Penalizar o no penalizar
Por Mempo Giardinelli |
Hace poco el camarista Leopoldo Schiffrin
planteó la despenalización de las drogas desde el plano jurídico, y desde el ángulo de
la medicina hizo lo propio el toxicólogo Alejandro Carrá. El asunto adquiere ahora mayor
relieve, cuando el Congreso nacional es presionado para sancionar una ley contra el
narcolavado. Me parece que es hora de empezar un debate
serio y no dogmático sobre la despenalización de las drogas, lo cual sería mucho más
importante que el presunto castigo a consecuencias como el narcolavado. Un debate
orientado a terminar con la hipocresía que hoy permite la penalización selectiva y a
establecer un control estatal fuerte, responsable y solidario.Los daños individuales y
colectivos derivados del tráfico y el consumo de drogas tornan urgente que la sociedad
argentina afronte esta cuestión, generalmente tapada por gritones y dogmáticos que, uno
sospecharía, aparte de declamaciones y puritanismo quizá tengan también algunos
intereses en este comercio...A comienzos del 96 Ruth Cardoso, respetada antropóloga
de renombre internacional y esposa del presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, se
pronunció abiertamente a favor de despenalizar el consumo de marihuana. Lo hizo en un
programa de televisión dedicado a la juventud e inmediatamente el ministro de Educación
Paulo Renato de Souza se vio forzado a discrepar públicamente con la primera dama. Por
aquellos días, el novelista mexicano Carlos Fuentes razonó en un artículo
periodístico: México es el principal conductor de droga a los Estados Unidos y
Colombia el principal productor. Pero los Estados Unidos son el principal consumidor: sin
la demanda norteamericana no habría ni producción colombiana ni intermediación
mexicana. Sin embargo, se sataniza y persigue a la oferta y se santifica a la demanda.
¿Cuándo se decidirá la comunidad internacional a legalizar el uso de estupefacientes,
borrando de un golpe la razón de ser del narcotráfico?. En la Argentina hubo un
notable silencio al respecto, a pesar de que es obvio que en la última década nuestro
país creció en los tres campos: producción, conducción (tráfico) y
consumo.Pero el pronunciamiento más contundente y el más inesperado provino
de uno de los máximos dirigentes de la derecha ultraconservadora norteamericana, William
F. Buckley Jr., editor de la revista National Review: La batalla (contra la droga)
se ha perdido, y su costo ha sido mucho más doloroso, en todas sus expresiones, que si se
permitiese la venta libre de drogas y se combinase esta medida con una educación
intensiva de los no usuarios y una instrucción que sirviese de advertencia para los que
experimentan con drogas, escribió a fines de 1995. En la Argentina sus camaradas de
ideología hicieron riguroso mutis al respecto.Pero lo mejor que Cardoso, Fuentes y
Buckley Jr. consiguieron fue que el asunto se instalara como tema de discusión en esos
países.En un encuentro organizado en Caracas por la productora televisiva HBO Olé, media
docena de intelectuales hablábamos hace poco de las perspectivas culturales del próximo
milenio. Cuando propuse que el gran tema cultural del siglo XXI sería la despenalización
de las drogas, todos adhirieron y durante tres horas no se habló de otra cosa.Y es que la
despenalización de la droga no es una cuestión de derechas o de izquierdas, sino que es
un drama contemporáneo que de una vez hay que discutir y resolver sin hipocresía.
Narcotráfico y drogadicción son temas de la cultura de nuestro tiempo, dado su
gigantesco poder corruptor sobre sociedades indefensas donde desempleo, desnutrición,
ignorancia y resentimiento son un formidable caldo de cultivo. Sería bueno que las nuevas
autoridades nacionales inauguraran un debate serio que replantee una Política de Estado
sobre las Drogas, que por lo menos contemple:a) La despenalización del consumo de ciertas
drogas y la sanción de un nuevo conjunto legislativo que mejore el combate contra el
tráfico ilegal. Para ello es urgente analizar el sistema actual de penalidades, en
paralelo con la resolución del problema más grande que tiene la Argentina: la pésima
administración de justicia y la corrupción policial y carcelaria.b) La reestructuración
de las distintas secretarías del área, que durante el menemismo demostraron una supina
inutilidad: gastaron decenas de millones para solamente detener a traficantes de menor
cuantía y algunos pocos consumidores.c) La aplicación del máximo rigor de la ley a
quienes vendan drogas a chicos y jóvenes en los establecimientos educativos, en paralelo
con la organización de tejidos de solidaridad entre docentes, padres y los mismos
estudiantes. Esto sería mucho más eficaz y barato que los dizque operativos
antidrogas.d) La reorganización de campañas de información serias y completas,
que esclarezcan a la sociedad y la ayuden a comprender y debatir mejor la
despenalización.Lo que es más urgente es el desmantelamiento del actual negocio de las
familias mafiosas para que, en todo caso, al negocio lo asuman y controlen los
propios Estados. Si es verdad que la industria clandestina de la droga ocupa tierras
fértiles y mano de obra campesina en toda América latina, y aparentemente también en
nuestro país, ¿no sería mejor que esa producción estuviera controlada por el Estado y
eventualmente administrada en forma mixta y debidamente regulada? Así se combatiría el
contrabando, se apagarían focos de corrupción y se obtendrían fabulosos ingresos si se
aplicaran impuestos a esta actividad. Finalmente, con el control eficaz de este negocio se
podrían destinar grandes recursos para mejorar las campañas contra los daños de la
drogadicción y para la eficaz recuperación de sus víctimas. Así, lo que hoy es un
negocio multimillonario que no beneficia a ninguna sociedad y las afecta a todas, se
convertiría incluso en una fuente de empleos y recursos. Y el producido de la industria y
el comercio de drogas no beneficiaría a unos pocos sino a toda la sociedad.

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