En plena rutina, la elegante abuela se pone el tapado, agarra el bolso y
baja a hacer "los mandados" que nadie le manda a hacer. Es
el modo de despedirse de su hija y su nieto cuando todas las mañanas
concurre al supermercado. Por más que le digan que haga las compras para
dos o tres días, ella insiste en que prefiere ir todos los días, porque
así se mueve, recomendación que le ha hecho el médico de PAMI. Al salir
del ascensor ve en la puerta de calle al portero, distraído y limpiando.
Ella sale pensando en sus cosas. El portero la saluda:
--Buen día, doña Susana, ... no entendí lo que me dijo...
--¿Yo te dije?... ¿cuándo?
--Ahora, cuando venía caminando...
--No, Pablito, no dije nada. Seguramente hablé sola...
--No se preocupe. Hay veces que yo también hablo solo. Este país
nos vuelve locos a todos.
Y la abuela cruza la vereda retándose interiormente por no saber
controlarse. Su hija y su nieta ya la tienen cansada de tanto que la
cargosean con que no grite al hablar, que hable más bajo. Pero ella no es
que quiere gritar, la voz le sale fuerte, alta, aguda y destartalada. Ella
no tiene culpa, así somos los humanos, qué embromar. ¿Por qué no les
dicen nada a los batifonderos de arriba que de tan escandalosos han
transformado el edificio en un conventillo? ¿Se creen dueños del palier?
Los chicos lo usan de patio y gritan malas palabras que les enseña el
padre y ella no puede dormir la siesta. ¿Será por la falta de siesta que
habla sola? ¿Y la mujer? Esa sí que es una conventillera, una villera,
con todo el respeto que una tiene por la gente humilde, pero seguramente
que eran villeros y tenían cortinas, porque cada vez que cierran las
puertas tiembla el edificio: siempre está corriendo las macetas, hace más
ruido que el ferrocarril de Constitución. Se habrán ganado el Loto y
compraron justo encima de una que antes vivía tan tranquila. Lástima que
se murió Azucena. Era una buena mujer, nunca hacía ruido, nunca
molestaba, nunca nada, era tan delicada que se murió sin que nadie se
diera cuenta; como dicen que el olor sube..., pero después de dos semanas
el olor rebotó en el techo y bajó con fuerzas; mi nieta decía que era más
fuerte que el gas de la policía, nos descompusimos todos...
--¡Señora, señora!
La abuela deja de hablar sola y mira a la pareja que la llama desde
el auto. La mujer le pide que se acerque y se acerca.
--¡Hola, señora! Estuve por su casa, pero no había nadie. Tengo
que dejarle estos dólares a su hijo, mire son trescientos, en realidad
tengo que dejarle doscientos cuarenta, pero no tengo cambio, déme sesenta
dólares y así cumplo ¿sabe?, ahora tenemos que irnos ya...
La elegante abuela mira a la mujer que le habla, al hombre que está
al volante y al chico sentado detrás, mientras piensa si escuchó
"hija" o "hijo".
--Yo no tengo dólares. Mi hija está en casa. Habrá tocado mal el
timbre... Vaya de nuevo... ¿Usted quién es?..
--¿No se acuerda de mí? Hace unos quince días vine a visitarla a
su hija.
--No, no me acuerdo. Vaya ahora que ella está.
--Es que no tenemos tiempo. Si no tiene dólares no importa, déme
en pesos, es lo mismo, total después arreglamos entre nosotras... Mire...
acá tengo los dólares.
Y levanta una revista que se halla sobre la guantera y se ven unos
fajos de dólares. La abuela se ajusta el cuello del tapado y vuelve a
observar al chico. Este la mira como si la conociera de toda la vida.
--Yo no tengo sesenta pesos...
--Bueno, no importa, déme lo que tenga, después yo arreglo con
ella...
--... Voy a comprar lechuga y tomates... No tengo plata...
--Está bien, dígale que yo la llamo por teléfono después, adiós.
El auto se aleja. La abuela ve que el chico la mira por la luneta
trasera, entonces, lo saluda agitando la mano. Va al supermercado. Hace
las compras. Al retornar lo ve al portero y le pregunta:
--Pablito, ¿anda bien el portero eléctrico?
--Sí, que yo sepa...
--Porque vino una señora y dice que tocó el timbre y no había
nadie. Y nosotras estamos...
--Estoy limpiando desde temprano y no vi a nadie. Me hubiera dado
cuenta, me hubiera preguntado... ¿Quién era? ¿Un familiar?
--Un matrimonio... en auto. Un chico iba sentado detrás...
--¿Eran conocidos?..
--De mi hija... no míos...
--Pregúntele a ella...
Con la bolsa de compras, la abuela entra al ascensor, pensando en
voz alta:
--Yo no me acuerdo de ella... ¿Será amiga del trabajo?... Habrá
venido con otro peinado, que no la recuerdo... Me debe estar fallando la
memoria, se lo voy a decir al médico... Así me da algo para tomar... El
chico era lindo, simpático... Como era mi nieto a su edad... Ahora se está
poniendo bastante antipático... Suerte que consiguió ese trabajo, así,
por lo menos tiene su plata... Cuando no le sacaba a la madre, me sacaba a
mí... Y fuma como un... Tendríamos que decirle que no fume... Decirle
que le hace mal a las plantas, así no se ofende... Está cambiando el carácter,
pobre. Se está poniendo malo. Me parece que ni la novia lo aguanta... Se
van a separar... Es una lástima porque ella es una buena chica... de su
casa. La gente está mala. Es culpa del gobierno... No hay plata... No hay
trabajo... Todos los días roban en cualquier parte... Gente rara ese
matrimonio del auto... Pero el chico era simpático, simpático como era
mi nieto... a su edad...
Entra al departamento. La hija le pide que le cebe unos mates. Ella
dice que sí, le pregunta si vino una amiga a verla y le cuenta lo
ocurrido. La hija se alarma y le dice que nunca le haga caso a nadie en la
calle, que no lleve encima más dinero del necesario y que nunca abra la
puerta sin antes mirar por la mirilla; y por último le explica el cuento
del tío. La abuela abre la boca y se sienta. No puede creer que se haya
salvado de la que se salvó:
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