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¿ADONDE VA DE LA RUA?
Más allá del horizonte

Un mes y medio de gobierno de la Alianza brinda suficientes pistas para hacer un primer balance e intentar el pronóstico. Los peligros, los aciertos, los amigos y enemigos del �nuevo estilo� que Fernando de la Rúa quiere imponer desde el Ejecutivo. 

Por Pacho O�Donnell
El riesgo del invierno ruso

Siento un sincero aprecio por Fernando de la Rúa a quien bien conocí durante mi paso por el radicalismo. Además no pocos de los integrantes de su gabinete son personas de mi amistad próxima.La Alianza ha interpretado correctamente una demanda ciudadana por mayor transparencia en los desempeños ejecutivos, legislativos y judiciales (también en los negocios privados) de todos los signos políticos y en todos los niveles y jurisdicciones. Es un clamor mundial, como lo demuestra Alemania.En lo que exagera el nuevo gobierno es en su obcecación por convencernos a todos de lo malo que fue el de Carlos Menem. Seguramente hubo errores en él, pero es indiscutible que alcanzó logros significativos que condujeron a la innegable transformación vivida por nuestro país en la última década, reconocida en el exterior donde cunde desconfianza ante tan virulenta �demonización�.Nadie discute la necesidad que tiene la Argentina de que aquellos funcionarios que se hayan mal desempeñado en sus funciones deban ser sancionados con todo el peso de la ley. La investigación y el procesamiento de los Mazzorín y Delconte del gobierno de Alfonsín fueron ejemplarizadores. Pero la experiencia enseña �al menos así debería ser� que es predecible que tanto �antimenemismo� desatado en algunos funcionarios gubernamentales desembocará en la victimización, con el consiguiente rédito para el o los perseguidos: ¿qué fue lo que no se dijo de Perón? Corrupto, pervertidor de menores, tirano... y a los pocos años arrasaba en elecciones democráticas.También De la Rúa es un buen ejemplo del beneficio del maltrato público ya que su imagen creció cuando se le birló la senaduría que había ganado en las urnas. Y el actual descrédito de alguna persona no es ajeno a su participación en la operación.De la Rúa y los suyos deben demostrar rápidamente que su tiempo no se les va en practicar lo que mucho se parece a �gorilismo� antiperonista sino que se ponen en práctica acciones eficaces para paliar la desocupación y la inseguridad, entre otros temas pendientes.Me llama poderosamente la atención que la UCR haya embestido otra vez contra la CGT, como si la previa experiencia de Alfonsín no hubiese sido suficientemente traumática. Quizás se engañan con lo que las encuestas indican de desprestigio de los directivos gremiales, lo que nada tiene que ver con la lúcida convicción de nuestros trabajadores de que, malos o buenos, son sólo ellos quienes defenderán sus intereses. Personalmente siento un gran respeto por los dirigentes sindicales, varios de los cuales me honran con su amistad y cualquier demócrata que no esté aquejado de �antiperonismo� comprende que, de no ser por la fortaleza de nuestras organizaciones gremiales, la Argentina no se diferenciaría demasiado de los más atrasados países de nuestro continente en los que los derechos de los trabajadores son prácticamente inexistentes. Que eso moleste a algunos poderosos es inevitable. Lo que no sería aceptable es que la Alianza, de raíces populistas, se erija en ariete de dichos intereses.Tampoco olvidemos que la terquedad y la soberbia hicieron que Napoleón y Hitler pulverizaran su poder en el invierno ruso...

