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OPINION
Diego lo hizo

Por Carlos Polimeni

En un país árabe cuyo rey ha pagado una fortuna por darse el gusto de ver jugar a Diego Maradona, Guillermo Coppola recibe una invitación para comer en palacio. El traductor le recuerda que a la cena en palacio, según una tradición milenaria, no pueden ir mujeres, que es sólo para hombres. Coppola piensa cómo comunicar a Diego la situación y adopta una fórmula natural en la relación: le sugiere que los quieren solos porque acaso haya en la velada... gratificaciones. “Vos sabés, Diego, minas, danza de los siete velos, eso”, insinúa Coppola con su mejor gesto de lobo en celo. Diego piensa por un momento –se sabe, se tienta fácil con lo prohibido– en el sí que le insinúa su amigo y manager. Pero lo descarta, como quien desecha una mala idea. Es que además de su esposa, ha ido con su madre hasta aquel universo de velos y turbantes. “Si la Tota no puede entrar, Maradona no va”, le responde entonces, veloz como el rayo, a un Coppola que como sabía que el no ya lo tenía, intentaba cambiar la historia con picardía criolla. El razonamiento posterior de Diego le llega, fulmíneo: “La Tota no se vino desde Buenos Aires para quedarse afuera de la cena. Si no aceptan, devolvé la plata y volvemos a Nápoli”. Un día después, pasará lo mismo con la ida al estadio, al que jamás en la historia ingresaron mujeres: la Tota y la Claudia mirarán el partido desde un palco. Maradona lo hizo (posible). Maradona abre las puertas de todo: es la persona más conocida del planeta.Maradona es la Argentina, en sus peores y en sus mejores cosas. Es el triunfo de la inspiración sobre el método, pero también del atajo sobre la ruta. Es la desobediencia debida y el descontrol al pedo. Es la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. Es de lo mejor que le pasó a la historia de la Argentina y al mismo tiempo una grieta por la que se filtran las taras nacionales más básicas. Los coros que lo rodean (el de los obsecuentes, el de los hipócritas, el de los amigos de la fama, el de los cruzados de la salud, el de la familia, el del deporte, el de la dirigencia, el de los medios, etc. etc.) no hacen más que subrayar su gigantesca soledad. Maradona es el tipo que puede lograr todo con sólo poner la cara, porque esa cara le recuerda al inconsciente mundial la enorme belleza de su juego, y al mismo tiempo un hombre desesperado que no encuentra cómo domar la bestia que lo habita. Un tipo que duerme solo, abrazado a la almohada, que no puede dejar de ser lo que es ni por un segundo de una vida mucho menos veloz que sus deseos. Es adicto a muchas cosas, entre ellas la cocaína. Pero no responsable de que el mundo, que se sabe, tiene su ombligo en la Argentina, sea tan adicto a Maradona.

 

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