Por Diego Fischerman El 5 de febrero
de 1967 se pegó un tiro. Dicen que por amor. Había sido alfarera, había tejido tapices
en arpillera y había cantado. Había compuesto unas cuantas canciones y había recopilado
otras tantas. Era capaz de actuar acompañada por un organillero de la calle o por una
banda de circo. Gran parte de su obra se grabó en disco en París, entre 1954 y 1956. El
resto, en Chile. Su legado cabe en cinco CD recogidos por la fundación que lleva su
nombre, ordenados por su hija Isabel y editados por el sello Warner. Algunas de sus
canciones son ya tan famosas que muchos no saben quién las compuso. Se llamaba Violeta
Parra.Nacida en San Carlos, en el sur de Chile, en 1917, su carrera comenzó en dúo junto
a su hermana Hilda. Cantaban lo que podían y donde podían. Teníamos que cantar lo
que el público pedía, contaba Hilda Parra en una investigación realizada por la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile. La gente no entendía el
folklore. La Violeta tuvo que pasar muchas rabias, muchas humillaciones hasta con los
propios compañeros. Le oían cantar una canción de ella y decían que estaba cucú.
Muchos compañeros le dijeron eso, que la Violeta era loca, que no sabía lo que hacía ni
lo que cantaba. Pero la Violeta siguió escribiendo, siguió componiendo, siguió
recopilando y luchó hasta el día en que murió. Hija de un profesor de música y
de una campesina, Violeta Parra siempre integró a su familia a la vida artística.
Primero fue su hermana; más adelante sus hijos Isabel y Angel. El hermano, Nicanor,
también poeta, la acompañó en recitales y grabaciones. En los volúmenes que acaban de
editarse están presentes desde las canciones rurales recopiladas por ella hasta sus
composiciones para guitarra, las grabaciones realizadas en París, las últimas canciones
(y las más conocidas, entre ellas Volver a los 17, Mazúrquica
Modérnica y Gracias a la Vida) y las décimas. Además, un sexto
volumen reúne una antología. Más allá de la leyenda y de la significación real que
tiene la figura de Violeta Parra como compositora y cantante popular, esta edición
permite recorrer la verdadera dimensión de su talento. Parte del interés tiene que ver
con la posibilidad de abarcar un panorama global de una artista a la que, en realidad, se
conoce apenas por unas pocas canciones. Pero el atractivo mayor lo propone la riqueza del
contraste que se produce entre los acompañamientos sencillos de guitarra, la voz
chiquita, casi quebradiza, de la cantante y ese aire de canto popular casi improvisado por
un lado y la belleza, el desgarro o la ironía muchas veces corrosiva de las letras. El
cuidado de la publicación se ve, también, en la correcta remasterización de los
registros originales y en la buena presentación de cada uno de los CD (las ilustraciones
están tomadas de tapices de Violeta Parra y todos los folletos incluyen las letras).
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