Por Alejandra Dandan
El
juez dice: �Tengo un número como borrado, el 28�. No es tan así: es
un número presente, caliente. Quema ahora tanto como cuando no dejaban de
repetírselo a los gritos, cuando estaba pegado en un pantalón corto, en
la taza y en la cama. Su número de interno. Borrado estaba él �Rodolfo
Brizuela, siete años�, detrás de esos dos números. �Yo no tenía
nombre, tenía un número�, repite. El 28 ahora es Rodolfo Brizuela,
juez de Menores en La Matanza. El 28 era un pibe internado en un instituto
de menores de General Rodríguez. Fue institucionalizado después de que
su madre, mucama, fue internada con tuberculosis. Estuvo dos años y seis
meses. Después fue el de los alfajores, cuando ganó fama su voceo en un
pueblo de La Rioja. Fue peón de ascensores, lavacopas. Ahora es juez. Ve
desde su tribunal a chicos como él. Dice: �Los chicos son como los
gorriones: si yo a un gorrión lo meto en una jaula, se golpea y se muere.
Si a un chico le quito la libertad, la esencia de vivir en su ámbito, le
voy a quitar primero la sonrisa, después las ganas de servir�.
�¿Qué le pasó la primera vez que entró en un instituto pero no como
interno?
�Era secretario de un juzgado. El juez me dijo que lo acompañara a una
recorrida. De vuelta, me preguntó: �¿Por qué estás tan callado?�.
Le dije: �He visto las mismas tazas, los mismos platos, las mismas
mesas, las mismas sillas, las mismas paredes y las mismas camas que yo
tenía cuando estuve internado�.
Y el aire dentro del despacho de Brizuela juez se congela. El juez tiene
quietas las manos, las deja juntas encima de la mesa escritorio. Es un
movimiento contenido.
Su madre fue mucama y en casa de los patrones él supo que ella estaba
internada por tuberculosis. Brizuela estaba en primer grado cuando un juez
lo mandó a un internado. En General Rodríguez.
�¿Se acuerda?
�A los cincuenta años pasé por ahí. Hoy funciona una escuela
secundaria. Me acuerdo de las monjas que eran buenas. Me acuerdo de las
celadoras, que salvo una o dos, el resto no eran buenas.
�¿Por qué?
�Nos vivían golpeando, degradando. Hacían sentir como que éramos algo
miserable. El primer día, una varilla de mimbre me cruzó la cara. Un
chico me dijo que saltara una parecita, no me dijo que estaba prohibido.
Cuando salté me vino la varilla encima. Empecé a aprender las reglas de
sanas convivencias institucionales.
�Esas celadoras eran como las malas de las películas.
�Eran como son los celadores.
Y el juez sentado dice que es riojano no ortodoxo: �No soy de River, ni
menemista, ni justicialista�. Es el Chango Brizuela, se vuelve a
presentar ahora así y por detrás del sillón de juez desde hace seis
años quedan en foco la caricatura del Chacho Peñaloza y Facundo.
Fue �El Chango� después de dos años y seis meses de instituto. En
Chilecito salía de ventas con una canasta más grande que su estatura de
nueve años, repleta de alfajores caseros. Brizuela y la madre se habían
trasladado a La Rioja, a casa de unos tíos panaderos. Aquel día
consiguió que su tía dejara de acompañarlo a vender alfajores puerta a
puerta. Salió solo. Se paró en una esquina y gritó:
�A los alfajores/para el mate/compre señora/a los alfajores.
Y repite el voceo con cantito, sentado ahí en el sillón mullido de juez.
Brizuela habla de la hora de la siesta, persianas cerradas y de su grito
molestando desde que llegó al pueblo hasta que se graduó de maestro en
el Normal. Menciona la escuela concurrida por los hijos de las familias
más tradicionales, donde se preparaban los mejores: �Pero no en
concepto de capacidad �corrige�. Yo quería poder estar en el nivel de
los que tenían vaqueros de marca�. Y vuelve a oler aquello: �Nunca me
voy a olvidar del primer día �jura�: nunca. Un ordenanza me miró y
dijo: �Ocupar asientos, no sé para qué��. Aquello se guardó como
una espuela. �Era una sentencia, como si me hubiesen escupido la cara.
