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El
Lancastrian que se estrelló en el Tupungato había pertenecido a la Royal
Air Force (RAF) y
pasó de bombardear a los alemanes en la Segunda Guerra a transportar
pasajeros hacia Sudamérica. Pudo haber escondido para siempre su destino
en la montaña. Pero en 1998, un andinista de Tandil, Pablo Reguera,
descubrió los indicios de un accidente aéreo y transmitió la novedad a
sus amigos en Mendoza: José Moiso, un aviador civil de 59 años, y su
hijo, Alejo, montañista e instructor de parapente, de 26. Ambos, junto a
Gustavo Marón, rastrearon los antecedentes de aviones caídos en la zona.
"Descubrimos que en el Tupungato nunca había sido encontrado ningún
avión. Y que de los que habían caído en Mendoza, sólo uno no había
sido encontrado: el Lancastrian perdido en 1947", aseguró José
Moiso a Página/12.
A
partir de ese dato se organizó la primera expedición con personal del
Regimiento de Infantería XI del Ejército, en marzo del '99. Pero un
temporal les impidió llegar hasta el lugar del accidente. La segunda
oportunidad llegó el 15 de este mes. Alejo Moiso partió acompañado por
Armando Cardozo, sargento ayudante y baqueano; Héctor Salinas, cabo 1ª,
y Walter Bustos, soldado voluntario.
Después
de dos días de marcha a lomo de mula, la expedición llegó a la base del
Tupungato. "Nos llevó otros dos días llegar hasta el glaciar donde
estaba el avión. Está en una zona de difícil acceso: hubo que llegar
con la ayuda de piquetes, cuerdas y grampones", relató Alejo Moiso a
este diario. Los restos del aparato fueron encontrados a 5500 metros de
altura. El Tupungato tiene 6800.
"No
había partes enteras del avión. Encontramos restos de fuselaje, la punta
de un ala, un motor, una hélice, y tubos de oxígeno individuales que
usaban los pasajeros, entre otras partes que estaban diseminadas en un área
de seis kilómetros cuadrados. Algunas de ellas estaban quemadas, como si
el avión se hubiera incendiado", agregó el expedicionario.
El
grupo encontró tres cadáveres mutilados, cuerpos sin la cabeza ni los
miembros, un brazo y una mano, presuntamente de mujer, enterrados en el
hielo, conservados como si el accidente hubiera ocurrido unas horas atrás.
"También vimos un saco de vestir de tela escocesa, muy desgastada
por estar a la intemperie, boinas verdes de la tripulación y botas de la
RAF. Había valijas y otras prendas sepultadas en el hielo", contó
el montañista.
--¿Qué
grado de certeza tiene de que se trata del avión perdido en 1947? --le
preguntó Página/12 a Moiso padre.
--Más
de un 90 por ciento. Sabemos que el motor es un Rolls Royce, como el que
tenían los Lancaster --luego llamados Lancastrian--. Y sabemos que de los
40 aviones que cayeron en la cordillera en el territorio de Mendoza, éste
es el único que faltaba encontrar.
"Lo
único que resta chequear es el número del motor del avión con el de la
máquina que tuvo el accidente. Tenemos la placa de identificación",
dijo a Página/12 el teniente coronel Ricardo Bustos, jefe del Regimiento
de Infantería XI de Montaña. "Ya pasamos todos los datos a la
superioridad del Ejército y al juez federal de Mendoza, Alfredo Manuel
Rodríguez, que tendrán que ponerse en contacto con las autoridades
diplomáticas de Gran Bretaña", agregó el oficial. En la Embajada
del Reino Unido en Buenos Aires no tenían ayer información oficial sobre
el hallazgo.
El
avión accidentado había sido un bombardero de la Royal Air Force y al
finalizar la Segunda Guerra fue reciclado como avión comercial. Cubría
el trayecto desde Londres hasta Río de Janeiro, Montevideo o Buenos
Aires, haciendo escala en la isla de Ascención, y su destino final era
Santiago de Chile.
El
accidente se produjo el 2 de agosto de 1947. El Star Dust --como había
sido bautizado-- había partido de la base aérea de Morón a las 10.46,
con cinco tripulantes y seis pasajeros: Paul Simpson, un correo diplomático
británico; Martha Limpert, alemana con pasaporte chileno, Harold Pagh, de
nacionalidad suiza; otros dos británicos, Peter Young y Eric Godorham, y
un ciudadano palestino de apellido Atallah. El aparato era comandado por
Reginald James Cook, que había combatido para la RAF, y estaba acompañado
por dos oficiales, un radiotelegrafista y una camarera.
A
raíz de la tormenta, el avión tuvo que aterrizar en el aeropuerto
mendocino de Los Tamarindos (hoy, El Plumerillo). Volvió a levantar vuelo
a las 14.30 y se internó en la cordillera. A las 15.15 se registró la última
comunicación del comandante. La búsqueda, a cargo de esquiadores y
avezados pilotos, duró semanas, pero se orientó hacia el Aconcagua y el
Mercedario, en San Juan. Hubo que esperar más de 53 años y una
casualidad para encontrarlo.
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