Uniformes y disfraces Por
Osvaldo Bayer |
El cielo bajo y plomizo, la
lluvia fina que moja más que un aguacero. Los bosques alemanes del
invierno están sombríos y llenos de espíritus que se asoman entre los
árboles para no perderse detalles de los pocos humanos que no se sabe qué
buscan por los senderos negros de hojas secas. Hace más de veinte años,
en tiempo del exilio, recorríamos estos mismos bosques con Osvaldo
Soriano. Durante todo el camino no encontramos a nadie, y al volver, las
calles del pueblo también estaban vacías. La soledad era tan grande que
Soriano dijo una vez, de pronto, en voz alta: "Han muerto todos los
alemanes". Como acostumbraba, de inmediato elaboró una tesis, y yo
sabía que él a sus tesis repentinas después las convertía en cuento o
novela. Según su teoría, los alemanes se morían todos en invierno, pero
reaparecían en primavera para hacer la guerra. Traté de explicarle que
no era tan así, que salían a veces antes, por ejemplo, para Carnaval,
donde, en la zona del Rhin, los hombres se disfrazan de soldados del
tiempo de Napoleón. Hace dos siglos lo hicieron para burlarse de las
tropas francesas de ocupación. Y hoy continúan con la tradición
carnavalesca. Le pareció bueno el detalle y me prometió que iba a hacer
resucitar a los alemanes en Carnaval, por cinco días. Ojalá haya dejado
escrito esa idea y que Christine, su compañera, lo encuentre entre sus
papeles justo ahora que se cumplen los tres años que nos dejó.
Pero
en este invierno los alemanes no se murieron, están eso sí muy
deprimidos discutiendo hasta el agotamiento total algo que no pueden
explicarse, pero que se cierne como una tormenta que amenaza con quebrar
la fe en los que mandan: el tema del lavado de dinero y de las coimas que
pesa sobre Kohl y sus adláteres. El partido de la Democracia Cristiana se
cae a pedazos y cada vez más muestra que toda su estructura está podrida
hasta la médula. Después de lo que ha pasado, quién le va tener
confianza a quién, si el pueblo votó durante casi diecisiete años a
Helmut Kohl y se descubre ahora que se burló de todos, que manejó el
dinero --millones-- en provecho de su poder y que coimeó en lo peor que
puede hacer un representante de algo que quiere llamarse democracia: la
venta de armas. Armas. Un país que hace poco más de medio siglo caía
vencido en la guerra más sanguinaria de la historia, con millones de
muertos, ciudades destruidas y pisoteando los derechos humanos hasta el
hartazgo. Pero no sólo están los tanques vendidos a Arabia
Saudita y a Turquía sino también la más que dudosa adjudicación de los
bienes de la ex Alemania del Este a consorcios extranjeros al mejor postor
(de coimas).
Pero salgamos del microclima de la gran
tormenta política y no perdamos de vista otra discusión que actualmente
se desarrolla en la sociedad alemana y que hace a un tema no solucionado y
eterno en el mundo entero: el concepto de lo militar con que tiene que
regirse una sociedad.
Vayamos por paso: el ejército alemán
actual, la Bundeswehr, fue un producto típico de la Guerra Fría. Se creó
en 1956 a instancias de las potencias occidentales. Y se creó contra la
voluntad del propio pueblo. Recuerdo bien esos años primeros de la década
del cincuenta que viví como estudiante en Hamburgo. Me acuerdo el clima
contrario de la juventud a la creación de una fuerza armada. Salíamos a
la calle a la protesta: casi todos esos jóvenes habían perdido sus
padres en la guerra de Hitler y a sus abuelos en la guerra del Kaiser.
Finalmente se aprobó la ley de creación de un nuevo ejército, pero se
dio la posibilidad a todos aquellos jóvenes que no querían cumplir un año
de servicio militar obligatorio, a hacer un período más largo en un
servicio social: como atención de enfermos en hospitales, cuidado de la
ecología, ayuda en escuelas y jardines infantiles, en hogares de
ancianos, con discapacitados, etc. Para ser liberado del servicio militar
necesita el joven demostrar por qué no quiere hacerlo y dar razones éticas
e ideológicas suficientes.
Pero, en la década del setenta esa solución
comenzó a presentar problemas: la disminución de la natalidad y el
aumento de los jóvenes que prefieren el servicio social y no el de las
armas hizo que se temiera que no se pudieran completar las trescientas mil
plazas de soldados que tienen las fuerzas armadas.
