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Películas "clase B", pero atadas a los códigos de la posmodernidad

"Del crepúsculo al amanecer 2" y "Camioneros del espacio" son dos ejemplos de cine poco pretencioso, pero con mucho humor.


Por Horacio Bernades
t.gif (862 bytes) En una época, Hollywood dividió su producción en films clase A y clase B. Los primeros constituían el grueso de la producción industrial, y en ellos se invertían las sumas más altas, los nombres más cotizados y las mayores ambiciones, tanto en sentido artístico como comercial. En cuanto a los clase B eran todo lo contrario. También conocidos como cheapies (baratos) o quickies (rápidos), se trataba de films de género (terror y ciencia ficción, sobre todo), destinados a públicos menos selectivos. Era la clase de productos que --cuando los cines programaban de a dos o tres películas-- antecedían a la película central.

  Al no concentrar sobre sí las mayores apuestas de producción, estas manufacturas en principio "berretas" gozaban también de una mayor libertad, dando productos muchas veces más audaces, interesantes o anómalos que los clase A. Pero... a mayor concentración industrial, cada vez menos espacio para la clase B. A partir de los 80, esta clase de films prácticamente desapareció de los cines. Aunque no del todo: ciertas películas de realizadores como John Carpenter o Abel Ferrara siguen siendo, en cuerpo y espíritu, clase B. Mercado paralelo por excelencia al del cine, el directo-a-video se presta a la perfección para un posible renacimiento del rubro. Dos películas de reciente producción, que por estos días llegan a los videoclubes argentinos, son prueba de que la clase B, bien encarada, puede mantener aún su proverbial vitalidad.

  Se trata de Del crepúsculo al amanecer 2: Terror en Texas (From Dusk Till Dawn 2: Texas Blood Money, editada por Gativideo) y Camioneros del espacio (Space Truckers, de AVH). En la tradición del rubro, son films de género. Claro que son también films de la posmodernidad, y en tanto tales no responden a los modelos "puros" de los respectivos géneros, sino que practican ciertas fusiones, cruces, contagios. En el caso de Del crepúsculo al amanecer 2, se trata obviamente de la primera secuela (ya hay otra) del film homónimo, que en 1995 habían dirigido, a cuatro manos, Quentin Tarantino y su compadre Robert Rodríguez. Aquí, y funcionando un poco a la manera de ese paradigma de la clase B que fue Roger Corman, ambos se reservan el rol de productores y dejan guión y dirección en manos de un joven desconocido, Scott Spiegel. Si ya la primera cruzaba la "película de asesinos en ruta", con el film de vampiros, aquí es el subgénero "banda de ladrones de cuarta prepara gran golpe" el que se contamina con el de los colmilludos.

  Sigue habiendo, como en el film original, un espíritu decididamente lúdico, un placer de hacer cine deliberadamente berreta, y de verlo. No es casual que el grupo de chorros white trash mate el tiempo mirando cine porno en un hotelucho mexicano. No son muy finos: "llevo media hora viéndola, y todavía nadie se la metió por el culo a nadie", se queja uno de ellos. No faltan, claro, las paráfrasis cinéfilas (la clase B es un género vorazmente cinéfilo). Sobre todo, dos escenas que citan a Hitchcock plano por plano: el famoso ataque de los pájaros a Tippi Hedren en el film homónimo (aquí, reemplazados por una bandada de murciélagos hambrientos) y, faltaba más, la escena de la ducha de Psicosis. En lugar de mamá loca, lo que se agita detrás de la cortina es un vampiro hecho y derecho. Puede computarse también el más amplio catálogo de subjetivas caprichosas que se haya visto jamás en una sola película, desde subjetivas de vasos y escopetas hasta otras de bocas abiertas y charcos de sangre.

  En cuanto a Camioneros del espacio, lo mejor se anuncia ya en el título: lo que hace Stuart Gordon (veterano del género y autor de Re-Animator) es trasponer los films de camioneros que produjera la Warner en los años 40... al espacio, en un futuro impreciso. Con Dennis Hopper como chofer veterano, de la radio de una nave salen permanentemente temas country, al costado de la "ruta" hay carteles que anuncian variedad de productos y en las ciudades, bares de cuarta con camareras compinches. Hay también un villano todo recauchutado después de un terrible accidente, que para lograr una buena erección tiene que dar arranque a un motor de explosión como los de las lanchas, tirando fuerte de un piolín. Brevedad, desenfado, falta total de pretensiones, las ideas más locas y sobre todo mucho, pero mucho humor: virtudes de la clase B de ayer y de siempre.

 

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