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LA ÉTICA SOY YO

Por James Neilson

Es una tradición nacional. Los jefes de todo nuevo gobierno se divierten tremendamente durante el primer año lamentando lo podridos que eran los recién desplazados y hablando maravillas de su propia rectitud. Lo hicieron, con elocuencia creciente, los militares del general Jorge Rafael Videla, los radicales de Raúl Alfonsín y los neoperonistas de Carlos Menem. Y por lo común la gente, con esta inocencia conmovedora que a veces la caracteriza, los toma en serio hasta que un día se da cuenta de que sus gobernantes, lejos de ser los puritanos intachables de discurso oficial, se las han ingeniado para conformar "el gobierno más corrupto de la historia".

  ¿Será éste el destino del presidente Fernando de la Rúa y sus a láteres? A pesar de su fama de político prolijo y exigente, autor de escritos moralizantes como el de los veinte mandamientos para el buen funcionario aliancista que repartió la semana pasada, hasta ahora no existe motivo alguno para creer que su gobierno resulte demasiado distinto de sus antecesores. Al fin y al cabo, antes de caer en desgracia, Eduardo Angeloz también fue considerado un estadista sin mácula. Por una cuestión de estética, es poco probable que los delarruistas logren superar a los menemistas en materia de enriquecimiento difícilmente explicable --si lo hicieran, sería una proeza asombrosa--, pero sorprendería que consiguieran llegar a 2003 o 2007 sin haber protagonizado su cuota de escándalos.

  Hablar pestes de la inmoralidad ajena siempre ha sido la actividad favorita de los radicales, pero su pasión por la idea de la ética no parece haber incidido mucho en su conducta. Es que en una sociedad universalmente tomada por fabulosamente corrupta, sobrevivir en política sin pasar por alto los pequeños lapsus de correligionarios no es nada fácil. Asimismo, existen ciertas costumbres que sin ser intrínsecamente corruptas son de por sí corruptas. En su decimotercio mandamiento, De la Rúa señaló que los colaboradores deberían ser elegidos por "idoneidad", no por "amistad, parentesco o partidismo". Tiene razón. Los familiares y amigos no pueden criticarse con la misma libertad que los mortales comunes por eso de la "lealtad", o sea, complicidad, que está en la raíz del florecimiento tropical de la corrupción en la Argentina de nuestros días. Aunque De la Rúa parece entender este principio básico, a la hora de elegir a sus colaboradores más poderosos privilegio a su hermano mayor y a su mejor amigo, detalle que pesará mucho más que los muchos sermones mediante los cuales tratará de moralizar a sus compatriotas.


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