Y entonces, adivine lector, a quién se
recurrió para tapar ese agujero. Sí, a la mujer. Es interesante leer la
información oficial del ejército alemán sobre la decisión de recurrir
al denominado sexo débil: "En 1981 investigó una comisión la
necesidad de personal de las fuerzas armadas a raíz de la problemática
de los pocos nacimientos. En 1982, la comisión recomendó investigar
entonces la posibilidad del ingreso voluntario de mujeres en los servicios
sin armas sobre la base de la igualdad de derechos de hombre y
mujer". Lo oportunista del lenguaje lo dice todo. Fue así como
entraron mujeres en los servicios de sanidad y de música. A los cuerpos
armados no se los podía mandar porque la Constitución alemana había
establecido este principio: "Nuestro concepto de la naturaleza y del
destino de la mujer prohíbe su servicio con las armas". Hasta que
una joven, Tania Kreil, inició juicio porque ella quería ser miembro del
ejército en los cuerpos armados. Mientras miles de varones se negaban a
engrosar las filas de los uniformados, ella tomó la posición contraria.
Y acaba de triunfar en la Corte Suprema Europea que ha dictaminado que
debe posibilitarse a las mujeres el servicio militar con armas. El ejército
saludó esta determinación e hizo saber que "se espera ahora un
refuerzo cualitativo y cuantitativo del Ejército Federal".
Es curioso: toda la derecha, que siempre
consideró a la mujer algo creado por Dios para el hogar, los hijos y el
marido, hoy piensa lo contrario. La necesidad hace al órgano. En cambio,
la izquierda que luchó siempre por la emancipación femenina muestra
desprecio por la medida. En televisión, la representante del Partido
Verde dijo: "Estoy de acuerdo con que se levante la prohibición de
la Constitución porque a nadie se lo debe discriminar por su sexo, pero
espero que no vaya ninguna mujer a esos cuerpos. Los soldados de todas las
graduaciones son asesinos en potencia. Al ejército lo crearon los hombres
y ahora que se las arreglen ellos. No utilicen a la mujer sólo cuando la
necesiten". En cambio, fue curioso cómo un general del Ejército
defendió ardorosamente el servicio con armas para la mujer. Dijo que la
mujer es igual o mejor que el hombre y por eso se puede iniciar un
principio de competencia entre soldados hombres y soldados mujeres que va
a llevar a mejorar los servicios". Es decir, argumentos propios del
capitalismo neoliberal: la competencia, el rendimiento. Globalizar los
sexos para cumplir los propósitos de la producción. Siempre la voz del
amo.
La polémica se ha encendido. Ahora, los
defensores de la mujer soldado cuentan historias heroicas, como la de la
soldado americana que cuatro meses después del nacimiento de su hijita
fue enviada a Bosnia. Que cuando llegó la orden de marcha "lloró,
lloró y lloró". Pero llevó la beba a su madre y marchó al frente.
Ahora puede relatar que como única mecánica de su unidad cuidó el
convoy de camiones: "Los muchachos estaban orgullosos de mí",
dice fuerte. Pero hay voces irónicas que señalan que "antes, cuando
el ejército americano no llenaba sus plazas, las ocupaban con negros,
ahora, las ocupan con mujeres". Se traen otro ejemplos para explicar
lo inexplicable: en Suecia, las mujeres conducen tanques; en Francia, una
mujer conduce un Mirage 2000 de combate; en Noruega, una mujer conduce un
submarino y en Estados Unidos, las mujeres integran los cuerpos de ataque,
los marines.
En el momento en que oía en televisión los
argumentos del general a favor de la mujer uniformada y con armas, entró
Boris, mi nieto mayor, quien va a estudiar filosofía, para mostrarme la
carta que acaba de enviar a la junta militar de servicio militar del ejército.
Dice entre otras cosas: "Mi conciencia y mi razón no me permiten
prestar servicio con armas. Si bien soy ateo he crecido en una cultura
cristiana y por eso acepto muchos valores cristianos como el amor al prójimo
y el renunciamiento a la violencia. Esos valores son para la convivencia
de importancia fundamental y no deben ser dejados de lado. El imperativo
categórico de Kant prohíbe el matar, ya que el ser humano no puede tener
el deseo de que se proclame como ley general que un ser humano pueda matar
a otro. Por eso estoy dispuesto a cumplir un período de servicio social
pero no militar. Me da profunda alegría poder ayudar a otros seres
humanos, pero no aprender a derramar sangre".
Me levanto y voy al balcón a mirar el cielo.
Dentro del gris hay como un brillo, algo así como si la luz quisiera
abrirse camino. Me hubiera gustado salir a dar una nueva vuelta por el
bosque, pero con Soriano, a quien le hubiera contado estos detalles. Es
posible que entonces él hubiera modificado el final de su novela, algo así
como idear una organización internacional que se robara todos los
uniformes de los ejércitos del mundo y los prestara solamente para
disfrazarse en Carnaval.
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