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OPINION
Siempre nivelar para abajo
Por Julio Nudler

Como diría Brecht, primero se llevaron a los trabajadores del sector privado, y a los empleados públicos no les importó. Pero ahora amenazan venir a por ellos. Y, por supuesto, nada mejor que un gobierno progresista y un ministro de Trabajo frepasista para realizar la faena más ingrata. En cualquier caso, el cambio final de las relaciones laborales en el Estado sólo era cuestión de tiempo, y en algunos aspectos ya comenzó hace mucho con los agentes en negro y los precarizados vía contrato.
Dado que en el sector privado los salarios vinieron (y siguen) cayendo, los sueldos que paga el Estado, antes inferiores, son hoy alrededor de un 50 por ciento más altos: unos 1200 pesos contra 800 (correspondiendo este número al empleo en blanco, que suele estar mejor pago que el trabajo en negro). La pregunta es por qué ha de pagar mejor el Gobierno que una compañía particular.
De hecho, el sueldo de un empleado público es desembolsado por el contribuyente a través de los impuestos, parte de los cuales recaen sobre las empresas. Por lo que en algún momento los empresarios pueden reclamar que los asalariados del Estado ganen igual que los privados, ya que tanto las retribuciones de unos como las de los otros son un costo para ellos. Antes de que se inventara la convertibilidad, cuando los gobiernos emitían para cubrir parte –mayor o menor– de sus gastos, el sector público podía actuar como una esfera hasta cierto punto ajena a las pautas del mercado de trabajo. Pero desde el momento en que para pagarle a la burocracia hay que recaudar impuestos, no habría justificación para que el Estado-empleador se maneje con una lógica diferente.
Esta igualación no atañe sólo al salario nominal, sino también a las condiciones de trabajo, al régimen de licencias, al horario, al ausentismo. En todos estos aspectos, el deterioro de la situación laboral ha sido tan vertiginoso en el sector privado que el empleo público quedó, más nítidamente que nunca, convertido en una isla de privilegio.
Claro que como toda equiparación, no hay una única manera de lograrla. Por ejemplo: igualar la edad jubilatoria de varones y mujeres no sólo puede lograrse elevando la de éstas. También podría bajarse la de aquéllos, o combinar los dos movimientos. Lo mismo en el caso del empleo: ¿por qué empeorar las condiciones y la paga en el Estado como única fórmula posible?
Se trata, en definitiva, de otro intento de arrojar lastre ante el desequilibrio profundo de la economía argentina que, así como está, navega hacia una crisis inmanejable.

 

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