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Pero el cambio de
aires también es comprensible. Hasta 1990, el director parecía tenerlo
todo: bellas esposas como Diane Keaton y Mia Farrow, críticas excelentes
y films míticos como Hannah y sus hermanas, Annie Hall y Manhattan. Pero
desde que inició su romance con Soon Yi, la hija adoptiva de Mia Farrow,
no sólo recibió críticas, sino que además tuvo que someterse a un
penoso juicio y denuncias de abuso sexual a sus hijos pequeños. Sus
conciudadanos neoyorquinos, de cuyas neurosis Allen hizo inspiradas
disecciones fílmicas, ya no lo respetan tanto. Aunque la mística de su
nombre sigue atrayendo actores renombrados: su nuevo film Sweet and
Lowdown tiene como protagonista a Sean Penn, y su próxima película tendrá
a Hugh Grant interpretando a un encargado de subastas de Sotheby's.
El director, que tiene
65 años, tiene un plan para su estadía londinense, que, en principio,
durará un año. Quiere dirigir obras de teatro de un solo acto en las tan
de moda salas "boutique" de Londres, un proyecto que fue
rechazado por productores neoyorquinos por considerarlo demasiado caro.
Reducirá costos contratando a astros de Hollywood que nunca aparecerían
en escenarios de Nueva York, pero que tienen ganas de actuar en la capital
inglesa, dado el éxito de obras como The Blue Room con Nicole Kidman y
The iceman cometh, protagonizada por Kevin Spacey. Por
supuesto, Allen siempre fue un anglófilo. En sus últimos films cada vez
contrató más y más actores británicos: Tim Roth (Todos dicen te
quiero) Helena Bonham Carter (Los secretos de Harry) y Kenneth Brannagh
(Celebrity), por ejemplo. Y quedó fascinado con la ciudad desde que actuó
allí con su banda, la New Orleans Jazz Band, en el Royal Festival Hall,
en 1993. El crítico de cine Barry Norman confirmó el traslado de Allen
cuando contó que "Woody es un fan de Inglaterra y seguro se
establecerá allí. Sé que también es un gran fan del béisbol, así que
probablemente extrañará a los New York Yankees. Pero, por lo demás,
estará en encantado en Londres". Además, siempre y cuando sus
obsesiones particulares sean respetadas, Woody Allen parece estar más
abierto a viajar y conocer otros lugares. Su casamiento con Soon Yi en
Venecia y su gira europea con la banda de jazz son sólo ejemplos. Lo que
sí tiene que mantenerse siempre son sus rituales obsesivos: Allen tiene
que almorzar pescado todos los días, no puede compartir un baño y no
resiste ni siquiera ver un perro.
Su mudanza londinense
quizá haga renacer el gusto de Allen por escribir obras teatrales: en
este momento tiene tres piezas terminadas, tituladas Dios, Sexo y Muerte,
cuyos originales escribió en los años 70. La intención de Allen es
desarrollarlas en teatros pequeños como el Almeida o el Donmar Warehouse
(donde actuaron Kevin Spacey y Kidman respectivamente). El Almeida, por lo
pronto, ya le dio visto bueno al proyecto.
Los fans de Allen,
claro, tienen ganas de que el director filme en Londres alguna de sus
comedias neuróticas. Pero el crítico Norman tiene sus dudas. "A mí
personalmente me fascinaría que lo haga, pero creo que Woody seguirá
reflejando sus raíces culturales en sus films". Es sabido también
que Allen toca jazz en un pub neoyorquino todos los lunes a la noche,
desde hace 20 años. Incluso, dice la leyenda, nunca asistió a una
ceremonia de los premios Oscar porque su compromiso musical se lo impide.
En 1996, Allen llevó a su clarinete por el mundo, cuando le pagaron
50.000 dólares por noche por tocar en una serie de conciertos en Europa
(toda esa gira puede verse en el film El blues del hombre salvaje).
Obviamente necesita esta misma forma de relax en su nueva dirección. Y
aparentemente encontró un lugar donde tocar: el club Ronnie Scott, en
Soho, donde ya está invitado para tocar en noches especiales. Obviamente,
no por 50.000 dólares. Sólo por gusto.
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