OPINION
Por Mario Wainfeld
El presidente Fernando de la Rúa se subió a un avión de línea y partió rumbo al norte. El vicepresidente Carlos Chacho Alvarez se subió a un taxi y partió rumbo a la Rosada. Ambos fueron retratados convenientemente y transmitieron joya lo que anhelan transmitir: ser los líderes de una administración muy diferente a la menemista, gente sobria y hasta campechana. En sus estilos, en distintas geografías y registros, los dos fotografiaron bien y seguramente ganaron puntos en una semana que la Alianza vivió como el clímax de su luna de miel con el poder.
A la luz de sus premisas y ambiciones �de por sí módicas y modélicas� al Gobierno en estos días le salió todo a pedir de boca.
Cerró el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que el Presidente hizo anunciar en la Argentina por su vice marcando diferencias con Menem, quien jamás cedía el centro de la escena y se ne fregaba de la geografía elegida para emitir mensajes.
Sigue sumando apoyos de dirigentes políticos peronistas para la reforma laboral.
Acumuló nuevas denuncias contra los emblemáticos del menemismo.
Para redondear, la irrupción de Antonio Cafiero como candidato del PJ a jefe de gobierno porteño parece mejorar las �de por sí amplias� posibilidades del aliancista Aníbal Ibarra. Tiende a emparejar a los opositores en el distrito, mellando algo las perspectivas del principal challenger, Domingo Cavallo.
Fueron para la Alianza días de vino y rosas, una marcha triunfal en taxi o en vuelo de línea, nunca en Ferrari.
Combatiendo a la CGT
Chacho Alvarez verbalizó la imagen corporal que el Gobierno percibe cuando se mira al espejo. El vicepresidente (que sabe salirse de su rol de protagonista para convertirse en un óptimo analista de coyuntura) explicó el alto valor que tiene �para una sociedad ahíta de la soberbia, la frivolidad y el derroche menemistas� ver que sus gobernantes se comportan en la calle como hombres y mujeres del común.
Así es. La imagen de De la Rúa volando por Lufthansa sólo se sopesa cabalmente cuando se sobreimprime la de Carlos Menem en el Tango 01. Y derrama réditos sobre todo el Gobierno que, aprovechando la volada, pretende hacer valer su supremacía con otros antagonistas. Así, la propuesta de reforma laboral es presentada desde el oficialismo como una pulseada contra lo peor del sindicalismo. �Tiene que ser una batalla entre De la Rúa y (Rodolfo) Daer� se entusiasman en los principales despachos de la Rosada. E imaginan, llegado el caso, propagandas o eventuales consultas electorales que pongan en escena esa dispar justa de presentabilidades.
El Gobierno argumenta que la nueva normativa promoverá el empleo y beneficiará a los empresarios (que mejorarán su competitividad), a trabajadores con empleo (que no sufrirán mengua en sus conquistas), al Estado (que recaudará más cargas sociales e impuestos) y a desempleados (que habrá menos). O sea, que todo el mundo �salvo la burocracia sindical cegetista� mejorará su posición relativa si se sanciona la ley de marras.
La propia enunciación del discurso desnuda que el Gobierno peca por exceso de optimismo, de candidez o de malicia. La nueva ley es una propuesta eterna de los organismos internacionales, un anhelo no colmado de Domingo Cavallo y Armando Caro Figueroa cuando prefiguraban su fórmula presidencial conviviendo en el gabinete peronista y una reivindicación patronal. El fervor con que la promueven los diarios representativos de los intereses y hasta del subconsciente de la city, el aplauso sostenido de todos los consultores empresarios y el dato �no menor ni muy publicitado� que el proyecto de ley fue redactado por dos connotados abogados de empresas sugieren que el tema laboral sigue teniendo un sólido núcleo de conflicto y de poder.
La prolongación a niveles cuasi eternos del período de prueba de los trabajadores, se explique como se explique, es una medida que los debilita frente al empleador. La supresión de la ultraactividad (perduración de la vigencia de un convenio mientras no se reemplace por otro ulterior) es, mediando la actual correlación de fuerzas, otra ventaja para las empresas.
La bajísima representatividad de buena parte de la dirigencia cegetista y su compromiso con el modelo de país que la reforma laboral ahondará son usados por el Gobierno para desmerecer sus argumentos, cuyo valor, empero, trasciende a las vulnerables personalidades de Daer o de Armando Oriente Cavallieri.
Se reproduce �mutatis mutandi� un escenario tradicional de la última década. Retazos anacrónicos y desprestigiados del estado de bienestar son arrasados por sus defectos pero también por sus virtudes en aras de una modernización acaso imparable pero también desaprensiva, excluyente y concentradora, emprendida con la cartilla de los sectores dominantes. Después, mucho después, se lamentan las �consecuencias no deseadas�.
