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HISTORIA DE UNA VICTIMA DEL AVION APARECIDO TRAS 53 AÑOS
La trágica odisea por volver a Chile

Una mujer fue a Alemania y quedó atrapada por la guerra. Años después, volvía en el avión que se cayó. El relato de su nieto.

Rodolfo Limpert vio por última vez a su abuela Martha cuando tenía 8 años, ahora tiene 74.
El lunes se enteró de que el avión británico en el que viajaba apareció en un cerro mendocino.


Por Eduardo Videla

t.gif (862 bytes) "Nunca perdí la esperanza de que la abuelita se hubiera salvado. Pensaba que ella podía haber perdido la memoria y que andaría por ahí, extraviada, pero viva". Así recuerda Rodolfo Limpert a su abuela Martha, que desapareció el 2 de agosto de 1947, junto con el avión británico que venía desde Londres y cruzaba desde la Argentina hacia Santiago de Chile. Desde ese día nunca más tuvo noticias de ella hasta este lunes, cuando una periodista le dio la noticia: la aeronave apareció hecha pedazos en el cerro Tupungato, en Mendoza, a 5500 metros de altura, ante los ojos de un grupo de exploradores militares y civiles. Con la salud ya deteriorada, Rodolfo --que tiene ahora 74 años-- se puso a llorar. Anoche, en diálogo con Página/12, desde su departamento de Santiago, el hombre dijo que, si encuentran el cadáver, quiere que sea llevado a Chile, "porque los muertos tienen que regresar a su país, y mi abuela era alemana, pero se había nacionalizado chilena".
A los 67 años, ése era el primer viaje que Martha Limpert hacía en avión. Había empezado una verdadera travesía nueve años antes, cuando viajó con su esposo a Alemania y quedó atrapada por la Segunda Guerra.
Los Limpert, nacidos en Alemania, llevaban ya mucho años en Temuco, en el sur de Chile, donde habían hecho una fortuna como propietarios de una finca. "Mi abuelo quería viajar a su tierra natal antes de morir. Tenía 70 años cuando se fueron, en 1938. Yo tenía 8, y nunca los volví a ver", cuenta Rodolfo.
El hombre ahora vive con su mujer y su hija menor, Flor, de 32 años, en un departamento en los suburbios de Santiago. Como si contara una leyenda, habla de los años en que viajaba a Temuco a visitar a sus abuelos. "La abuela me preparaba unos dulces alemanes y me regalaba monedas. Era muy cariñosa con todos, pero yo era uno de sus nietos preferidos. Y me enseñaba a hablar en alemán", cuenta Rodolfo, que ya olvidó lo que sabía de ese idioma.
"Le tenía mucho afecto a mi abuela --recuerda--. Era una mujer hermosa, alta, de pelo canoso y piel blanca. Yo siempre iba a visitarla. Vivían en la ciudad, pero tenían un campo en las afueras, donde cultivaban y criaban ganado. Mi abuelo se dedicaba a fumar y a recorrer el campo con mi abuela".
Cuando los abuelos se fueron, se siguieron comunicando por carta. "Pero la correspondencia a veces no llegaba, o venía censurada", recuerda el hombre. "Como Alemania estaba bloqueada no podían regresar", agrega. Cuando finalizó la guerra, los seis hijos que habían quedado en Chile comenzaron a hacer gestiones para traerlos de vuelta. Pero no fue fácil. Primero consiguieron que los trasladaran a Londres. Pero allí murió don Julio, el abuelo, que ya tenía 79.
"Allí la abuela hizo los trámites y se embarcó en el primer avión que venía a Sudamérica", dice Rodolfo. El avión era el Lancaster de la Royal Air Force, una nave de combate que había bombardeado a los alemanes en la guerra y que después de la contienda fue reciclado para el transporte de pasajeros. El avión salió desde Londres, hizo una escala en la isla Ascención, en el Atlántico y otra en Buenos Aires, donde se embarcaron dos pasajeros.
Con cinco tripulantes y seis pasajeros a bordo --cuatro ingleses, un palestino y Martha, alemana y chilena a la vez-- partió a las 10.46 de la base aérea de Morón. Volvió a detenerse en el aeropuerto de Los Tamarindos --hoy, El Plumerillo--, porque en la cordillera había una tormenta. Pero el comandante de la nave, Reginald James Cook, un piloto avezado que había combatido para la RAF, decidió emprender viaje hacia el destino final. Partieron a las 14.30 y 45 minutos después se registró la última comunicación con tierra, cuando el avión intentaba esquivar una tormenta de nieve.
"Años después me encontré con un sacerdote mendocino, que había hablado ese día con el piloto. Le aconsejó que no despegara. Pero el hombre estaba confiado y decidió salir igual", dice Rodolfo a Página/12.
Aquel sábado 2 de agosto, cuando regresaba de una excursión a la cordillera, Rodolfo se encontró con la noticia de que el avión en que volvía su abuela había desaparecido. "Me causó mucha angustia, sobre todo porque buscaron mucho tiempo al avión y nunca los encontraron. Parecía que se los había tragado la tierra. No teníamos idea si había caído en el mar o en la cordillera. Creímos que nunca más los iban a encontrar".
La noticia del hallazgo fue un nuevo shock para Rodolfo, 53 años después. No se enteró por los diarios ni por los noticieros de TV, sino por el llamado de una periodista de La Tercera que buscaba descendientes de las víctimas. "La noticia lo afectó demasiado", agregó su hija, Flor, que no conoció a su bisabuela, pero conoce de memoria todas las historias que le contó su padre, cuando era niña.
"Mi mayor deseo ahora es que encuentren el cuerpo y poder traerlo. Porque todos los muertos tienen que estar en su país, cerca de su familia. Pero yo no tengo los recursos para traerlo", dice el hombre, que no sabe que ésa, en todo caso, es una tarea de los gobiernos argentino y chileno.
Después de trabajar durante años como operario en una fábrica de pinturas, Rodolfo es jubilado. No puede explicar ahora dónde fue a parar la fortuna de sus abuelos, pero sabe de sobra que a él no le tocó un peso. Jaqueado por la diabetes y la emoción, Rodolfo sólo quiere ahora poder cerrar esta historia.

