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MILES DE PORTEÑOS TOMARON CALLES Y PLAZAS PARA VER EL ECLIPSE
Una ciudad alterada por la Luna

Aunque el fenómeno empezó a las 23, hubo que esperar para notarlo

La gente llevó colchonetas, reposeras y binoculares para ver mejor


Por Alejandra Dandan
t.gif (862 bytes) Y la urbe porteña fue observatorio colectivo. Allí, en las terrazas, en balcones, en las calles y en reposeras tendidas a lo largo de la Costanera. La hora del eclipse fue ritual que convocó procesiones de penitentes en plazas o que los retuvo parados durante horas ante telescopios multiplicados a cielo abierto. Sillas, colchonetas, filmadoras y esos binoculares que alguna vez los Reyes dejaron a los chicos, fueron parte de la producción espontánea de una festiva noche de eclipse lunar aquí, en el planeta Tierra, ciudad de Buenos Aires. Cada sitio fue válido para imantar a porteños obsesionados por ese "color pomelo" que, en una de ésas, saldaría el colapso que dejó el paso insípido del Y2K con el cambio de milenio.

  Y también el planeta B612 bajó a la tierra. Estuvo un rato al lado del Planetario ayer por la madrugada. El país del Principito fue un globo blanco inflado a gas y suspendido entre otros cientos en el Planetario. Tomás Saraceno decía allí: "Estamos bajando los planetas a la Tierra". Por fuera de la frontera marcada por la escenografía de globos, una mamá advertía que su hija Diana Camiser era la responsable del madrugón fuera de casa. "Acá, en el Planetario, uno cree que está más cerca de las estrellas", concedía Susana, productora ella. La nena de ocho corregía: "De la Luna, má".  

  Apenas pasaban las 11 PM. Todos los pronósticos auspiciaban que cuatro minutos después de las once iba a comenzar el mítico avance de la Tierra sobre su satélite natural. La referencia no es vana: el eclipse sí podría generar, imaginaban, el colapso que dejó debiendo el Y2K. Pero llegaron las 23.04 y la Luna seguía imperturbable. "La gente pensaba que iba a poder ver algo distinto a partir de esa hora, pero sólo era factible con telescopios especiales", explicaba Federico Kurtz, del Colegio Nacional San Isidro, desde su base de operaciones establecida --ante la emergencia lunar-- en el campito del Planetario.

  Marcos, de Palermo él, había visto a Kurtz y sus aparatos por tevé. En tono serio, señalaba a sus dos hijos para justificar su paso como penitente de la cola que quedó armada frente a uno de los tres telescopios colocados aquí. Aunque advierte que el tiempo fue el verdadero propulsor de una salida no demasiado importante, su hija lo deja al descubierto: "En casa, el edificio de enfrente tapaba a la Luna". Semejante bloqueo en día de eclipse los hizo tomar la calle hasta arrojarlos aquí, donde Denise, su nena de nueve, pregunta: "¿Qué hay dentro del eclipse, pá?".

  Desde las seis de la tarde, la zona del Planetario se fue poblando de futuros expertos en eclipses. Cada uno chequeó rollos de cámaras y filmadoras, como Iris Cordeiro, que ahora que ayuda el tiempo --dice-- está ahí sentada con sus tres chicos y marido emigrados de Colegiales. "Los traje porque esta tarde escuché --cuenta-- que mirarlo no dañaba para nada. Y nunca tuvimos la suerte de ver uno." Y bueno, por eso fue menester cubrir el acontecimiento con toda la artillería. Nicolás, de siete, con prismáticos y Facundo, de once, a cargo de esas fotos que no deja de disparar: "¡Pará, son todas iguales!", va educando Iris. Mientras, intenta sosegar con un "mirá la sombrita, por abajo" a su hijo más chico que, por ahora, ve "todo como siempre".

  Por adelante, otros repiten por tercera vez las colas ante los telescopios. Pero éste no fue el único punto de reunión para los detallistas. Desde temprano fueron armándose miradores telescópicos en las terrazas del observatorio de la Asociación Argentina de Amigos de la Astronomía en el Parque Centenario. También allí, como en el Planetario, los organizadores terminaron asombrándose por la cantidad de público. En Centenario superó las cuatrocientas personas después de la 1.04, hora en que el cono de sombra de la Tierra completaba la Luna. En ese momento, en el Planetario, mientras algunos intentaban coordinar aplausos a destiempos, los dueños del planeta B612 largaron esos globos que durante la espera concentraron más interés que Federico Kurtz, el científico a cargo de las explicaciones del fenómeno. 

  El avistaje avanzaba allí, mientras miles iban intentando un hueco entre las mesas plegables que en la Costanera mostraban la fisonomía de un campamento urbano. Hubo quienes, como Lucas Dores, cansados de buscar un sitio despejado, terminaron en el Planetario. El chico salió temprano desde Lugano y llegó a Parque Centenario: "Me presentaron un telescopio digital y en dos segundos me sacaron, así que me vine para acá". Acuerda que los digitales son mejores, aunque aclara que no tiene idea de astronomía. Total, de los que no saben el parque está repleto. Y la cola, otra vez, es síntoma ciudadano: "Yo entendí --le dice una chica a otra-- que vos me dijiste que esa sombra que iba avanzando es la Tierra. ¿Pero si yo estoy acá y la Tierra no avanza?". Su compañera responde, entonces: "Pero es la sombra de la Tierra", le aclara y la discusión sigue hasta que queda apagada por otro aplauso. Es el del fin. A las 2.22. Justo cuando dos chiquilinas se saludan:

  --Empezamos el milenio a full, Marcelita.

  --Y esto no es nada.

 

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