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Rodolfo Daer no salía
de su asombro.
Repasó una vez más
el reportaje a Hugo Moyano y volvió a mascullar bronca.
--La dijo, la dijo.
En verdad, el
dirigente camionero nunca mencionó la palabra devaluación. Pero apeló a
todos sus sinónimos: terminar con la convertibilidad, salir del uno a
uno, eliminar la paridad cambiaria....
Daer tuvo que dejar
Punta Mogotes para defender a su compañero circunstancial de ruta. Fue un
viaje corto. Organizó un coloquio en el hotel Hermitage, en el centro de
Mar del Plata. Hizo malabarismos, un doble salto mortal y miles de vueltas
carnero. Pero sabía que ya era imposible dar marcha atrás.
Dentro de la CGT
muchas veces se evaluó la conveniencia de discutir públicamente la
convertibilidad. En un restaurante de Puerto Madero, en diciembre, Carlos
West Ocampo se animó a sacar el tema entre amigos. Alternando bocados de
asado y de papas fritas, consideró que el crédito que la gente le viene
otorgando a Fernando de la Rúa no será de larga duración.
--Esto se acaba cuando
se empiece a hablar de devaluación... en cinco meses más, quizás
ocho... Después la gente va a salir sola a la calle --aseguró el jefe de
prensa de la central sindical.
Armando Cavalieri
asintió. El dirigente mercantil fue uno de los primeros en hacer oír su
queja por los efectos de la paridad cambiaria y en divulgar que ese mal
humor es extensible a sectores de la pequeña y mediana empresa. Pero
siempre en comidas, reuniones reservadas o eventos sindicales. Nunca en público.
Moyano, evidentemente,
pateó el tablero. Y arriesgó en público un tema que eriza la piel de la
clase media, sobre todo aquella endeudada en dólares. Es más, confesó
que la CGT le había hecho llegar el mismo planteo al Gobierno en una de
las reuniones que mantuvo con el ministro de Trabajo, Alberto Flamarique.
Pero al otro día de
lanzar la piedra, el camionero sintió el vacío de aquel que rompe con un
pacto. "Es como la historia del Rey Desnudo: nadie de su corte se
animaba a decirle que estaba desnudo. Yo lo único que hice fue
decirlo" confesó.
Para el Gobierno fue
demasiado. Y pasó, sin escalas, de la prédica dialoguista a la
confrontación directa. Un sindicalista lo explicó en lenguaje de salón.
"De susurros en la oreja pasaron a darnos patadas en los
huevos". Se refería, concretamente, a las tres medidas anunciadas en
la semana.
* El decreto que deja
a la CGT sin el control de fondo de 360 millones de las obras sociales.
* El envío del
proyecto de reforma laboral al Congreso.
* Las intenciones de
desregular aún más el sistema de salud, para que las prepagas puedan
competir con las obras sociales sindicales.
Para completar, De la
Rúa se regodeó con una encuesta de Mora y Araujo, que hace mella en la
mala imagen de la dirigencia sindical, pero poco avanza sobre la cuestión
de fondo: si la reforma laboral creará condiciones para la generación de
empleo.
Si la falta de
paraguas partidario --por la disputa de poder interno en el PJ-- había
llevado a la CGT a unificar sus fuerzas, la embestida del Gobierno ahora
pone en duda ese proceso.
La cúpula cegetista,
allegada al menemismo, optó por desensillar hasta que aclare. En los últimos
años sacó más rédito entre cuatro paredes que apelando a la protesta
abierta. Y no sólo con Carlos Menem. A la misma Alianza le arrancó la
posibilidad de mantenerse en el PAMI, pese a los años de convivencia de
sus dos representantes en esa obra social con el cuestionado Víctor
Alderete.
En reserva, ya habían
obtenido otras dos promesas: el ministro de Salud, Héctor Lombardo, le
aseguró a la CGT tres representaciones en el organismo que maneja los
fondos de las obras sociales. Y Flamarique le aseguró que cualquier
reforma laboral saldrá por "consenso".
Después de que Moyano
se desbocó, los compromisos se desvanecieron. Pero Daer no quiere hacer más
ruido. Sabe que el Gobierno está apostando fuerte. A tal punto que el
jefe de la cartera laboral no descartó la vía del decreto si el Senado,
de mayoría justicialista, cajonea la iniciativa.
La CGT tampoco cuenta
con el apoyo de los gobernadores del PJ, quienes por diferenciarse de
Menem --y en casos como el de Carlos Ruckauf, por mantener un equilibrio
con la oposición en su propia provincia-- se muestran condescendientes
con De la Rúa.
A diferencia de Daer,
en el Movimiento de Trabajadores Argentinos, la corriente interna de la
CGT que encabeza Moyano, están jugados a la confrontación. El camionero
impulsa la realización de un acto multitudinario en el Etchart, la cancha
techada de Ferro, para el 2 de febrero. La excusa es celebrar un nuevo
aniversario del MTA. El objetivo: atacar todos y cada uno de los puntos de
la reforma laboral.
Pero entre el silencio
de Daer y el ruido de Moyano hay varias coincidencias. La primera, que ya
la hicieron pública, es que la arquitectura de la reforma laboral tiene
su origen en el Fondo Monetario.
Flamarique podrá
negarlo. Pero el período de prueba de un trabajador por el lapso de un año
fue solicitado por la representante del organismo internacional, Teresa
Ter Minassian, ante los propios dirigentes sindicales.
Aunque fuera a
cuentagotas, el FMI espera que el resto de sus reclamos se conviertan en
proyectos. Entre ellos el fraccionamiento de las vacaciones y el aguinaldo
y la desregulación total del sistema de obras sociales, una propuesta que
el ministro de Economía, José Luis Machinea, ve con buenos ojos.
--Lo que hace el
Gobierno es una inversión a futuro. Nos destroza ahora para evitar que
canalicemos el descontento social que se va a empezar a notar en algunos
meses --razonó un conspicuo dirigente gremial.
Hay otra cosa que en
la CGT y el MTA coinciden. Y es que las palabras de Moyano no sólo
jugaron en contra del perfil negociador con el que la cúpula sindical se
presentó ante el nuevo gobierno, sino también del propio dirigente
camionero, quien aspira a suceder a Daer al frente de la central. En privado, son innumerables los dirigentes sindicales que mencionaron la palabra innombrable. En público, sólo fue Moyano el que la dijo. La dijo.
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