Carta cerrada al señor Sanguinetti Por Rodolfo Braceli |
Buen
día, señor:
¿Cuál es la
diferencia entre una carta abierta y una carta cerrada? La carta abierta
nos compromete ante los demás; la carta cerrada nos compromete ante
nosotros mismos, en soledad. En los dos casos nos compromete.
Y esta carta cerrada
(ahora abierta por la urgencia) quiere decirle, señor Sanguinetti, que
usted tiene que mover cielo y tierra, ya, para saber lo que hay que saber
sobre el nieto/a de Juan Gelman, criatura, como tantas, desgajada de sus
padres asesinados, robada por esa porción de dictadura que desde la
ilegalidad gobernaba vidas y muertes en el Uruguay de 1976. Usted, en su
respuesta del pasado 5 de noviembre a Juan Gelman, pone especialmente el
acento en la diferenciación de lo que pasó en "territorio
uruguayo" y en "territorio argentino". Más allá de lo
cuantitativo, la dictadura criminal fue sólo una y extendió sus tentáculos
en varios países. Que Juan Gelman sea poeta y haya nacido en la Argentina
no cambia los hechos. Por lo demás, cuando se trata de la vida y de la
muerte de seres humanos, no debiéramos entretenernos en eso de los límites.
Los mapas no pueden
distraernos de lo que significa robar una criatura de madre en cautiverio.
Aquí no hay territorio ni patria que valga. O sí, hay una patria: la que
sobrepasa a todos los mapas: la patria de la condición humana.
Aquí, señor
Sanguinetti, mientras no se descubra el crimen de robar un niño, el
crimen se renueva a cada minuto. Y ese crimen es avalado, sostenido, por
la ineficacia en la búsqueda, o por la indiferencia que desemboca en el
olvido.
¿Estoy diciendo que
la ineficacia y/o la indiferencia pueden llegar a ser criminales? Ni más
ni menos que eso quiero decir.
Ya que estamos acercándonos
al dichoso fin de milenio, digámonos las cosas por su nombre: cuando
dejamos que los crímenes se traspapelen en el olvido no contribuimos a la
reconciliación, contribuimos a que los crímenes perfectos se vuelvan
perfectos.
Usted, señor
Sanguinetti, habla de sus esfuerzos por pacificar, por "restañar
todas las heridas de la violencia política que pudieran restañarse".
Eso, ni usted ni nadie lo conseguirá mientras no se alumbre completamente
lo que permanece escondido, licuado por la desmemoria o la indiferencia.
Para restañar usted deberá, como suele decirse, ir hasta las últimas
consecuencias en la investigación. Hasta las últimas consecuencias sin
mirar a quién, y sin fijarse en las consecuencias. ¿A usted le parece
que ya ha ido hasta las últimas consecuencias sin fijarse en las
consecuencias?
Hay que gritarlo hasta que se oiga: lo que
importa es que el nieto de Gelman, como usted, como Gelman, como
yo, como todos, nació para vivir. Y vivir significa, entre otras cosas,
no sólo respirar sino también saber quiénes son la madre y el padre que
nos parió.
Desde luego que
aconsejar no es aconsejable, pero de todas maneras me permito decirle que
usted, desde el sitio en el que ha sido puesto sufragio mediante, tiene
que hacer no sólo todo lo posible por alumbrar este renovado crimen.
Tiene, además, que hacer lo imposible.
Ante ciertos episodios
que desfondan la índole humana, todos tenemos la imperiosa obligación de
afrontar esta pregunta: ¿en qué consiste hacer lo imposible? Consiste en
hacerlo. Consiste en no dejarlo para mañana, ni para esta tarde, ni en
otras manos. Consiste en considerar a este caso (como a todos los
semejantes) en algo crucial, de vida o muerte. Consiste en no permitirse
pegar un ojo hasta alumbrar lo que hay que saber.
Consiste en no medir las consecuencias de la búsqueda. Consiste en
darse cuenta, desde las tripas hasta el corazón, que si este caso se
disuelve en el olvido le estaremos haciendo el caldo gordo a la muerte y
habremos condecorado a la impunidad. De paso, se estará atentando contra
la médula de la democracia. Con la pasividad afirmaremos que la condición
humana no ha podido avanzar ni un centímetro en un milenio.
Usted, señor
Sanguinetti, dirá que es muy fácil reclamar al voleo y desde el llano.
Que la trama del gobernar es demasiado compleja y no siempre permite hacer
eso que bien intencionadamente se quisiera hacer.
Ante eso yo le digo, desde mi condición de habitante de este
mundo, que no importa que no se pueda hacer lo que hay que hacer. Hágalo
de todas maneras.
Más arriba, señor
Sanguinetti, me atreví a preguntarle si realmente cree que usted accionó
hasta las últimas consecuencias. Dudo de que lo haya hecho. Dudo a partir
de algo que usted confiesa en su carta a Gelman.
Usted escribe que desea "fervientemente" que "se dé
un paso más para cerrar este triste capítulo de nuestra historia".
Calificar solamente de "triste" a este capítulo de la historia
en el que no sólo se violó la vida sino que se violó la muerte, en el
que se desnucó el colmo de los colmos robándoles sus criaturas a los
asesinados y desaparecidos, resulta muy benevolente, muy tibio de su
parte. El capítulo, usted lo sabe, fue infinitamente más que triste: fue
alevoso hasta la obscenidad, desfondó lo humano hasta la inhumanidad.
En otro párrafo de su
carta, señor Sanguinetti, usted le expresa a Gelman que "ni yo ni
nadie en el mundo tiene la capacidad de milagro de aclarar algo tan difícil
con sólo una orden". Y después le reprocha que Gelman le "dio
129 días para intentar ayudarlo, pidió un milagro..." Dos veces
usted se detiene en el "milagro". Y con esto da a entender que
usted no hizo, todavía, todo lo que debería hacer.
¿Pero es que le
estamos pidiendo un milagro, señor Sanguinetti? Sí, por lo menos un
milagro. Pero que no haya confusiones: que nos quede claro: los verdaderos
milagros no caen del cielo, no vienen de arriba. Hay que hacerlos aquí en
la Tierra, a veces a costa de meter el dedo en el ventilador, a costa de
ser políticamente incorrecto.
Señor, haga lo
imposible. Hasta que sea posible. Propóngase el milagro. No pegue un ojo.
Busque desesperadamente, sin feriados y hasta en las fiestas de guardar.
No se baje del insomnio por nada del mundo. Porque se trata de que la
democracia no sea cartón pintado. Porque se trata de la vida.
Porque, señor
Sanguinetti, el nieto/nieta de Gelman es también su nieto. Y esto no es
literatura, aquí no hay metáfora que valga.
Usted puede hacer algo
más. Algo a fondo. ¿A usted le parece que ya lo hizo? Dicho de otra
manera: ¿a usted, en esta investigación, le parece que ha hecho todo lo
que hubiera hecho si la criatura robada fuera un nieto de su apellido y de
su sangre?
Si así fuera, usted,
hoy, como Gelman, tampoco bajaría los brazos.
Me despido rápido,
sin la cortesía de un apretón de manos, porque usted, señor
Sanguinetti, sin un instante de demora necesita tener las dos manos
sueltas. Métale. Porque se trata de la vida de la Vida.
Urgentemente, Rodolfo Braceli
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