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STUART LITTLE, UN RATONCITO EN LA FAMILIA 8 PUNTOS (Stuart
Little) Estados Unidos, 1999. Por
Horacio Bernades
Desde
que, a comienzos de los '90, Disney descubrió que era mejor que los
adultos la pasaran bien cuando acompañaran a sus hijos al cine, el cine
para niños se hizo grande. Films como La bella y la bestia, Mulan, las
dos Toy Story y las dos Babe están entre lo mejor que haya producido la
industria en años recientes. Más allá de gustos y opiniones, Inspector
Gadget la semana pasada, y ahora Stuart Little, confirman que, cuanto más
infantil y anémico se torna el cine "adulto" de Hollywood, más
creativas e inteligentes se vuelven las películas para chicos.
Primer opus solista de Rob Minkoff (uno de los codirectores de El
rey león), Stuart Little se basa en una novela para niños que en 1945
escribió E.B. White, quien en los ratos libres era editorialista de la
prestigiosa revista The New Yorker. Mientras que la novela podía
permitirse un importante margen de ambigüedad sobre la verdadera
naturaleza de su protagonista, el cine exige concretar. En Stuart Little
(la película), el protagonista habla, se mueve y actúa como un niño.
Pero es un ratoncito. Solicitando del espectador una mayúscula suspensión
de la incredulidad, de entrada nomás el pequeño ratoncito albino se
presenta vestido de pies a cabeza, leyendo Mujercitas y hablando y
gesticulando hasta por los codos. El encuentro tiene lugar en un centro de
adopción, adonde han concurrido los Little (Geena Davis y Hugh Laurie) en
busca de un hermanito para el pequeño George (Jonathan Lipnicki, el
irresistible rubiecito ceceoso de Jerry Maguire). Políticamente correctos
a más no poder, a los Little no les importa nada la pequeña
"singularidad" de Stuart. El es el más encantador de los
"niños" del lugar, y él será el elegido.
De allí en más, todo es cuestión de adaptación mutua, de crear
lazos familiares. Deberán aceptar los otros (la empleada del centro de
adopción, la larga parentela de los Little) el carácter diferente del
nuevo miembro de la familia. Y éste tendrá que aprender a coexistir pacíficamente
con Pelusa, el gatazo de angora de la familia, que por más doméstico que
sea se relame ante semejante manjar. Hay un peligro mayor en esta fábula,
y es el exceso de corrección política, de falsas buenas intenciones, de
moralina. Confirmando que lo suyo son las historias de familias más que
las de fantasmas, el guión del insospechado M. Night Shyamalan (¡realizador
de Sexto sentido!) trasciende con inteligencia toda posible melaza,
haciendo de sus criaturas (las humanas y las otras) seres de naturaleza
dividida. Véase a Pelusa, al que --como a todo gato doméstico-- el
llamado de la selva le sigue sonando, por más que su agenda diaria
consista en "bostezar, lamerme las motas y mirar los autos que
pasan". Decidido a terminar de una vez con el descrédito ("¡un
gato que es mascota de un ratón!", lo cargan los amigos), Pelusa
correrá hasta el callejón más cercano, buscando ayuda para exterminar a
la bestezuela. "¿Pelusa? No es un nombre muy masculino, ¿no?",
se le ríe el Don Gato de esta pandilla, antes de ponerse a planificar la
sabrosa cacería en el Central Park que constituye la escena culminante de
Stuart Little.
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