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OPINION

Salud compra a ciegas

Por Julio Nudler

El Estado gasta anualmente millones de pesos en medicamentos contra el sida y el cáncer, pero no sabe qué relación hay entre el precio que paga y el costo de producción de esos remedios. En realidad, compra a ciegas, sabiendo que, muy probablemente, podría obtener y distribuir entre los enfermos carentes de medios muchas más dosis por el mismo dinero, en lugar de regalárselo como superganancias a los laboratorios. El Ministerio de Salud cumple con la formalidad de llamar a licitación pública en cada oportunidad, pero carece de parámetros para evaluar las ofertas. Desde setiembre de 1999, la Sindicatura General de la Nación se niega a proporcionar el "precio testigo" de las medicinas por la imposibilidad de obtener un dato confiable. Ese precio debería servir de pauta para que Salud no pague valores artificialmente inflados.

  La experiencia concreta con el AZT (zidovudina) es la siguiente. Cuando la Sigen intentaba averiguar el precio, no tenía otro camino que pedírselo a algunos laboratorios. Estos le informaban valores oscilantes entre 60 y 65 centavos por cápsula de 100 mg, que la Sindicatura comunicaba a su vez al organismo licitante. Pero luego, cuando se abría la licitación, las ofertas oscilaban en unos 25 centavos. Esto hacía evidente que la industria famacéutica manipulaba el precio testigo para que sirviera de paraguas a los funcionarios que firmaban las adjudicaciones. ¿Quién podría reprocharles haber comprado caro si pagaban hasta 60 por ciento por debajo del precio testigo? De cualquier forma, cada una de esas cápsulas cuesta en las farmacias $ 2,02 (en el caso del laboratorio Filaxis, uno de los diez que la comercializan), ocho veces el precio facturado al Estado y que posiblemente sea abusivo.

  En el caso de la droga oncológica Citarabina, la Sigen pudo establecer que se importaba a un precio que oscilaba entre 3 y 3,50 dólares el gramo. Los laboratorios se limitaban aquí a fraccionarla en ampollas de un gramo, con el diluyente y una aguja descartable, tras lo cual su precio en farmacias saltaba a entre 80 y 85 pesos. Por tanto, el precio de salida de laboratorio debía oscilar en unos 50 pesos, más de 15 veces el costo de la droga. En las licitaciones, Salud la adquiere a unos 45 pesos, entre 13 y 15 veces el valor de origen, en una demostración práctica de que hay mucho margen para aumentar la eficiencia del gasto público y cortar corrupción.

  Tradicionalmente, la Sigen apelaba a un método sencillo y expeditivo para determinar el precio testigo de los medicamentos: tomaba el célebre manual Kairos, donde figuran los precios de venta al público recomendados por los laboratorios para cada especialidad, y restaba los márgenes normales del droguero y el farmacéutico para así llegar a un presunto precio testigo. La quita que obtienen las farmacias depende del volumen de sus compras y del plazo de pago, oscilando entre 32 y 26 por ciento, según investigaron en su momento los expertos Roberto Dvoskin y Jorge Todesca. El descuento que recibe la droguería va del 8 al 11 por ciento. Esto significa que un remedio cuyo P.V.P. es de 20 pesos, sale del laboratorio a un precio que oscila entre 12 y 14 pesos, y que en la comercialización engorda entre 40 y 70 por ciento.

  Ese procedimiento de la Sigen convalidaba el valor de salida de laboratorio como precio testigo, otorgando así la cobertura legal para que el Estado pagase en sus compras al por mayor esa cotización o alguna relativamente menor, sin investigar qué relación podía guardar con los costos de producción. Intentar averiguar el precio justo en el mercado conducía a resultados parecidos, porque se caía necesariamente en los mismos laboratorios proveedores, que muchas veces son apenas importadores/fraccionadores. Como en la estructura del Estado argentino no hay ningún organismo que realice una auditoría permanente de costos, ni existen convenios con otros países que sí los tienen, todo el resguardo consiste en procedimientos formales, como los concursos de precios y las licitaciones, fácilmente burlables.

  Héctor José Lombardo, el nuevo ministro de Salud, ya abrió la primera licitación del programa contra el sida por un monto superior a 10 millones de pesos, cumpliendo con la obligación legal de recabar de la Sigen el precio testigo para cada una de las especialidades. Pero la Sindicatura volvió a responder que no le era posible informarle un valor representativo, a pesar de lo cual se siguió adelante, naturalmente, con el procedimiento. Esta indefensión del Estado es similar a la de cualquier argentino frente al perverso mercado del medicamento, que le carga precios muy superiores a los vigentes en los países ricos, pese a que aquí los enfermos suelen ser bastante más pobres.

  Un decenio atrás, el precio de las medicinas fue liberado de todo control, aplicándosele los mismos criterios que a cualquier otra mercancía. En ese momento, la Secretaría de Comercio era conducida por Pablo Challú, quien al dejar ese cargo se convirtió en gerente y lobbysta de Cilfa, la cámara que agrupa a los laboratorios nacionales, no diferentes en su conducta a los extranjeros. Aunque su precio sea tan libre como el del café o las corbatas, los remedios no pueden ser importados libremente porque requieren de expresa autorización. Además, quien los compra no los elige a su antojo, ya que debe ajustarse a lo que su médico escribió en la receta, no siendo precisamente el médico quien va a ir hasta la caja a pagarlo.

  En un sorprendente despertar de su letargo, el ex secretario de Industria y Comercio, Alieto Guadagni, lanzó una tardía campaña para transparentar el precio de los medicamentos. Entre otras decisiones, resolvió que las farmacias debían exhibir, en lugar bien visible, las drogas básicas o genéricos, cada uno presente con diversas marcas, para que los pacientes pudiesen elegir las más económicas. Sin embargo, cambiar la marca prescripta les haría perder el descuento de la obra social o la prepaga. Pero no se llegó a tanto. Sencillamente, la resolución de Guadagni fue ignorada. Según los conocedores de este mercado, laboratorios, droguerías, farmacias y médicos son socios en el precio alto, cuyas víctimas son el Estado y, sobre todo, los enfermos. No será fácil, así, que en un país como la Argentina puedan pagarse, sencillamente, precios a la europea.  

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