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Debate sobre semejanzas y diferencias
Venezuela, Ecuador, ¿Argentina?

 

 

OPINION
¡Es la política, estúpido!
Por Juan José Canals *

Algunas democracias del continente han comenzado a transitar por los bordes de la legalidad constitucional. El golpe de Estado �consentido y hasta consensuado� que se ha producido en Ecuador en estos días se suma a una compleja situación en Venezuela, la permanente tensión política de Colombia y la anormal situación del Perú, de concretarse la perpetuidad de Fujimori. Y solo estamos señalando los principales motivos de preocupación, no los únicos.
No hay que dejarse tentar por la explicación de todo lo remite al argumento económico, porque las políticas de ajuste no alcanzan a explicar la situación.
Venezuela comienza a perder el rumbo cuando le estallan dos crisis militares, continuación de una poblada que se manifiesta contra el aumento del combustible que encarece el transporte colectivo, en medio de un crecimiento sostenido del 9 por ciento anual. Nueve años después, con un presidente interino (Ramón J. Velázquez) que completa el mandato de Carlos Andrés Pérez, un presidente constitucional (Rafael Caldera) que (exangüe) completa su mandato de cinco años en el marco de colosales denuncias de corrupción (que sin embargo no lo rozan personalmente) y un Hugo Chávez que abruma con triunfos de porcentajes increíbles de votos hasta que hurgando un poco, se descubre que todos los que votan, votan por él. Chávez tiene 3.5 millones de votos pero el padrón está integrado por 11.000.000. Es decir 7.500.000 entre la indiferencia, el desdén y la falta de propuestas, simplemente no van a votar. El precio del petróleo en ingreso sostenido ingresará fondos adicionales al presupuesto de este año.
Ecuador, tratando de cuidar las formas (aunque cada vez le da más trabajo) cambia un presidente por año, agota partidos que se dividen y entremezclan sin cesar y busca encontrar algún anclaje a la realidad cambiando de moneda. Fracasaron cuatro hombres y una mujer, entre la mayoría de acuerdos intentaron con un estrafalario: fracasaron con todos. Uno sospecha que no sólo no encuentran su paridad cambiaria, sino que aun cuando lo hicieran, estaría pendiente el que hallaran su destino político.
Lo que Amartya Sem sustenta con estadísticas cuando afirma �que no es cierto que no haya países preparados para la democracia�, es así. En la Argentina hemos logrado detener la máquina de matar y hoy medimos en números positivos los seres queridos que tenemos a nuestro lado y no tememos que los lleven en medio de la noche rumbo a la nada, a pesar de lo que piensen. En las cárceles que no están llenas de luchadores sociales, en los gritos de tortura que no oímos, en las lágrimas que no corren, en los nudillos que no se despellejan golpeando puertas que no se abren. Hay otros sufrimientos, otras injusticias, hay hambre de comida, de salud, de educación y hasta de justicia. Se lucha y se piensa en cómo luchar mejor.
Y esto es así porque aquí no triunfó el intento de destruir a la oposición. Esa es la constante de las realidades que hemos estado detallando. Fujimori y Chávez están reinando sobre cadáveres de los partidos políticos sea el APRA peruano o Acción Democrática y el COPEI en Venezuela. Lo que Marulanda encarna es el déficit de la democracia colombiana: que ya no alcanza con Liberales y Conservadores y su ficticia alternancia. En Ecuador están sin ideas y probablemente estén gastando la última �cara� que les queda antes de llegar a males mayores.
Los argentinos nos reinventamos. Los partidos políticos argentinos se reinventaron. La sociedad cambió de paradigmas: mejores o peores según los tiempos. Pero sobre la base de que esos paradigmas productos de la reinvención son suscritos por mayorías que se alternan.
Pareciera que el dilema es exactamente el inverso del que llevó al triunfo a Clinton. Mientras aquél decía �Es la economía, estúpido� por aquí debiéramos decir: �¡Es la política estúpido!�
* Analista político.

 