Por José Pablo Feinmann
El pie derecho fuera del mocasín

Estoy con dos pibes que estudiaron diseño gráfico y ahora se las están rebuscando en distintos proyectos. Un chico, una chica. El pibe dice: �Yo tenía 14 años cuando subió Menem. Me pasé el secundario y entré a la facu con Menem y toda la banda y todo el circo. Creí que la vida era eso. Que siempre iba a ser eso. El festival alegre de los chorros. Ahora, no sé. Algo cambió. Creo que esto es mejor�. Uno no lo quiere desilusionar. ¿Para qué le vamos a traspasar a un pibe de veintitrés nuestros bajones argentinos de cincuenta? Además, si él lo siente así, si se siente liberado de la gavilla festivalera, de la happy band, de la desaforada impunidad, algo habrá pasado en el país para que eso ocurra. Lo que pasó es el estilo austero de este gobierno. Su primer punto a favor. Estos tipos parecen gente seria. Si se van a afanar el país, uno no lo sabe. Pero no vienen a agredir, no vienen a ofender, no vienen a reírse de la gente mientras la ven pasar hambre.Carga, este gobierno, con lo poco de país que Menem dejó. Esto hay que saberlo y (en alguna medida para excusarse de muchas cosas) los del gobierno lo van a decir una y otra vez. Pero el estilo es otro. Por ejemplo: Chacho Alvarez está en un bar con un periodista de Página/12. Habla de todo lo que le preguntan. Le sacan una foto y el diario la publica. En la foto vemos a Chacho sentado a la mesa del bar y el mocasín de su pie derecho está casi vacío porque Chacho sacó el pie de ahí. Es muy linda esa foto. El vice de la república habla en un café y sacó el pie del mocasín, ahí, abajo de la mesa. No es la ligereza menemista. Un menemista no hubiera hecho eso. Le habría parecido una grasada. No. Chacho lo hace de porteño. Tiene un estilo suelto que revela su disposición a un diálogo franco, abierto con la prensa. Los periodistas no son sus enemigos, como lo eran para Menem. Son tipos con los que se toma un café y se saca el mocasín.Sé que sería más serio si me pusiera a analizar las concesiones que también este gobierno está haciendo al FMI. Ocurre que eso no me parecería nuevo. Luego de una desaforada entrega de Menem no hay gobierno en la Argentina que pueda ejercerse sin un diálogo concesivo con el Fondo. De modo que las críticas a este gobierno por la cuestión del FMI me parecen superfluas, la obviedad de la obviedad. ¿Alguien supone que luego de que Menem rematara la soberanía algún gobierno se hubiera podido plantar con firmeza ante el Fondo?Otra cosa: el campo cultural. Todo lo que está haciendo en ATC despierta cautelosas, pero insoslayables esperanzas. (Digo cautelosas porque uno, aquí, tiene un poco prohibida la esperanza y cuando la ejerce se siente medio boludo. O sabe que los demás lo van a considerar boludo entero. Ya lo sabemos: tenemos muchos años de defraudaciones como para no parecer un poco bobos al creer en algo. Pero, si seguimos negándonos a creer en algo, entonces ellos, los que nos reventaron la esperanza, habrán ganado del todo.) ATC, decía. Lo que está haciendo Hermida, un tipo para tener en cuenta y seguir, es valioso. Un ejemplo que conozco bien porque formo parte de él: escribí un programa sobre Leopoldo Lugones y Severino Di Giovanni. El tema es la violencia, el fascismo, el anarquismo, la muerte, el amor. Grabamos, luego, un debate con Juan José Sebreli y Dalmiro Sáenz, que coordinó Cristina Mucci. El programa lo dirigía Oscar Barney Finn. Tengo una certeza: lo que Sebreli, Sáenz y yo dijimos sobre la política, la violencia, los sesenta, la guerrilla, el Che, Videla, Lugones y Di Giovanni en ese programa jamás lo hubiéramos podido decir con las administraciones menemistas. Nos hubieran dado una patada, nos hubieran cerrado la puerta. Ahora nos agradecieron y nos invitaron para otra vez.¿No es mucho? Bueno, es lo que yo sé. Tampoco nada puede ser mucho en 45 días. ¿Qué tenemos? Dos pibes ilusionados, un pie fuera del mocasín y un programa de televisión. Habrá más, habrá menos. En una lejana obra de teatro de Sartre (Muertos sin sepultura), un personaje decía: �La esperanza hace daño�. Es cierto. Si uno quiere no desilusionarse, el mejor remedio es no creer en nada. Sólo que al corto tiempo uno se mira alespejo y, lejos de verse a sí mismo, ve a una lechuga seca. Porque exactamente en eso se ha convertido.

