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Y a esa idiosincrasia
sin cartografía concreta, Páez le cantó a grito pelado y a corazón
abierto en el DF, ante un público que se sabía de memoria todas sus
canciones y parecía entender todos los códigos. Si
como dicen las leyendas populares, las mejores cosas vienen cuando menos
se las espera, el concierto Una noche íntima con Páez, organizado en
forma espontánea, pactado en medio de una profusa agenda de prensa
destinada a promover Abre, el último trabajo discográfico del rosarino,
se convirtió en una ceremonia casi secreta para los mil privilegiados que
abarrotaron el recinto, después de oblar una entrada carísima de 40 dólares
(el doble en la reventa), en la que la emotividad y la entrega del artista
fueron rasgos distintivos. Páez, de traje negro y camisa naranja, abrió
el show con "Al lado del camino", el hit que corearon a voz en
cuello los asistentes variopintos, repartidos en partes iguales entre
adolescentes de la clase media mexicana y hombres y mujeres adultos que,
sin quejarse, justificaron con resignación optimista el sacrificio
monetario que tuvieron que concretar para ver a Fito, que "desde el
'97 no venía".
"Mariposa
Technicolor", "11 y 6", "El chico de la tapa"
precedieron a "La casa desaparecida", punto de inflexión en el
que el silencio de misa del público sirvió de marco a un Páez
desgarrado (sin ningún otro soporte más que un piano de cola negro), que
echó mano de todo su lirismo para conmocionar a sus incondicionales. Un
"Te vi" desafinadísimo y el estreno del tema para el hijo recién
venido, "La posibilidad suprema", fueron la antesala de la
festejada "Tumbas de la gloria". Para eso ya había transcurrido
más de media hora del recital y el grado de euforia del público había
alcanzado su máxima intensidad.
El homenaje a Charly,
a quienes los mexicanos no le perdonan todavía sus escasos cincuenta
minutos en el Teatro Metropolitan el pasado mes de octubre, arrancó el
aplauso más cerrado de la noche. Y entre un "Cállense,
cabrones!", o un "Pinche capitalista de celular" (dedicado
a un inoportuno que había llevado su teléfono al concierto), llegó el
turno de "Polaroid de locura ordinaria" y "Ciudad de pobres
corazones" matizado con un tema de Prince, travesura para la que Fito
requirió la complicidad de su público. A esta altura, ya se perfilaba
una verdad intuida antes de comenzar el concierto: Fito tiene en México
una legión de seguidores que lo adora y es capaz de escuchar con devoción
el canto a capella de "Yo vengo a ofrecer mi corazón". Por esa
cosa de la coherencia, los bises con un "Chau, amores míos",
concluyeron con "Dale alegría a mi corazón" y "Cable a
tierra", es decir: Fito, Maradona y Charly, en un concierto bien
argentino que disfrutaron a morir los mexicanos.
Fue, como dijo el
propio Fito a Página/12 en su camarín al concluir el show,
"una noche inolvidable", en la que los admiradores del artista
disfrutaron de un Fito descarnado, austero, que sin todo su folklore mediático
(que poco peso tiene para los mexicanos), demostró por qué, en esto de
narrar la historia argentina más reciente, el rosarino puede darse el
lujo de un día convertirse en Charly.
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