OPINION
Nuestras democracias siguen navegando
Por Ernesto López *

En una turbulenta Venezuela, Hugo Chávez ganó las elecciones de 1998 �en las que derrotó a una coalición formada por los partidos que gobernaron, antes que él, por cerca de 50 años� ganó también el referéndum para reformar la Constitución y las elecciones de constituyentes posteriores. A pesar de esta trayectoria, su condición de militar (y de golpista: encabezó sin éxito dos asonadas en 1992), su personalismo y su discurso tenido por demagógico lo han convertido en una personaje sospechoso. Ecuador, a su vez, ha tenido cinco presidentes en los últimos cinco años (Durán Ballen, Bucaram, Rosalía Arteaga, Alarcón, Mahuad y, ahora, Noboa). Acaba de padecer, en el marco de una revuelta social protagonizada por indígenas y militares de rango medio, un golpe de estado que con el correr de las horas fue encausado institucionalmente, con la jura del vicepresidente. ¿Ha llegado otra vez el tiempo de la espada a la región? ¿Cómo leer estos hechos desde nuestra densa historia propia?
Una fractura entre economía y sociedad, que liga malignamente desenvolvimiento económico con disgregación y exclusión sociales opera como tenebroso trasfondo de éstas (y otras) desestabilizaciones. Ello es consecuencia de los ajustes �macro� instalados por la globalización. Ningún país latinoamericano escapa a esta realidad. Hay, sin embargo, diferencias en cuanto a la solidez mayor o menor de los sistemas políticos encargados de procesar dicho ajuste. Resulta claro que Venezuela y Ecuador padecen desde hace tiempo los efectos de una prolongada y profunda crisis estatal y del sistema político. Lo que no ocurre, por ejemplo, en la Argentina y el resto del Cono Sur. En estos casos, los sistemas reconstituidos tras superar la amarga experiencia de las dictaduras militares han salido fortalecidos y parecen ir afirmándose paulatinamente.
Ecuador (como antes Perú y también Paraguay) revela otros costados favorables al mantenimiento de la democracia. Por un lado, la presión internacional continúa siendo un factor de mucho peso a la hora de decidir situaciones. Por otro, no obstante la fragilidad institucional, la hondura de la crisis social y los apetitos de algunos actores autoritarios, las formas democráticas se mantienen. Es decir que pese a todo, aún con tropiezos, no ha podido obviarse, al menos hasta ahora, la formalidad democrática (esto vale también para Venezuela).
La historia, bien se sabe, es caprichosa. Quizá disponga alguna vez sorprendernos malamente. Mientras tanto, no obstante los vientos cruzados, nuestras democracias siguen navegando, que no es poco. Y algunas parecen llevar un definido rumbo de consolidación.

* Vicerrector de la Universidad Nacional de Quilmes.

 

OPINION
De Campanas y bostezos
Por José Nun *

Me preguntan si hay riesgo de que en la Argentina sucedan cosas parecidas a las que están pasando en Venezuela o en Ecuador. La pregunta tiene una ventaja inicial y es ubicarnos en el lugar que nos corresponde: por si alguna duda quedaba, no estamos en el primer mundo, donde a casi nadie se le ocurriría formularla. Mal que nos pese, nos parecemos cada vez menos a Europa y cada vez más al resto de América Latina. Por eso, una segunda ventaja de la pregunta es remitirnos al problema de las condiciones que deben darse para que se pueda estabilizar o no la democracia en un país como el nuestro.
Veamos. Cuando terminó la Segunda Guerra había en el mundo apenas una docena de democracias representativas y pocos imaginaban que el futuro les pertenecía. Es más: estoy convencido de que este futuro hubiera sido muy distinto si la Europa de posguerra no hubiese inventado los �Estados de bienestar�. Fueron tales Estados los que hicieron posible un compromiso social efectivo y verosímil entre un capitalismo generador de grandes desigualdades y un régimen político que se sostiene en la ficción básica de que todos los ciudadanos son iguales. Y esto ocurrió no únicamente en los sitios donde la democracia ya existía.
En las primeras democracias �nuevas� de la posguerra (la República Federal Alemana, Austria e Italia), se implementaron rápidamente amplios sistemas de protección social y se redujeron de manera sensible los niveles de desigualdad. Dos décadas después, cuando Grecia, Portugal y España dejaron atrás sus dictaduras y se convirtieron en repúblicas constitucionales, pasó exactamente lo mismo y ello a pesar de que en los 70 ya habían concluido los �treinta años gloriosos� de gran expansión económica posteriores a la guerra. Vale la pena que lo subraye: en estos tres países europeos de capitalismo retrasado, el gasto social subió enseguida a más del doble y se achicó la brecha entre ricos y pobres independientemente de las fluctuaciones del ciclo económico y de las vicisitudes del índice de desocupación.
Y es aquí que aparecen algunas de las originalidades del caso latinoamericano (nosotros incluidos). Se intenta consolidar la democracia representativa mientras se le da rienda suelta a un capitalismo salvaje y crecen a ojos vistas la desigualdad, la pobreza y la polarización. Peor todavía, ahora el gasto público social per cápita no supera o es inferior al de los tiempos no democráticos y son cada vez menos quienes disfrutan plenamente de los derechos de ciudadanía. Por eso estallan Venezuela o Ecuador y hay lugares como Colombia, Perú, Nicaragua, Honduras, Guatemala o El Salvador que son un estallido permanente.
Ya sé, me preguntaban por la Argentina. Y no, no creo que haya aquí un riesgo inmediato de que suceda lo mismo y mucho menos en el clima civilizado y de razonable expectativa que ha sabido generar hasta ahora el nuevo gobierno. Pero las campanas también doblan por nosotros. Sería lamentable que se continuaran poniendo casi todas las energías en establecer condiciones favorables para el desarrollo de un capitalismo escasamente regulado y muy pocas para consolidar la democracia y extender de veras la ciudadanía. Para esto, la historia enseña que no alcanza con resignarse a humanizar el rostro de algo que se piensa inevitable. Hay que transformarlo. Venezuela y Ecuador son países andinos y alguien dijo que la pampa es un largo bostezo de los Andes. Pero hasta los bostezos alguna vez se acaban y cuando esto pase va a ser difícil conciliar el sueño si sigue habiendo 13 o 14 millones de pobres.

* Politólogo.

 

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