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Página/12 en EE.UU. Por Mónica Flores Correa Desde Nueva York Ellos también quisieron lanzar botella al mar del tiempo. O algo así: en los festejos de fin de año, Bill y Hillary Clinton exhibieron el prototipo de la que será la Cápsula del Tiempo nacional para conmemorar el Milenio. Si el planeta sobrevive a eventuales guerras y otros desastres, los norteamericanos del año 2100 abrirán la cápsula y para su curioso deleite, se encontrarán con los anteojos oscuros del cantante Ray Charles, un teléfono celular, un casco usado en la Segunda Guerra Mundial, dibujos del muñequito Pokémon y un pedazo del Muro de Berlín, entre otros muchos objetos presuntamente representativos del agitado siglo que acaba de concluir. Artistas, políticos, historiadores y estudiantes aportaron sugerencias sobre los artefactos que debían incluirse en la cápsula y el resultado es una selección decididamente arbitraria de símbolos del siglo XX, que divirtió a quienes la hicieron, pero que dejará a los estadounidenses de futuras generaciones algo perplejos y con claves extrañas, cuando no inentendibles, acerca de nuestra época. Estados Unidos ha cumplido así oficialmente en enrolarse en la moda de las cápsulas. Moda que se ha convertido, por supuesto, en un jugosísimo negocio que trafica con la fantasía de que, si la inmortalidad es imposible, por lo menos a uno le cabe la alternativa de perpetuar algo muy apreciado, un CD de música pop, las medias que usó en la fiesta de graduación o el par de entradas de un inolvidable campeonato de béisbol. Haciendo honor a este frenesí fin de siecle, el New York Times también se embarcó en la creación de su propia cápsula. En términos de tiempo, la meta del influyente matutino es más ambiciosa y a largo plazo que la de la administración Clinton: la cápsula de acero inoxidable con una capacidad de 1,4 metros cúbicos y 1,52 metros de altura, que fuera diseñada por el arquitecto español Santiago Calatrava, se abrirá recién en el año 3000 en el Museo de Historia Natural, o en lo que se haya convertido ese imponente edificio de Central Park West.Para algunos estas cápsulas son una forma de comunicarse con el futuro. Otros creen que se trata principalmente de un intento de sintetizar lo más característico del presente, un inventario básico de la contemporaneidad. Y están los que piensan que la cuestión se reduce a darle un valor simbólico y medio supersticioso a un montón de objetos caprichosos que, por lo general, no pasan de ser meros cachivaches. Pero cualquiera sea la interpretación, es indudable que como dice Paul Hudson, cofundador de la International Time Capsule Society, los americanos están locos por las cápsulas. De esta locura da cuenta el organismo que él ha fundado en Atlanta. Muchos grupos están armando sus cápsulas. Sienten que pueden insertarse así en la historia y, de hecho, lo están haciendo, explica Hudson.Y como es inevitable, el fenómeno cuenta ya con expertos que analizan su significación. Hay un deseo activo de comunicarse con el futuro, destaca Will Jarvis, un bibliotecario de la Universidad de Washington que está escribiendo un libro sobre cápsulas. Este deseo es ancestral, místico, primitivo, dice Jarvis, quien comenta haber visto en inscripciones del antiguo Egipto la representación de un faraón en un evento específico, que parecía destinada a los ojos de las generaciones venideras.Antes se hacían pirámides, templos, mausoleos; actualmente, con un propósito parecido o igual, lanzar un hola a través de los siglos, se hacen contenedores de dimensiones no muy grandes.Satisfacer el deseo místico y primitivo de la trascendencia y de la comunicación entre épocas tiene un costado harto redituable. La industriade cápsulas florece espectacularmente con consumidores que compran ávidos esta forma de comunicación extratemporal. Esto se ve en Internet, por ejemplo, donde hay compañías que promocionan el producto construido generalmente en acero o aluminio, aunque los materiales varían como los modelos, que ofrecen por unos cientos de dólares (ver recuadro) la posibilidad de establecer cierta relación con los humanos que se desplacen por la tierra, cuando los dueños de la cápsula sean, en el más optimista de los casos, apenas un recuerdo.Además de particulares, hay escuelas, ciudades, grupos religiosos y grupos cívicos que tienen proyectos de cápsulas, la gran mayoría de los cuales se completarán en el transcurso del 2000. Se estima que este año se han hecho unas 10.000 cápsulas en el país, entre las que ya están listas y las aún en desarrollo. El comercio no ha permanecido ajeno a la atracción por las cápsulas y varias empresas las incorporan a sus campañas publicitarias. La fábrica de golosinas Mars está vendiendo las pastillitas de chocolate M&M en una cápsula de lata; la radio pública nacional ofrece cápsulas de plástico en el catálogo de regalos y la compañía Betty Crocker vende cereal Milenio en una caja de cartón que, según la empresa, puede guardarse para el futuro. No todo el mundo, sin embargo, quiere conectarse con una posteridad muy lejana. Según la compañía Barr de California, la mayoría de los clientes solicita que sus cápsulas se puedan abrir en un tiempo considerablemente menor que mil años o que, inclusive, cien años. Muchos aspiran a estar vivos cuando se destape el contenedor y por eso se inclinan por períodos que no exceden los 25 años. Después de todo, opinan, mejor que despertar la admiración de un perfecto desconocido en el año 3001, es mostrarle a los nietos cómo se vivía hace un cuarto de siglo y comprobar cómo cambió el mundo en un modesto y abarcable período cronológico.
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