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"STUART LITTLE", OTRO HALLAZGO DENTRO DEL RUBRO INFANTIL
El ratoncito que dio el buen paso

La opera prima de Rob Minkoff propone una total suspensión de la incredulidad, con un niño-ratón como principal atracción.

"Stuart", un pequeño ratón albino que habla, se mueve y actúa como si fuera un niño.
Cuanto más "infantil" se torna el cine "adulto", más inteligentes se vuelven los films para chicos.


STUART LITTLE, UN RATONCITO EN LA FAMILIA                     8 PUNTOS

(Stuart Little) Estados Unidos, 1999.
Dirección:
Rob Minkoff.
Guión:
M. Night Shyamalan y Greg Brooker, sobre el libro de E.B. White.
Fotografía:
Guillermo Navarro.
Música:
Alan Silvestri.
Supervisión de efectos visuales:
John Dykstra.
Intérpretes:
Geena Davis, Hugh Laurie, Jonathan Lipnicki, Jeffrey Jones, Harold Gould, Dabney Coleman y Jon Polito.
Estreno de ayer
en los cines Atlas Lavalle, América, Hoyts Abasto, Village Recoleta, Cinemark Puerto Madero, Patio Bullrich, Paseo Alcorta, Cinemark Caballito y Multiplex Belgrano.

Por Horacio Bernades

Desde que, a comienzos de los '90, Disney descubrió que era mejor que los adultos la pasaran bien cuando acompañaran a sus hijos al cine, el cine para niños se hizo grande. Films como La bella y la bestia, Mulan, las dos Toy Story y las dos Babe están entre lo mejor que haya producido la industria en años recientes. Más allá de gustos y opiniones, Inspector Gadget la semana pasada, y ahora Stuart Little, confirman que, cuanto más infantil y anémico se torna el cine "adulto" de Hollywood, más creativas e inteligentes se vuelven las películas para chicos. 

  Primer opus solista de Rob Minkoff (uno de los codirectores de El rey león), Stuart Little se basa en una novela para niños que en 1945 escribió E.B. White, quien en los ratos libres era editorialista de la prestigiosa revista The New Yorker. Mientras que la novela podía permitirse un importante margen de ambigüedad sobre la verdadera naturaleza de su protagonista, el cine exige concretar. En Stuart Little (la película), el protagonista habla, se mueve y actúa como un niño. Pero es un ratoncito. Solicitando del espectador una mayúscula suspensión de la incredulidad, de entrada nomás el pequeño ratoncito albino se presenta vestido de pies a cabeza, leyendo Mujercitas y hablando y gesticulando hasta por los codos. El encuentro tiene lugar en un centro de adopción, adonde han concurrido los Little (Geena Davis y Hugh Laurie) en busca de un hermanito para el pequeño George (Jonathan Lipnicki, el irresistible rubiecito ceceoso de Jerry Maguire). Políticamente correctos a más no poder, a los Little no les importa nada la pequeña "singularidad" de Stuart. El es el más encantador de los "niños" del lugar, y él será el elegido.

  De allí en más, todo es cuestión de adaptación mutua, de crear lazos familiares. Deberán aceptar los otros (la empleada del centro de adopción, la larga parentela de los Little) el carácter diferente del nuevo miembro de la familia. Y éste tendrá que aprender a coexistir pacíficamente con Pelusa, el gatazo de angora de la familia, que por más doméstico que sea se relame ante semejante manjar. Hay un peligro mayor en esta fábula, y es el exceso de corrección política, de falsas buenas intenciones, de moralina. Confirmando que lo suyo son las historias de familias más que las de fantasmas, el guión del insospechado M. Night Shyamalan (¡realizador de Sexto sentido!) trasciende con inteligencia toda posible melaza, haciendo de sus criaturas (las humanas y las otras) seres de naturaleza dividida. Véase a Pelusa, al que --como a todo gato doméstico-- el llamado de la selva le sigue sonando, por más que su agenda diaria consista en "bostezar, lamerme las motas y mirar los autos que pasan". Decidido a terminar de una vez con el descrédito ("¡un gato que es mascota de un ratón!", lo cargan los amigos), Pelusa correrá hasta el callejón más cercano, buscando ayuda para exterminar a la bestezuela. "¿Pelusa? No es un nombre muy masculino, ¿no?", se le ríe el Don Gato de esta pandilla, antes de ponerse a planificar la sabrosa cacería en el Central Park que constituye la escena culminante de Stuart Little.

  Pero sobre todo será Stuart quien deba afrontar esa dualidad, cuando --como en todo novelón con huerfanitos-- vienen a buscarlo sus padres biológicos. "Creí que estaba en un cuento de hadas", reflexiona Stuart, autorreferencia a la que hace eco el castillito en miniatura donde viven sus papás de cuna. El propio film en su conjunto asume una naturaleza dividida, entre el cuento de hadas y cierto realismo sucio, de callejón. La Nueva York de Stuart Little es la conocida, pero, al mismo tiempo, otra: los fondos pintados y el aire de estudio --ver la gran escena de la carrera de lanchitas en el Central Park-- la convierten en una ciudad de fantasía. Por supuesto que todo verosímil se derrumbaría de un solo golpe si el espectador no pudiera creerse al ratoncito que habla. Es de tal calidad la digitalización que capitanea John Dykstra (inventor de las naves de La guerra de las galaxias) que resulta imposible no creer en cada mueca, sonrisa o pose canchera de Stuart, uno de los tipos con más personalidad del cine reciente. Lástima que, siguiendo el mal ejemplo de lo que ya ocurrió con Inspector Gadget, los distribuidores locales decidieran condenar al espectador argentino a una única versión, doblada y llena de "órales", "polainas" y otros ruidos molestos.

 

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