Banca a banca, verso a verso
Queda dicho, parte de la reforma es una necesidad y aún una tendencia inexorable, lo que explica que casi todo el arco político la apoye, incluida la mayoría de los gobernadores peronistas. El bonaerense Carlos Ruckauf la articula con su evidente estrategia de crecer pegado a la sombra del Gobierno. Por ahora, tal como describe un radical que integra el gabinete, �Ruckauf tratará de hacer con De la Rúa lo que hizo Menem con Alfonsín. Acompañarlo, no desgastarse enfrentándolo cuando está en la cima y despegarse cuando empiece a debilitarse�.
Los gobernadores deben acometer sus respectivos ajustes y la ley laboral (y el consiguiente debilitamiento gremial) no les viene mal. Al fin y al cabo la conflictividad provincial ha tenido como protagonistas esenciales a sindicatos usualmente no vinculados a la CGT sino a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), a los que �los goberna� tienen en la mira para domarlos, cuando cuadre.
El Gobierno, ya se dijo, suma poroto a poroto porque sabe que, aunque gana por KO la discusión pública y domina el espacio político, el Senado puede cajonear la reforma hasta el 2001, que en política es como decir el milenio que viene. Obsesivamente, Alvarez, el ministro de Trabajo Alberto Flamarique y el ministro de Interior Federico Storani tejen y destejen reuniones buscando consensos con la dirigencia pejotista. En esta semana Storani recibió reservadamente a su predecesor y actual senador porteño Carlos Corach, quien le aseguró que votará a favor de la reforma. Un voto es un voto y vale un poquito más si proviene de un menemista paladar negro. Pero los aliancistas asumen que no es Corach el principal escollo. Mucho más peliagudo es negociar con un buen puñado de senadores peronistas que no tienen posibilidades de ser reelectos ni reportan a sus gobernadores. �Sólo entienden un argumento�, explica uno de los aliancistas que debe negociar con ellos y hace un gesto inequívoco: roza la yema de su dedo pulgar con las del índice y el mayor, sugiriendo dinero, arreglos y asegurando que el Gobierno no aceptará dialogar en ese dialecto.
Paradoja o más bien congruencia de la historia: la Alianza, el hijo no deseado del Pacto de Olivos, debe lidiar con el Senado, uno de sus hijos legítimos.
Etica y estética
Cuando De la Rúa se preembarca o Alvarez se sube a un taxi producen �antes que un improbable agio del gasto público� una redituable operación simbólica. Quieren mostrar en cada imagen una estética diferente al menemismo y por vía de esa estética probar que son éticamente distintos, esto es, superiores. Esa superioridad ética, proponen, derivará en un mejor gobierno.
Esa operación estética viene funcionando hasta ahora porque �como en todo operativo de seducción� hay cierta proclividad del seducido y porque Fernando hace muy bien el papel de De la Rúa y Carlos Alvarez es muy convincente cuando se caracteriza de Chacho.
Las lunas de miel, por definición y esencia, son �en el mejor de los casos� tan gratas como efímeras. Eso no obsta, al contrario, incita a relax and enjoy y el Gobierno lo hace. Un tono si no relajado, tranquilo domina las charlas con casi cualquier funcionario de primer nivel. La elección de Capital les parece casi asegurada y en el Ministerio del Interior hasta fantasean redondear el año ganando en su último trimestre las elecciones en Corrientes. Imaginan un milagro, revertir la hegemonía de los Romero Feris, prácticamente fundar la Alianza y parir �entre los casi desconocidos intendentes radicales del interior de la provincia� un candidato. En el Gobierno se tienen fe para todas esas proezas, lo que tal vez traduzca mejor su estado de ánimo que las coordenadas de la realidad correntina.
Pero el optimismo tiene su fundamento. Al fin y al cabo se han realizado sin mayores tropiezos las primeras tareas: presupuesto, paquete impositivo, stand by con el FMI. Todas apuntalan la segunda obsesión de De la Rúa que es el equilibrio fiscal.
Esos logros del Gobierno, conforme señaló con tino a este diario el jefe de asesores del ministro de Economía, Pablo Gerchunoff son lo urgente, no lo más importante. Son, dicho en otra jerga, la consolidación del modelo menem-cavallista, muchas de cuyas características estructurales (por caso el alto desempleo y la pobreza extrema) el oficialismo se comprometió a modificar. Hasta ahora, la Alianza mantiene su prestigio social e hizo todos los deberes frente a los poderes financieros. Y le pone el cuerpo �como De la Rúa en Davos y Alvarez anunciando el acuerdo con el FMI� a dos idilios paralelos. El enigma, como en toda democracia condicionada por la lógica de los mercados, es por cuánto tiempo pueden coexistir los dos romances.
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