 


 

El rescate debe ser en verano

Por E.V.

El gobierno británico expresó, a través de su embajada en Buenos Aires, su interés en que sean identificadas las víctimas del avión hallado en el cerro Tupungato, en la provincia de Mendoza, caído en medio de una tormenta de nieve hace 53 años, según confirmaron a Página/12 fuentes de esa misión diplomática. En función de esa demanda, el juez federal de Mendoza, Alfredo Manuel Rodríguez, le pidió al Ejército un informe para establecer qué posibilidades existen de rescatar los cuerpos, algunos de ellos mutilados, que están enterrados en un glaciar, en la ladera sur del cerro, a 5500 metros de altura.
El avión británico Lancaster, de la British South American Airways, se había perdido en la Cordillera el 2 de agosto de 1947. Viajaban cinco tripulantes y seis pasajeros. Ocho de las once personas eran de nacionalidad británica, y entre los otros tres había un suizo, un palestino y una mujer alemana con pasaporte chileno.
"Pedí un informe detallado al Ejército del lugar donde fue encontrado el aparato, las fotos que fueron tomadas y los objetos que fueron recuperados", dijo a Página/12 el juez Rodríguez. "Quiero establecer si es posible rescatar a las víctimas para establecer su identidad, pero antes es necesario establecer si tienen descendientes".
El juez ya recibió llamadas de la embajada de Gran Bretaña y del consulado de Chile en Mendoza. En este último país viven descendientes de al menos dos de los pasajeros de la nave accidentada: la alemana Martha Limpert y un ciudadano palestino de apellido Atallah.
El juez adelantó a este diario que la primera medida que tomará será "preservar la zona del accidente, cerrando todas las vías de acceso, para evitar que se pierdan piezas". Se refería a una vieja costumbre de los andinistas, que acostumbran a llevarse souvenirs de sus hallazgos en la alta montaña.
Los restos del avión fueron encontrados por una expedición integrada por el suboficial del Ejército y baqueano Armando Cardozo, el montañista Alejo Moiso, y otros dos hombres. El grupo halló partes del fuselaje y el motor del avión, restos de tres cuerpos mutilados, enterrados en un bloque de hielo, ropas y valijas de los pasajeros.
El jefe del Regimiento de Infantería XI de Montaña, teniente coronel Ricardo Bustos, dijo a Página/12 que "es posible, aunque difícil" rescatar a las víctimas, pero advirtió que la tarea debe realizarse antes de marzo, "ya que después comienzan los temporales y la nieve puede tapar todo". Si la operación de rescate no se hace en verano, habrá que esperar al año que viene.
El militar es un experto montañista que en 1981 participó del rescate de una momia inca en el Aconcagua. "Para recuperar los cuerpos va a haber que emplear el mismo procedimiento: picar el hielo con mucho cuidado para que no se destruyan." La identificación de los cadáveres deberá hacerse mediante pruebas de ADN.

 

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