Por Horacio Bernades
Por una
notable paradoja, ciertas películas fallidas resultan mil veces más interesantes que las
presuntamente logradas, y la historia del cine cuenta con sus propios
clásicos en este rubro. Codicia, por ejemplo. El colosal film mudo de Erich Von Stroheim
debió haber durado ocho horas, pero tras una larga serie de disputas con los productores,
sólo se conoció una versión, mutiladísima, de unas dos horas y media, que es la que
circula hasta el día de hoy. Aun así, es una obra maestra y uno de los grandes clásicos
del cine. Obviamente que a años luz de los ejemplos canónicos en la materia, Antonio
Banderas parecería estar especializándose en el rubro fallidas &
interesantes, desde ya que sin quererlo. Locos en Alabama, su debut como realizador
y actualmente en cartel en Buenos Aires, es un caso agudo de corrección política, padece
de serios problemas estructurales y no le faltan escenas como esa en la que muere un pobre
negro apaleado y al fondo levanta vuelo una paloma. Sin embargo y a pesar de todo, Locos
en Alabama tiene un nervio, un atrevimiento y un sentido visual que la hacen mucho más
interesante que el grueso del cine hollywoodense. Ya como actor, Banderas venía de
participar en uno de los proyectos más largos y malparidos del Hollywood reciente, al que
la crítica y el público estadounidenses, amantes del eficientismo cinematográfico,
terminaron de bajarle el pulgar. Se trata de The 13th. Warrior, que en Argentina se
estrenó en forma casi simultánea con Estados Unidos a comienzos de setiembre pasado, y a
la que tampoco aquí le fue bien. Con el título 13 guerreros, el sello Gativideo la edita
por estos días en video. Buena oportunidad para reparar aquella injusticia y verla como
lo que es: una película incompleta, tal vez un boceto de película. Pero un boceto
magnífico. Conviene repasar la historia de este bello fracaso: la película, dirigida por
el especialista John McTiernan (el de Duro de matar, Depredador, la reciente El caso
Thomas Crown) se basa en una novela de Michael Crichton, uno de los hombres más poderosos
de Hollywood desde que escribió el guión de Jurassic Park. 13 guerreros se rodó en 1998
y su estreno estaba previsto para los últimos meses de ese año. Una hinchazón
presupuestaria al estilo Titanic (pasó de 50 millones a cerca de 120) y disputas cada vez
más públicas entre McTiernan y Crichton (ambos productores asociados de la película)
terminaron con el desplazamiento del realizador por parte del guionista, una severa
reedición (de las dos horas y pico de la versión original a los 100 minutos del corte
final) y un estreno tardío y condenado. En su narración espasmódica y llena de
barquinazos, el resultado evidencia las batallas habidas detrás de cámara. Pero lo que
queda merece verse.Clásico relato de iniciación, lo que aprende el héroe de 13
guerreros es a convivir con el salvajismo. En el siglo X de nuestra era, el noble árabe
Ibn Fahdlan (Banderas) es expulsado por el califa de Bagdad, por un asunto de velos y
polleras. De la por entonces conocida como Ciudad de la Paz, Fahdlan deriva
hacia el mar Caspio, donde traba contacto con un grupo de vikingos, de esos que beben la
sangre de las víctimas. Azarosamente (el guión no es muy prolijo en este punto) será
reclutado junto a ellos, con la misión de defender a un rey nórdico del ataque de los
wendols, a quienes se atribuye una condición no humana. Los wendols devoran a sus
víctimas, y también a los propios caídos en combate. Los trece bravos deberán
enfrentar el propio miedo e ir a buscar a estos devoradores de hombres a su guarida.
Crichton basó su novela en una fuente doble e insospechable: por un lado, los propios
escritos de Ibn Fahdlan, que existió en realidad; por el otro, el Beowulf, antiguo poema
épico enlengua inglesa, con el que Borges supo quemarse las pestañas mil y una noches.
Más que a los films de vikingos, McTiernan un estilista de esos que en Hollywood ya
no se consiguen parafrasea a Los siete samurais, cita al Trono de sangre del propio
Kurosawa (el guerrero atravesado por mil flechas) y equipara a los wendols con los zombies
de La noche de los muertos vivos, haciendo de ellos una amenaza fantasma que ataca en
medio de la niebla y la noche. Entre escenas de batalla que son verdaderas
pièces-de-resistance, 13 guerreros apuesta a la comunicación entre culturas opuestas y
termina redondeando una fábula curiosa. En ella, un grupo de salvajes triunfa sobre
otros, que son mucho más salvajes aún.
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