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Vuelos

Por Juan Gelman

El vuelo duró 1 minuto 45 segundos, pero sacudió a toda Europa. Corría el año 1908 y el  yanqui William Wright, al elevarse en el aire sobre el hipódromo de Hanaudiére cercano a Le Mans, provocó una suerte de éxtasis adobado por los siglos. Leonardo de Vinci había inventado máquinas de volar que nunca abandonaron el papel donde fueron esbozadas. Bertolt Brecht habla en un poema del visionario del siglo XVI que, munido de alas de fabricación casera, intenta la aventura desde el campanario de una iglesia y se estrella contra el suelo. En los fondos de la mitología, Icaro había querido volar y no pudo. Wilbur Wright �y su hermano Orville-, sí.
�Nada puede dar una idea -.escribió entonces el parisino Le Figaro� de la emoción experimentada y de la impresión sentida ante este vuelo, un vuelo de seguridad magistral y elegancia incomparable.� La emoción y la impresión no tardaron en originar reacciones sucesivas en la literatura y el arte cercanos a la Primera Guerra Mundial, antes, durante y después. El escritor italiano Filippo Marinetti, pope del futurismo, se apasionó: �La mitología y el ideal místico han sido superados. Presenciaremos el nacimiento del Centauro y veremos por primera vez a los ángeles volar�. El protagonista de su novela fantástica Mafarka el futurista, cargada de máquinas voladoras, sacrifica su vida para que nazca un gigante alado capaz de dominar la naturaleza y el sistema solar entero.
Kafka se hizo preguntas desde el lugar de la alienación contemporánea. Tenía 26 años cuando en 1909 presenció una demostración aérea de Louis Blériot en Brescia y, a instancias de su amigo Max Brod, redactó una crónica en que describe la situación de público y piloto: �¿Qué está sucediendo? Arriba nuestro hay un hombre que, a 20 metros del suelo, es prisionero de una armazón de madera y se defiende de un peligro invisible que ha aceptado por su propia y libre voluntad. Pero nosotros estamos abajo, alejados, sin existencia, mirando a ese hombre�. En julio de 1909, Blériot fue el primero que cruzó el Canal de la Mancha y llegó a Inglaterra pasando olímpicamente por encima de la flota británica. Londres tuvo entonces la inédita noción de una vulnerabilidad desde el aire que recortaba su poderío naval.
H. G. Wells había previsto un año antes esa posibilidad. En su novela La guerra aérea describe el bombardeo de Nueva York por una flotilla de aviones alemanes y deja en claro que la población civil está tan expuesta a la matanza como los soldados de las guerras que vinieron a continuación. Menos de 10 años después, el as de la aviación germana Manfred von Richtofen �llamado el Barón Rojo o el Caballero Rojo por el color del caza que piloteaba� le dio toda la razón: en su libro El piloto rojo de combate, publicado en 1917, declara fríamente su voluntad de matar y el goce con que bombardea a las tropas enemigas pegadas al suelo, cuanto más numerosas mejor. El barón no pensaba en la aviación como un deporte. Su tarea preferida consistía en sembrar la muerte desde el aire, con indiferencia y lejanía. Los progresos de la aviación dejaron su sello en el arte europeo de esa preguerra. Pese a la exaltación �o intoxicación� aérea de Marinetti, pocos pintores futuristas se internaron en el tema. Uno de ellos fue Gino Severini, en �Volando sobre Reims�. El ruso Kazimir Malevich lo abordó al comienzo agresivamente como autor de la escenografía de una ópera estrenada en 1913, Victoria sobre el Sol, en cuya última escena un ala rota de avión cae sobre el escenario, pero el piloto ficticio emerge intacto y sonriente del presunto desastre mientras cae el telón. Con serenidad, libertad y abstracción, lo hizo más tarde en composiciones �suprematistas� como �Avión en vuelo� o �Sensación del espacio universal�. �Mi nueva pintura �explicaba� no pertenece exclusivamente a la tierra. La tierra es desechada como una casa que devoran las termitas. En realidad, en el hombre, en su conciencia, yace un pujo hacia el espacio, el impulso de un �despegue� de la tierra�.
El uso de la aviación militar durante el conflicto bélico del 14-18 enfrió la excitación de los artistas por los nuevos aparatos. Se tornó visión sombría y alarmante en �Imágenes místicas de la guerra�, de la rusa Irina Goncharova, en que varios pilotos son guiados por ángeles que lanzan proyectiles parecidos a misiles contra una ciudad indefensa. En 1917, el alemán Max Slevogt representó a un piloto de guerra que destruye los animalitos del Zodíaco. El gobierno del Kaiser prohibió esa imagen sin tardanza, considerándola ofensiva para los hombres de su fuerza aérea. Lo que no puedo es prohibir la realidad.
La aviación como tema resurgió cada tanto en el arte del corto período que transcurrió entre las dos guerras mundiales. En un cuadro de la época cubista de Picasso aparecen las franjas roja, blanca y azul de la bandera francesa con la inscripción �Notre avenir est dans l�air� (�Nuestro porvenir está en el aire�) y eso, más que entusiasmo, parece una ironía después de las bajas francesas ocasionadas por los cazas alemanes. Ya había anticipos del asesinato de civiles que el mundo luego presenció durante los bombardeos nazis de Londres o el aliado de Dresden, en Hiroshima y Nagasaki, en Vietnam y la Guerra del Golfo. Esas matanzas a distancia modificaron profundamente la concepción occidental de la muerte. Dejó de ser privada y propia.


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