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OPINION
El fruto de la ambigüedad
Por Antonio Skármeta *

El 25 de octubre de 1998, en la primera entrevista de las cien que he tenido que dar sobre el caso Pinochet, opiné ante la periodista Regina Zappa en el Jornal do Brasil: “Creo que a largo plazo, después de muchas negociaciones, podrán soltarlo invocando razones humanitarias, por ser un hombre viejo y enfermo”.No reconstituyo este juicio para jactarme de haber acertado el Gordo del Loto sino porque desde el primer momento, resultaba posible para alguien que vive las urgencias cotidianas dentro de Chile pronosticar así la resolución del acertijo. Desde hace años mi patria es experta en un pesaroso acto de equilibrio entre el pragmatismo más frío y la nostalgia de una ética de justicia y verdad en la medida de lo posible, según lo definiera melancólicamente el ex presidente Aylwin.Es así como en el proceso a Pinochet tenía que culminar después de que todas las mascaritas vinieran al baile. Los vaivenes de los procesos en Inglaterra dieron para todo tipo de euforia: desde la de los pinochetistas que tenían puesto un avión en la puerta de la casa del dictador en Londres, hasta la de los familiares de detenidos desaparecidos y las organizaciones de derechos humanos que anhelaban ver cuanto antes al general en Madrid bajo el escrutinio implacable del juez Garzón.Los chilenos (lo digo sin el menor orgullo) acostumbrados al excelso arte de la ambigüedad sabíamos que a la larga la tragicomedia tendría un desenlace donde todos tendrían algo que lamentar y algo que celebrar.Los enemigos y víctimas de Pinochet vieron en la acción de España e Inglaterra un gesto de comprensión a su dolor y el establecimiento de un esbozo de ética política universal que pone los derechos del hombre por encima de cualquier alegato de inmunidades territoriales: el todopoderoso militar era vulnerable y su prisión sirvió para que mundialmente se hiciera claridad sobre sus responsabilidades en la represión brutal ejercida a demócratas chilenos y algunos extranjeros.Por cierto que hoy miran deprimidos el eventual desenlace. ¿Pero qué más pueden hacer España e Inglaterra, cuando el ex dictador era reclamado por el Ejército chileno, la derecha y el gobierno de mi país, justamente constituido por quienes lucharon largamente contra Pinochet hasta derrotarlo varias veces electoralmente?Es triste decirlo, pero esta bella gente que no olvida a las víctimas, inclaudicable, modelo de ética y esfuerzo, ha sido tragada por el consenso democrático chileno que privilegia la tranquilidad no confrontacional. Aun en este modesto marco, sin embargo, hay que tener en cuenta que la prisión de Pinochet despertó en Chile el juicio ante tribunales independientes de militares acusados de atropellos y crímenes durante la dictadura y que al mismo general lo espera un proceso en su país.En Santiago más o menos nos imaginamos que este juicio tendrá lugar en los aposentos del Hospital Militar y que los múltiples achaques del dictador le impedirán ir a la cárcel, pero también, salomónicamente, reasumir su puesto de senador vitalicio en el Parlamento.La derecha y los militares, que juraron no sentirse tranquilos hasta que don Augusto volviera a casa, van a darle muestras de afecto y desagravios al Tata, pero lo más probable es que después del escarmiento internacional se enrielen en la vía constitucional y democrática. Los uniformados pasaron el vendaval europeo haciéndose sentir sin actuar y la derecha tiene un apoyo de votación que acumula cerca del cincuenta por ciento de la fuerza electoral.Un doble capital más que suficiente para jubilar al garrote.* El último libro de Antonio Skármeta es La boda del poeta.

 

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