Por Fernando D'Addario
En
Pericón.com.ar, el nuevo espectáculo de Enrique Pinti, se manifiesta una situación
paradojal, de la que muy pocos podrían salir indemnes: de una especie de conservadurismo
grotesco, desmesurado, se desprende una mirada progre y liberadora, como si necesitara
bucear desesperadamente en las fuentes para encontrar una salida. Sólo Pinti y su
verborragia demoledora son capaces de zanjar la aparente contradicción, que queda
flotando en el ambiente una vez que se apagan las carcajadas de rigor. La
naturaleza antinómica del show de Pinti queda evidenciada de entrada. El
"pericón" es la danza nacional argentina, pero muy pocos la conocen. Se
caracteriza por sus repeticiones cíclicas, casi como una parábola festiva y patética de
la historia del país. El ".com.ar" alude, obviamente, a una caricatura del
progreso tecnológico o, mejor dicho, a las consecuencias risibles que ese progreso deja
marcado en los argentinos. En ese conflicto entre pasado y presente, el capocómico parece
tomar partido abiertamente por el pasado, aunque su ácida procacidad se encarga de
desvirtuar cualquier alineamiento prematuro. Pinti se autodefine como un
"dinosaurio" y, de acuerdo con el manual de imperfecciones, inutilidades y
precariedades varias que disparó en su primer y brillante monólogo de la noche,
efectivamente lo es, desde un punto de vista formal: no conoce ni ha conocido máquina de
escribir, y mucho menos computadora, no sabe lo que es Internet, no usa teléfono celular
ni contestador automático y se burla de quienes utilizan estos adelantos de la
tecnología para satisfacer su hedonismo snob. Para justificar este arrebato contra la
modernidad necesita ampararse en cierta mística del pasado, de allí su revisionismo
folklórico, no exento de ironías.
Secundado por un equipo más que interesante, en el que se destacan el
trabajo escenográfico de Graciela Galán y el vestuario de Renata Schussheim, Pinti
acierta cuando utiliza un espíritu revisteril decadente para sustentar el concepto de su
espectáculo. Pero en todo momento sobrevuela en el ambiente la sensación de que esa
parafernalia escénica es una máscara que sirve para darle oxígeno al arsenal oratorio
del actor. Porque el público quiere ver y escuchar los monólogos de Pinti. Los dos que
entrega en este show son brillantes y tienen como nexo una recorrida histórica por el
siglo XX, que se dinamiza a través de música y baile. Y que, en definitiva, hace pasar a
su presunta idealización del pasado por el tamiz de la acidez, cada vez que sus ingenuos
personajes (la cupletista, el soldado de la Primera Guerra que quiere ir a hacer la
América con Carlitos Chaplin, el hippie, el mendigo que no recuerda bien quién era años
atrás antes de su desgracia, etc.) chocan contra una realidad devastadora. Sólo Pinti es
capaz de hacer reír poniendo a la platea contra la pared, escarbando en las miserias que
nos precedieron y nos siguen acosando.
Puede argumentarse que Pericón.com.ar es un reciclaje oportuno de la hiperexitosa
Salsa criolla. Y en algún sentido es cierto, pero los argumentos de Pinti se ven
reforzados cotidianamente por la realidad. Terminó la era Menem, y el actor
se entrega a una reseña despiadada de la década pasada, explotando al máximo su
desenfreno verborrágico. Pero la vida sigue, y a un mes de su asunción, el nuevo
gobierno también debe vérselas con el cómico, que se hace un pic-nic con el impuestazo
y con la facilidad que tienen los políticos "para tomarnos por boludos". La
danza final del pericón, compuesta por bailarines de lo más fashion, cerró el espíritu
de un espectáculo que obliga a leer entre líneas. Bucear en el pasado para recobrar
ciertos valores perdidos puede ser, según Pinti, una buena idea, pero ojo que el pasado
estuvo plagado de errores y horrores. Y es igualmente estúpido comprar los espejitos de
colores que ofrece la vida moderna. Ese parece ser el mensaje de Pinti, un moralizador
revulsivo y, fundamentalmente, un zarpado que sólo le rinde cuentas a su conciencia.
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