Por Eduardo Videla
"Nunca
perdí la esperanza de que la abuelita se hubiera salvado. Pensaba que
ella podía haber perdido la memoria y que andaría por ahí, extraviada,
pero viva". Así recuerda Rodolfo Limpert a su abuela Martha, que
desapareció el 2 de agosto de 1947, junto con el avión británico que
venía desde Londres y cruzaba desde la Argentina hacia Santiago de Chile.
Desde ese día nunca más tuvo noticias de ella hasta este lunes, cuando
una periodista le dio la noticia: la aeronave apareció hecha pedazos en
el cerro Tupungato, en Mendoza, a 5500 metros de altura, ante los ojos de
un grupo de exploradores militares y civiles. Con la salud ya deteriorada,
Rodolfo --que tiene ahora 74 años-- se puso a llorar. Anoche, en diálogo
con Página/12, desde su departamento de Santiago, el hombre dijo que, si
encuentran el cadáver, quiere que sea llevado a Chile, "porque los
muertos tienen que regresar a su país, y mi abuela era alemana, pero se
había nacionalizado chilena".
A los 67 años, ése era el primer viaje que Martha Limpert hacía en
avión. Había empezado una verdadera travesía nueve años antes, cuando
viajó con su esposo a Alemania y quedó atrapada por la Segunda Guerra.
Los Limpert, nacidos en Alemania, llevaban ya mucho años en Temuco, en el
sur de Chile, donde habían hecho una fortuna como propietarios de una
finca. "Mi abuelo quería viajar a su tierra natal antes de morir.
Tenía 70 años cuando se fueron, en 1938. Yo tenía 8, y nunca los volví
a ver", cuenta Rodolfo.
El hombre ahora vive con su mujer y su hija menor, Flor, de 32 años, en
un departamento en los suburbios de Santiago. Como si contara una leyenda,
habla de los años en que viajaba a Temuco a visitar a sus abuelos.
"La abuela me preparaba unos dulces alemanes y me regalaba monedas.
Era muy cariñosa con todos, pero yo era uno de sus nietos preferidos. Y
me enseñaba a hablar en alemán", cuenta Rodolfo, que ya olvidó lo
que sabía de ese idioma.
"Le tenía mucho afecto a mi abuela --recuerda--. Era una mujer
hermosa, alta, de pelo canoso y piel blanca. Yo siempre iba a visitarla.
Vivían en la ciudad, pero tenían un campo en las afueras, donde
cultivaban y criaban ganado. Mi abuelo se dedicaba a fumar y a recorrer el
campo con mi abuela".
Cuando los abuelos se fueron, se siguieron comunicando por carta.
"Pero la correspondencia a veces no llegaba, o venía
censurada", recuerda el hombre. "Como Alemania estaba bloqueada
no podían regresar", agrega. Cuando finalizó la guerra, los seis
hijos que habían quedado en Chile comenzaron a hacer gestiones para
traerlos de vuelta. Pero no fue fácil. Primero consiguieron que los
trasladaran a Londres. Pero allí murió don Julio, el abuelo, que ya
tenía 79.
"Allí la abuela hizo los trámites y se embarcó en el primer avión
que venía a Sudamérica", dice Rodolfo. El avión era el Lancaster
de la Royal Air Force, una nave de combate que había bombardeado a los
alemanes en la guerra y que después de la contienda fue reciclado para el
transporte de pasajeros. El avión salió desde Londres, hizo una escala
en la isla Ascención, en el Atlántico y otra en Buenos Aires, donde se
embarcaron dos pasajeros.
Con cinco tripulantes y seis pasajeros a bordo --cuatro ingleses, un
palestino y Martha, alemana y chilena a la vez-- partió a las 10.46 de la
base aérea de Morón. Volvió a detenerse en el aeropuerto de Los
Tamarindos --hoy, El Plumerillo--, porque en la cordillera había una
tormenta. Pero el comandante de la nave, Reginald James Cook, un piloto
avezado que había combatido para la RAF, decidió emprender viaje hacia
el destino final. Partieron a las 14.30 y 45 minutos después se registró
la última comunicación con tierra, cuando el avión intentaba esquivar
una tormenta de nieve.
"Años después me encontré con un sacerdote mendocino, que había
hablado ese día con el piloto. Le aconsejó que no despegara. Pero el
hombre estaba confiado y decidió salir igual", dice Rodolfo a
Página/12.