Por Enrique Zuleta Puceiro *
La campaña quedo atrás

A escasas seis semanas de su inauguración, todo balance de la gestión De la Rúa es prematuro. La crisis no ofrece mayores márgenes para la innovación, los recursos institucionales, materiales y humanos son mínimos y el capital inicial de apoyo social debe ser invertido con cautela. Siete de cada diez argentinos sitúan a Fernando de la Rúa al tope de la confianza popular y aprecian a su gabinete como un conjunto de personalidades de brillo, honestidad y capacidad profesional poco habituales en los elencos de gobierno. Aun así, sería absurdo creer que estos niveles de reconocimiento pueden trasladarse transitivamente a cualquier tipo de propuestas y políticas de gobierno, sobre todo en las áreas de mayor sensibilidad ciudadana. Baste con un ejemplo de actualidad, utilizado por el Presidente en su discurso a los funcionarios el último viernes en Olivos. Una cosa es que una amplia mayoría de la opinión publica vea a las cúpulas sindicales como corporaciones mafiosas enfrascadas en la defensa de sus más crudos intereses corporativos y otra, muy diferente, que avale sin más cada una de las iniciativas hasta ahora diseñadas como respuesta a la grave crisis del empleo y la exclusión social. En 1984, una confusión de este tipo estuvo precisamente en la base del error Mucci, que malogró un crédito popular varias veces mayor que el del gobierno actual, paralizando durante más de quince años el avance de las políticas laborales en la Argentina. Las mejores ideas e intenciones pueden de hecho fracasar si no se entiende con precisión la verdadera naturaleza y alcances de la demanda actual de la sociedad. Contra lo que creen algunos analistas apresurados, el voto a De la Rúa en las pasadas elecciones no fue un voto retrospectivo, orientado a castigar -.como en 1997� la gestión pasada del menemismo. Sin negar el hecho de que en la Argentina del último medio siglo se vota en realidad a favor o en contra del peronismo, lo cierto es que la victoria de la Alianza surgió de un voto básicamente prospectivo, volcado hacia el futuro. Al ciudadano medio, más que la investigación de los hechos del pasado le interesa ante todo la reactivación de un país paralizado y ahogado por la peor crisis social de su historia. Cada minuto que los nuevos funcionarios pierden tratando de sustituir al periodismo y a los jueces en la investigación de la �herencia recibida� sólo sirve para ampliar la brecha entre promesas y realidades que desde hace mucho tiempo separa a la sociedad de sus dirigentes.El riesgo mayor es sin duda el de que el rédito mediático de sobreactuar la crítica al legado recibido termine por premiar la mediocridad y la falta de propuestas e ideas operativas de vigencia inmediata. Para seguir con otro de los casos paradigmáticos elegidos por el Gobierno para remarcar sus señas de identidad, organismos como el PAMI son esencialmente perversos y muy poco es lo que se avanzará investigando excesos que deben quedar cuanto antes en manos de la Justicia penal. La misión fundamental de sus interventores no es la de lograr que ese engendro institucional funcione mejor. De lo que se trata es en realidad de que desaparezca cuanto antes, reemplazado por mecanismos modernos de gestión capaces de estar a la altura de las nuevas demandas sociales, lo cual implica por supuesto la exclusión de raíz del discrecionalismo, la falta de transparencia y el clientelismo político. La mitad de los argentinos que votó contra la continuidad del justicialismo en el poder juzgó que sus procedimientos e ideas acerca del empleo, la seguridad ciudadana, la educación, la salud, la pobreza, la igualdad de oportunidades, la equidad en el esfuerzo fiscal y la gestión del Estado eran manifiestamente inadecuadas para el nuevo orden de necesidades en que habían entrado la Argentina y el mundo. La combinación entre la trayectoria personal de Fernando de la Rúa y el vigor y capacidad de innovación política de la Alianza ofrecían una alternativa másadecuada, para dejar atrás un período de luces y sombras cuyo balance corresponderá más bien a los historiadores. La etapa de las promesas quedó atrás. Lo único importante es, de aquí en más, lo que los nuevos elencos de hecho sepan, quieran o puedan hacer para ponerse a la altura ya alcanzada por una sociedad exigente y suspicaz, no excesivamente entusiasmada y absolutamente en claro respecto de sus verdaderas urgencias e intereses. Esto es lo que hoy se mide, con criterios mucho menos generosos que los que se aplicaron tanto a Raúl Alfonsín como a Carlos Menem, acosados en cada caso por una herencia infinitamente peor que la recibida por el gobierno de Fernando de la Rúa en un tiempo de madura y definitiva consolidación democrática. * Consultor.

