere de la Sera, que lo ninguneaba. Risi afirma haber superado la aversión a la crítica tras años de sufrimiento. Hubo un tiempo, escribió, en que optaba por tomar un tren para no leer los diarios cuando estrenaba una película. Luego, a lo mejor ocurría que me encontraba de frente a un viajero leyendo justamente el periódico por la página donde se publicaba la crítica de mi película, pero como no me conocía y me quedaba tranquilo. Con el tiempo me he ido habituando. Es más, se me ha desarrollado una especie de masoquismo: hoy me fastidia no encontrarme una crítica negativa a propósito de una película mía. Después de todo, un autor es el crítico más exigente de su propio trabajo. Tanto Risi como Virzì se lamentan de la frivolidad que, a su juicio, afecta a los medios gráficos y a la televisión a la hora de informar sobre el cine. Recuerdo, escribió Virzì, que el verano pasado, en el festival de Taormina, apareció un día la modelo Naomi Campbell con su corte de guardaespaldas. Nadie se dio cuenta de su presencia. Al día siguiente los periódicos y la televisión no hablaron más que de ella, y de sus compras. Sobre las películas del festival y las había buenas e insólitas, de todo el mundo, ni siquiera una línea, o un medio plano en la televisión. Virzì considera el episodio no sólo como un ejemplo de frivolidad, sino también como una demostración de la falta de educación de los críticos. No explica, sin embargo, qué hacía Campbell en el festival. Y la realidad es que era invitada por los organizados. Por otra parte, la confusión entre crítica especializada y la prensa de interés general tampoco parece aportar claridad a un tema de por sí ríspido. Risi no considera necesario que las relaciones entre autores y críticos deban ser saludables. Para estimular, una crítica tiene que ser también punzante. Pero dentro de un límite: a veces los titulares de los diarios son insultantes, y a los insultos no queda más remedio que responder. Comprendo muy bien lo que le ocurrió un día a Vittorio Gassman, cuando un crítico se cargó un espectáculo suyo en los años cincuenta. Vittorio se presentó en el diario y la emprendió a golpes con el sujeto. A veces a los golpes hay que responder con golpes. Aunque no es mi caso. Entre los pecados de los críticos, el maestro italiano señala otro, gravísimo: el de proyectar las propias frustraciones en la obra de los cineastas. No olvidemos, señala Risi, que muchos críticos son autores fallidos, querrían que nosotros, cineastas, hiciéramos el film que ellos no saben hacer. Por eso, a los críticos parisienses que publicaron una lista de films que provocan deseos de cambiar de oficio, Risi les hizo una invitación: Cambien de profesión y prueben hacer películas, así se dan cuenta de algunas cuestiones. Eso es lo que hicieron, exactamente, en su momento, los periodistas de Cahiers du Cinema, que dispararon la Nouvelle Vague, hace cuarenta años. Esos periodistas se llamaban Chabrol, Truffaut y Resnais, por ejemplo.
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