Aquel sábado 2 de agosto, cuando regresaba de una excursión a la
cordillera, Rodolfo se encontró con la noticia de que el avión en que
volvía su abuela había desaparecido. "Me causó mucha angustia,
sobre todo porque buscaron mucho tiempo al avión y nunca los encontraron.
Parecía que se los había tragado la tierra. No teníamos idea si había
caído en el mar o en la cordillera. Creímos que nunca más los iban a
encontrar".
La noticia del hallazgo fue un nuevo shock para Rodolfo, 53 años
después. No se enteró por los diarios ni por los noticieros de TV, sino
por el llamado de una periodista de La Tercera que buscaba descendientes
de las víctimas. "La noticia lo afectó demasiado", agregó su
hija, Flor, que no conoció a su bisabuela, pero conoce de memoria todas
las historias que le contó su padre, cuando era niña.
"Mi mayor deseo ahora es que encuentren el cuerpo y poder traerlo.
Porque todos los muertos tienen que estar en su país, cerca de su
familia. Pero yo no tengo los recursos para traerlo", dice el hombre,
que no sabe que ésa, en todo caso, es una tarea de los gobiernos
argentino y chileno.
Después de trabajar durante años como operario en una fábrica de
pinturas, Rodolfo es jubilado. No puede explicar ahora dónde fue a parar
la fortuna de sus abuelos, pero sabe de sobra que a él no le tocó un
peso. Jaqueado por la diabetes y la emoción, Rodolfo sólo quiere ahora
poder cerrar esta historia.
El rescate debe ser en
verano
Por E.V.
El gobierno
británico expresó, a través de su embajada en Buenos Aires, su interés
en que sean identificadas las víctimas del avión hallado en el cerro
Tupungato, en la provincia de Mendoza, caído en medio de una tormenta de
nieve hace 53 años, según confirmaron a Página/12 fuentes de esa
misión diplomática. En función de esa demanda, el juez federal de
Mendoza, Alfredo Manuel Rodríguez, le pidió al Ejército un informe para
establecer qué posibilidades existen de rescatar los cuerpos, algunos de
ellos mutilados, que están enterrados en un glaciar, en la ladera sur del
cerro, a 5500 metros de altura.
El avión británico Lancaster, de la British South American Airways, se
había perdido en la Cordillera el 2 de agosto de 1947. Viajaban cinco
tripulantes y seis pasajeros. Ocho de las once personas eran de
nacionalidad británica, y entre los otros tres había un suizo, un
palestino y una mujer alemana con pasaporte chileno.
"Pedí un informe detallado al Ejército del lugar donde fue
encontrado el aparato, las fotos que fueron tomadas y los objetos que
fueron recuperados", dijo a Página/12 el juez Rodríguez.
"Quiero establecer si es posible rescatar a las víctimas para
establecer su identidad, pero antes es necesario establecer si tienen
descendientes".
El juez ya recibió llamadas de la embajada de Gran Bretaña y del
consulado de Chile en Mendoza. En este último país viven descendientes
de al menos dos de los pasajeros de la nave accidentada: la alemana Martha
Limpert y un ciudadano palestino de apellido Atallah.
El juez adelantó a este diario que la primera medida que tomará será
"preservar la zona del accidente, cerrando todas las vías de acceso,
para evitar que se pierdan piezas". Se refería a una vieja costumbre
de los andinistas, que acostumbran a llevarse souvenirs de sus hallazgos
en la alta montaña.
Los restos del avión fueron encontrados por una expedición integrada por
el suboficial del Ejército y baqueano Armando Cardozo, el montañista
Alejo Moiso, y otros dos hombres. El grupo halló partes del fuselaje y el
motor del avión, restos de tres cuerpos mutilados, enterrados en un
bloque de hielo, ropas y valijas de los pasajeros.
El jefe del Regimiento de Infantería XI de Montaña, teniente coronel
Ricardo Bustos, dijo a Página/12 que "es posible, aunque
difícil" rescatar a las víctimas, pero advirtió que la tarea debe
realizarse antes de marzo, "ya que después comienzan los temporales
y la nieve puede tapar todo". Si la operación de rescate no se hace
en verano, habrá que esperar al año que viene.
El militar es un experto montañista que en 1981 participó del rescate de
una momia inca en el Aconcagua. "Para recuperar los cuerpos va a
haber que emplear el mismo procedimiento: picar el hielo con mucho cuidado
para que no se destruyan." La identificación de los cadáveres
deberá hacerse mediante pruebas de ADN.
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