Por Rosendo Fraga *
Gobernabilidad en un escenario inédito

Dos meses atrás, la pregunta política central era cómo alcanzaría la gobernabilidad la administración De la Rúa, dado que enfrenta una situación inédita para la Argentina desde el punto de vista del poder institucional. Es decir, cómo resolvería los problemas de gobierno un Ejecutivo que tiene la oposición justicialista con mayoría absoluta en el Senado, que gobierna a nivel provincial el 85 por ciento del país en términos poblacionales y que además tiene una fuerte bancada en diputados, donde la Alianza no alcanza por sí sola la mayoría propia. Ello implica la imposibilidad de poder modificar situaciones de poder preexistentes, como la composición de la Suprema Corte o el directorio del Banco Central.A ello se agrega que el Presidente no es líder de su propio partido y que el gobierno es una coalición de dos fuerzas con culturas políticas diferentes, con tradiciones ideológicas distintas y sin un liderazgo político unificado.Un mes y medio después del inicio del nuevo gobierno, la respuesta es clara y contundente: hay gobernabilidad en este escenario político institucional inédito para la Argentina.Antes de cumplir el primer mes, la administración De la Rúa logró la aprobación del presupuesto para el 2000 y el aumento de impuestos, sorteando con éxito el primer desafío de negociación con la oposición justicialista. Antes de cumplir el segundo, el Ejecutivo ha lanzado un conjunto de proyectos de ley que apuntan a profundizar reformas en los campos económico y social y que en términos políticos implican claramente mantener la iniciativa.Los meses de febrero y marzo mostrarán a De la Rúa en un constante juego de presión y negociación con el Congreso, los gobernadores y los sindicalistas, para obtener la sanción de las leyes que apuntan a combatir la evasión fiscal y a hacer más eficaz la lucha contra el terrorismo, reducir el déficit a través de la �emergencia económica� y avanzar en la reforma laboral para modernizar el mundo del trabajo.Seguramente, el Ejecutivo se verá obligado a realizar concesiones para alcanzar sus objetivos, pero éste es en esencia el juego de la democracia, cuando el poder está compartido y las instituciones funcionan con los límites, equilibrios y contrapesos necesarios.Haber demostrado que la Argentina tiene gobernabilidad en este escenario político inédito de poder compartido o de cohabitación no sólo es un éxito del oficialismo, sino que además implica un avance muy importante del sistema político como tal.Es que el justicialismo va demostrando simultáneamente que va superando sus características �hegemónicas� del pasado. No sólo ha entregado el poder por primera vez sin un conflicto institucional, sino que también está logrando funcionar como partido sin un liderazgo absoluto como fueron los de Perón y Menem, y además los gobernadores justicialistas están demostrando la aptitud de hacer oposición sin desestabilizar, lo que no ocurrió en el pasado.* Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.

 

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