En
un giro sorpresivo, que se parece mucho a un pase de facturas, los
abogados de los cuatro lúmpenes de Los Hornos, Fernando Burlando y
Juan Martín Cerolini, les recordaron a los acusadores y al propio
tribunal algo muy cierto: este juicio de Dolores se sustenta, pura y
exclusivamente, en la confesión de sus pupilos. Sin la película de
los horneros, como la llamaba el fallecido colega Carlos Dutil, todavía
estaríamos presenciando la vergüenza de aquella otra farsa que fue
el "montaje" de "los Pepitos", en el que la víctima,
José Luis Cabezas, aparecía ensuciado por los investigadores del
comisario Víctor Fogelman como el extorsionador de la madama
marplatense Margarita Di Tullio. Burlando, un letrado de apellido
premonitorio, vinculado al ex gobernador Eduardo Duhalde, a su ex
secretario de Seguridad Alberto Piotti y a la Policía Bonaerense,
recordó muy clarito que, aunque no exista todavía la famosa ley del
arrepentido, sus pupilos aceptaron autoincrimnarse con fervor para
sacar una ventaja personal y no para que los mandaran a reclusión
perpetua igual que a Gregorio Ríos y Gustavo Prellezo. Gran parte de
su exposición fue espesa y repetitiva, pero alcanzó cotas
destacables de elocuencia cuando recordó lo que le debían a él y a
sus ahijados procesales los integrantes del Ministerio Público. El
hombre al que nadie sabe todavía quién le paga los honorarios tuvo
razón al decirle a la fiscal Claudia Castro que no se podía dividir
arbitrariamente la película contada por sus muchachos y tomar de ella
lo que conviene y desechar el resto. O los horneros contaron la verdad
o no la contaron. Y si mintieron, todo esto que está ocurriendo en
Dolores se parece demasiado a una nueva farsa con nuevo título y
nueva banda. Con lenguaje duro y actualizado, que recuerda más el merchandising
contemporáneo que los latigazos jurídicos del pasado, Burlando
pareció decir: este guión se compra entero o no se compra. Si los
pibes dijeron que sólo iban a pegarle un par de cachetadas a la víctima
hay que creerles y darles la pena más liviana que el Código marca
para la privación ilegítima de la libertad, porque gracias a los
pibes (a los que dicho sea de paso sepultó esta vez como débiles
mentales) se pudo llegar a Prellezo y, a través de él, a Ríos y a
quien más le interesaba en su momento a Duhalde, que era Alfredo
Enrique Nallib Yabrán. El blanco a través del cual sacudirle con el
Excalibur a ese Menem que insistía con la re-re. En algún momento de
estas audiencias, Burlando recordó en los pasillos los compromisos
que había asumido Duhalde cuando habló con el atribulado Héctor
Retana en su quinta de San Vicente y el nuevo gobernador Carlos
Ruckauf dijo que los acuerdos hechos por su antecesor se respetarían.
Es evidente que ante la certidumbre de ese pozo que se avecina para
sus pupilos, que se reflejó en el rostro angustiado de Retana (porque
los otros, salvo el torvo Braga, parecían estar en una clase
aburrida), Burlando y Cerolini decidieron pasar la factura y hablar,
curiosamente, de "historia oficial". La misma que ayudaron a
erigir con las otras hadas, como el misterioso rabdomante. Una
historia innoble, plagada de ausencias, que no es el mejor homenaje a
José Luis Cabezas a tres años de su muerte horrenda.
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