Por Cecilia Hopkins La obra del
norteamericano Eugene ONeill (Premio Nobel en 1936 y ganador de cuatro Pulitzer)
tuvo su momento de apogeo en Buenos Aires durante los años 30, cuando el movimiento de
teatro independiente se propuso modernizar la escena nacional introduciendo un repertorio
por entonces novedoso, también a nivel internacional (en el Teatro del Pueblo, por
ejemplo, se estrenaron varias de sus piezas). La clave de su aceptación se encontraría
en los temas y ambientes que ONeill elegía para sus obras, afines al gusto local de
entonces. Incluso, hay investigadores que trazan ciertas analogías entre el autor
neoyorkino y Armando Discépolo, analizando dos obras paradigmáticas de ambos autores.
Tanto en El mono velludo, escrita por ONeill en 1922, como en Mateo, escrita por el
hermano de Enrique Santos, en 1923, aparece el mismo destino de frustración en sus
protagonistas. Además, la obra de ambos se caracteriza por desarrollar una temática
social que se concentra en la problemática de los inmigrantes, la miseria y la pobreza
del hombre de la gran ciudad. Dentro de la vasta e importante obra de ONeill, con
clásicos como Viaje de un largo día hacia la noche o El deseo bajo los olmos, la pieza
breve que acaba de estrenarse con la dirección de Carlos Gandolfo en Andamio 90 es una
especie de perla menor. Vertido en un tono porteño y coloquial (palabras como chupi,
bocho, curda o casorio reemplazan la jerga urbana del original), ya desde los avisos que
emite una vieja radio se comprende que la acción ha sido transportada de Nueva York al
Buenos Aires de fines de los 30. Así es como el paisaje de Broadway tan presente en el
original, cede paso a los cabarets de poca categoría y otros tugurios donde menudean las
apuestas hasta la madrugada. La idea es sencilla: cansado y abatido luego de una noche de
poca suerte, Eric (interpretado por Lito Cruz) vuelve al hotel donde se aloja y traba una
larga conversación (prácticamente un monólogo) con el viejo portero nocturno (Oscar
Núñez) que lo escucha esbozando apenas algún comentario. Los dichos del protagonista se
concentran en el recuerdo de Hughie (aquí, Hugui), el conserje anterior fallecido
recientemente y tratará de contagiar su pasión por el azar y las apuestas un
sucedáneo de la vida misma a su interlocutor.Lito Cruz encara el extenso discurso
con el oficio que se le conoce, ajustando las pausas que le impone el ir y venir de los
recuerdos de su personaje. En un tono tal vez demasiado desleído llegan las reflexiones
que el conserje murmura para sí mismo, delatando la frustración y violencia que esconde
tras la mansedumbre que aparenta. Salvando los escasos momentos de humor, el conjunto
mantiene una homegeneidad tal que la acción no tarda en volverse repetitiva. Con todo, es
una de las escasas propuestas de teatro en serio durante la por demás calurosa primera
quincena de 2000.
En homenaje al genial Copi
El actor argentino residente en Francia Marcial Di Fonzo Bo inició el miércoles un
ciclo de presentaciones del espectáculo Copi-un retrato en el Teatro de Abbesses de
París, en homenaje a los dibujos y textos del misterioso y genial artista argentino.
Elaborada por un joven elenco, esta puesta, que combina disfraces, máscaras, proyecciones
y dibujos animados, resulta conmovedora, según opinan los críticos parisinos. Di Fonzo
Bo, de 31 años, no conoció a Copi, pero dice que fue conquistado por la lucidez
política, el humor y la familiaridad con la muerte de su obra. En la obra
prevalecen dos temas: el exilio de los miles de sudamericanos que debieron huir de las
dictaduras militares durante los turbulentos años de la década del setenta y la familia.
Copi, que murió en París, víctima del sida, también escribió obras de teatro. Su tira
más famosa se llamaba La mujer sentada.
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