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OPINION

Pase de factura

Por Miguel Bonasso

En un giro sorpresivo, que se parece mucho a un pase de facturas, los abogados de los cuatro lúmpenes de Los Hornos, Fernando Burlando y Juan Martín Cerolini, les recordaron a los acusadores y al propio tribunal algo muy cierto: este juicio de Dolores se sustenta, pura y exclusivamente, en la confesión de sus pupilos. Sin la película de los horneros, como la llamaba el fallecido colega Carlos Dutil, todavía estaríamos presenciando la vergüenza de aquella otra farsa que fue el "montaje" de "los Pepitos", en el que la víctima, José Luis Cabezas, aparecía ensuciado por los investigadores del comisario Víctor Fogelman como el extorsionador de la madama marplatense Margarita Di Tullio. Burlando, un letrado de apellido premonitorio, vinculado al ex gobernador Eduardo Duhalde, a su ex secretario de Seguridad Alberto Piotti y a la Policía Bonaerense, recordó muy clarito que, aunque no exista todavía la famosa ley del arrepentido, sus pupilos aceptaron autoincrimnarse con fervor para sacar una ventaja personal y no para que los mandaran a reclusión perpetua igual que a Gregorio Ríos y Gustavo Prellezo. Gran parte de su exposición fue espesa y repetitiva, pero alcanzó cotas destacables de elocuencia cuando recordó lo que le debían a él y a sus ahijados procesales los integrantes del Ministerio Público. El hombre al que nadie sabe todavía quién le paga los honorarios tuvo razón al decirle a la fiscal Claudia Castro que no se podía dividir arbitrariamente la película contada por sus muchachos y tomar de ella lo que conviene y desechar el resto. O los horneros contaron la verdad o no la contaron. Y si mintieron, todo esto que está ocurriendo en Dolores se parece demasiado a una nueva farsa con nuevo título y nueva banda. Con lenguaje duro y actualizado, que recuerda más el merchandising contemporáneo que los latigazos jurídicos del pasado, Burlando pareció decir: este guión se compra entero o no se compra. Si los pibes dijeron que sólo iban a pegarle un par de cachetadas a la víctima hay que creerles y darles la pena más liviana que el Código marca para la privación ilegítima de la libertad, porque gracias a los pibes (a los que dicho sea de paso sepultó esta vez como débiles mentales) se pudo llegar a Prellezo y, a través de él, a Ríos y a quien más le interesaba en su momento a Duhalde, que era Alfredo Enrique Nallib Yabrán. El blanco a través del cual sacudirle con el Excalibur a ese Menem que insistía con la re-re. En algún momento de estas audiencias, Burlando recordó en los pasillos los compromisos que había asumido Duhalde cuando habló con el atribulado Héctor Retana en su quinta de San Vicente y el nuevo gobernador Carlos Ruckauf dijo que los acuerdos hechos por su antecesor se respetarían. Es evidente que ante la certidumbre de ese pozo que se avecina para sus pupilos, que se reflejó en el rostro angustiado de Retana (porque los otros, salvo el torvo Braga, parecían estar en una clase aburrida), Burlando y Cerolini decidieron pasar la factura y hablar, curiosamente, de "historia oficial". La misma que ayudaron a erigir con las otras hadas, como el misterioso rabdomante. Una historia innoble, plagada de ausencias, que no es el mejor homenaje a José Luis Cabezas a tres años de su muerte horrenda.

 

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