El
debate sobre la reforma laboral parece desbarrancarse inexorablemente
hacia un nuevo desencuentro. La columna de opinión de Enrique Martínez
publicada el jueves 20 en Página/12 --una de las propuestas más
lúcidas y progresistas sobre el tema-- es por ahora una excepción.
Recupero y hago míos los ejes de la columna de Martínez: a)
fortalezcamos las organizaciones sindicales y un Ministerio de Trabajo
alejado de presiones exclusivamente empresarias; b) no mezclemos
estructuras con personas; c) expliquemos, debatamos y corrijamos.
Todos y d) las prioridades son la lucha contra la pobreza, el
desempleo, el contrabando y no los sindicalistas, más allá de su
mayor o menor grado de representatividad.
Tras ratificar la
coincidencia, me permito algunos interrogantes. ¿Por qué otra vez
las consideradas fuerzas democráticas y pluralistas eligen al
sindicalismo como "el enemigo"? ¿Era necesario poner como
primer tema de la sociedad ésta o cualquier otra reforma laboral? ¿Qué
variable esencial de nuestras urgencias económicas y sociales se van
a resolver con estas medidas? ¿Cuál es, entonces, el rédito de
solazarse con una pelea De la Rúa vs. Daer? ¿Demostrar qué? ¿Ganarle
a quién? Descalificar sobradora e irónicamente a quiénes? ¿Qué
presiones de hoy o qué prejuicios de siempre, están atrás de esta
confrontación que seguramente el sindicalismo no quería?
La experiencia argentina al
respecto es larga y dramática. Tras la pelea contra las
"burocracias sindicales" nunca hubo nada bueno para los
trabajadores. Para lamento de los menos y suerte de las mayorías, el
sindicalismo como institución intermedia, está arraigado en la
conciencia colectiva del pueblo. Y no nos equivoquemos, es contra esto
que pretenden combatir los fundamentalistas neoliberales, donde
quieran que estén. Ayer, hoy y mañana.
Esta reforma (como ya
aprendimos con las otras) no genera empleo. No confundamos ni nos
confundamos. ¿En qué espejo autocomplaciente se mira el resto de las
dirigencias? ¿Creemos realmente que los sindicatos deben cumplir un
rol en la sociedad? ¿Cuál?
Esto no requiere una respuesta frívola, ni siquiera obvia. Hoy
existen en todos los sectores políticos y económicos quienes
argumentan que han dejado de ser necesarios. Si, por el contrario, la
respuesta es reflexivamente afirmativa, la estrategia no puede ser
nunca la que hoy estamos viendo.
La estrategia deberá pasar
por:
1. Dar prioridad a otros
temas. Sobre todo, a los que el gobierno actual levantó en su campaña
electoral. Este ni siquiera figuraba.
2. Sumar al sindicalismo en
la tarea contra la evasión y la pobreza, alineándolo a favor de las
políticas activas de empleo, la formación profesional y la mejora de
los servicios.
3. Recién entonces en otro
clima, con otra actitud sentarse a un claro y público debate sobre
los avances que puedan ser necesarios en el campo laboral.
Desarmadas las mutuas
prevenciones seguramente estaremos en el camino de exhibir ante la
sociedad los consensos que nos exige. Así dejaremos de lado los
desencuentros y las confrontaciones que nos imponen "los de
afuera". Superar la crisis en el mundo del trabajo y el empleo
implica alguna forma de consenso. Es probable que requiera una suerte
de pacto o acuerdo marco, en el que cada sector resigne y comprometa,
acepte y se obligue en aras del interés general. En esas condiciones,
sobre una base de mayor equilibrio y compromiso recíproco, será
seguramente más sencillo comenzar a pagar la deuda social en materia
de empleo y distribución del ingreso.
* Consultor. Profesor de Relaciones del Trabajo, UBA.
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