Auschwitz
y la filosofía |
Si algo distingue a los filósofos de la escuela de Frankfurt es el
hacer girar el pensamiento en torno de la insoslayable realidad del
genocidio. Sobre todo lo hicieron Theodor Adorno y Max Horkheimer. También
Walter Benjamin. Aquí vamos a seguir las reflexiones de Adorno, cuyo célebre
dictum acerca de la imposibilidad de escribir poemas (o simplemente
escribir) después de Auschwitz sigue movilizando conciencias,
incomodando, acorralando al pensar en el abismo del horror. (Günther
Grass acaba de citar el dictum de Adorno en el discurso que dio al recibir
el Nobel. No es casual. La pregunta acecha a todo escritor: ¿es posible
escribir después de Auschwitz?).
Adorno es el filósofo que plantea (el único que lo hace tan
extremadamente luego de la Segunda Guerra Mundial) que Auschwitz implica
un quiebre, una ruptura en la tradición de la cultura occidental. Siempre
la filosofía habló de las condiciones de la barbarie, de la barbarie
como algo que, en el extremo del horror, podía ocurrir. Para Adorno esto
cambia con Auschwitz. La barbarie ya ocurrió. El filosofar, luego de
Auschwitz, se despliega a partir de esta certeza: la barbarie no sólo es
posible, sino que ya ocurrió. Y el imperativo categórico que debe
extraerse de esta constatación empírica es que Auschwitz no vuelva a
ocurrir. Este imperativo podría formularse así: actúa de tal modo que
ninguno de tus actos pueda contribuir a crear las condiciones de
posibilidad de otro Auschwitz. (Supongo que todo argentino sensible habrá
ya advertido que no estamos hablando sólo de Auschwitz, sino que a
nosotros el tema nos toca muy particularmente. Por ejemplo, formularía de
este modo el imperativo categórico de todo argentino: actúa de tal modo
que ninguno de tus actos pueda contribuir a crear las condiciones de
posibilidad de otra ESMA.)
La crítica a la razón instrumental (a la razón que surge para
someter a la naturaleza) que Adorno y Horkheimer habían llevado a cabo en
Dialéctica del iluminismo encuentra su ejemplo en Auschwitz. Su culminación.
Es esa razón instrumental la que se entrega a lo destructivo. Pretende
construir la civilización y termina construyendo la barbarie, ya que nació
para someter. Sin embargo, ésa ha sido la cultura. Esa cultura y la crítica
de esa cultura fueron el universo de ideas que no logró impedir que la
barbarie ocurriera. ¿Por qué la fiereza del dictum adorniano? ¿Por qué
no se puede escribir después de Auschwitz? Porque en Auschwitz la cultura
demostró que de sus entrañas surge la barbarie. O, al menos que es
incapaz de frenarla. ¿De qué sirvió entonces esa cultura? ¿Y de qué
servirá que critiquemos a Auschwitz otra vez desde la cultura? Adorno nos
lleva a un callejón sin salida. Si criticamos a Auschwitz desde la
cultura, lo hacemos desde un universo conceptual que no impidió que
Auschwitz surgiera. Porque esto es lo alarmante: Auschwitz surgió en
medio de una sociedad altamente culturalizada. Surgió en un pueblo de
grandes filósofos, músicos y poetas. Y si criticamos Auschwitz al margen
de la cultura, alejados de la cultura, lo estaremos haciendo desde la
barbarie, de la cual Auschwitz es el mayor exponente. De aquí que Adorno
escriba: "Toda la cultura después de Auschwitz, junto con la
imperiosa crítica a él, es basura (...) Quien aboga por la conservación
de la andrajosa y culpable cultura se convierte en cómplice, mientras que
quien la rechaza promueve directamente la barbarie que demostró ser la
cultura" (Cfr. Carl Friedrich Geyer, Teoría crítica, Alfa, p. 137).
El encierro adorniano abre las posibilidades de su célebre dictum.
Si después de Auschwitz no es posible escribir, es porque fue la cultura
la que produjo o no imposibilitó Auschwitz, que surgió de sus entrañas.
¿Cómo, entonces, criticarlo desde la cultura? Pero si apartamos la
cultura, queda la barbarie. ¿Cómo criticar Auschwitz desde la barbarie
si Auschwitz es la barbarie? De este modo, la razón demuestra la
imposibilidad de la razón. Porque Auschwitz es un hecho racional. Es un
triunfo de la razón instrumental. (Aquí deberíamos pensar en Hannah
Arendt conceptualizando a Eichmann como burócrata del Mal. Como
eficientista del Mal. Como la racionalidad banalizada del Mal.)
"La camarilla dominante en Alemania (escribe Adorno) movió a
la guerra porque se hallaba excluida de las posiciones del poder
imperialista" (Minima moralia, Taurus, p. 105). Pero tuvo a su frente
a un testarudo estúpido, que llevó a Alemania a la testarudez. Y no pese
a su cultura, sino por su cultura. Escribe Adorno. "Necesariamente
hubo de sonar para los alemanes la hora de esa estupidez. Pues sólo
aquellos que en economía mundial y conocimiento del mundo eran en igual
medida limitados pudieron atraerlos a la guerra y encaminar su testarudez
hacia una empresa no moderada por ninguna reflexión" (Ibid, p. 105).
Sin embargo, que esta empresa no estuviera moderada por ninguna reflexión
fue parte de la cultura alemana. El irracionalismo de Auschwitz fue parte
de la racionalidad de la cultura alemana. Y Adorno escribe una frase
hegelianamente deslumbrante: "La estupidez de Hitler fue una astucia
de la razón" (Ibid, p. 105).
El desafío de Adorno nos incluye. No sólo porque somos parte de
la humanidad, sino porque somos argentinos y tenemos nuestro Auschwitz.
Sus víctimas fueron menos, pero no fue menor su horror. Nuestro Auschwitz
es la ESMA. Así, vale para nosotros la drástica problemática adorniana.
¿Se puede escribir después de la ESMA? Si la cultura argentina produjo
ese horror, ¿cómo superarlo desde esa cultura? Y si se abandona la
cultura, caemos en la barbarie y la barbarie es la ESMA. Algunos, rápidamente,
dirán: criticar a la ESMA desde otra cultura, desde una cultura antagónica
a la que la produjo. Pero la cuestión no es tan sencilla. No lo fue, al
menos, para Adorno. Que dijo que toda la cultura después de Auschwitz
junto con la crítica a Auschwitz era basura.
La filosofía, decía Hegel, no tiene por qué ser edificante. Lo
verdaderamente filosófico es siempre problemático. La filosofía no
regala vidrios de colores ni vende esperanzas para dormir mejor. Creo que
el dictum de Adorno es extremo, y de aquí su riqueza, su fascinante
incomodidad. Creo que se puede escribir después de Auschwitz. Que se
puede escribir después de la ESMA. Creo, sobre todo, que se debe escribir
después de Auschwitz y la ESMA. Pero, por ahora, ese mandato encuentra más
fundamentos en la voluntad que en la razón.
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