Como si dijeran: �Vos no podés llegar�.� Y él contrarrestó: �Puedo�.
El juez prende un cigarrillo. Mantiene el cuerpo levemente inclinado sobre
el escritorio. Juega con un encendedor y detrás queda colgado su saco de
traje. Suena el teléfono del despacho. No atiende. El llamado insiste en
su celular. Alguien pide por el doctor Brizuela. Es una chica, con voz de
nena. El juez deja la oficina. �¿Me va a dejar casar?/¿me va a dejar
casar?�. Repite la chica y no se cansa. Brizuela vuelve con un muñeco
que dice Feliz Navidad. Se lo regaló ella. El muñeco por ahora queda
apoyado en el escritorio, más abajo del ejército de chiches del modular.
Hay ahí un diploma de un pibe, Vergara. Un plato de Boca Juniors, una
foto retrato de Boca con una copa levantada.
�¿Intentó buscar a su padre natural?
�Sé el nombre, sé el apellido, dónde vive. Sé demasiadas cosas de
él.
Sabe que tiene un hijo y eso que es un hombre importante de Mendoza. �Pero
no me importa encontrarme con ese hombre; mi padre es Brizuela. Creo que
mi identidad está clara, si él quiere saber algo acá estoy.�
Se recibió en Morón, después de dos intentos fallidos de carrera en
Rosario y en la UBA. Era maestro cuando ganó una beca para Rosario. Le
ofrecieron diez mil pesos por mes moneda nacional, casa, comida. No
funcionó: �La empleada de la casa que me alojó me despertaba, me
decía tiene el desayuno. Yo estaba acostumbrado a un �yerbeado�: mate
cocido con una cucharita de café. Ahí era café con leche, mermelada,
jamón, manteca�. Renunció a la beca, viajó a Buenos Aires, fue peón
de montajes de ascensores, lavacopas, ayudante de cocinero, adicionista en
restaurante y alumno inscripto en la UBA y retirado durante La Noche de
los Bastones Largos. Cuenta en un año el tiempo sin trabajo y ríe cuando
vuelve a pensar en el día en que con el primer sueldo de ferroviario se
bajó en Morón.
�Llegué a la estación �dice� con la poca platita ganada. Quería
decirle a mi vieja: �Hoy vamos a poder comer�. Comer bien. Una cosa
era comer pan duro y otra decir: �Hoy quiero un pedazo de pan fresco,
quiero churrasco y ensalada�.
El churrasco fue saldado mucho más tarde. Con esa plata pagó la
matrícula y empezó a estudiar. Antes de graduarse se compró el primer
traje: �Fue cuando me casé y duró hasta el día que me recibí de
abogado. Era un pantalón con botamanga oxford que usaba para los
exámenes. De tanto uso se había puesto medio trasparente�. En la
facultad después del último examen le dijeron: �Lo felicito, doctor�.
�Cuando me dijeron así, no lo podía creer: fue como tocar una meta
inalcanzable.�
�Y usted ¿por qué cree que zafó?
�No me patearon la cabeza, no me patearon el trasero y tampoco me
hicieron zancadillas. Hubo gente que me tocó la cabeza y aunque parezca
mentira, un chico que recibe un toque de cabeza como una caricia no es
arisco.
El juez revuelve unos papeles, como su historia. Está en busca de un
escrito. Nunca eligió el fuero de menores, dice que sucedió cuando un
juez lo pidió como secretario. Hace 18 años, cuando visitó después de
mucho un instituto. Ese día le dijo a su jefe:
�Yo estuve en un instituto. Pensé que ahora venía a ver un instituto
donde todo había cambiado, pero no cambió �y ya fuera de aquel tiempo
pasado, habla en presente�: Esto se lo dije hace 18 años. Hoy vuelvo a
repetir: nada ha cambiado, todo sigue siendo igual, porque no hay voluntad
de cambio, porque no hay una política seria.
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