Estimado Don Roberto S.:
Esta vez es por Elián González, un niño, nacido en Cuba de padres y abuelas cubanas. Debe haber leído su historia.
Usted sabe que el secuestro de Elián González es un hecho gravísimo. Y aunque tiene que ver con lo político y económico, quiero obviar estos dos aspectos que agregan infamia al hecho en sí. Quiero hablarle solo del secuestro.
No existen dudas en las personas alistadas en los derechos humanos de que todo secuestro es terrible para quien lo padece y severamente condenatorio para el que lo efectúa. Las leyes de Estados Unidos son claras al respecto. En general no existen países con estructuras jurídicas que no condenen el hecho. A veces incluso con la pena de muerte, en donde ésta todavía existe, como ocurre en algunos Estados norteamericanos. El secuestro o apropiación ilegal del niño Elián González fue condenado por la Justicia en la persona de la fiscal de Estado Janet Reno e incluso mediante expresiones del presidente Clinton. Ambos expresaron su acuerdo sobre el reconocimiento del padre a criar a su hijo. La fiscal también ha ordenado que el niño sea restituido a su padre y la ley así lo sostiene.
Han sido apoyados por las iglesias americanas y por representantes demócratas, como Sheila Jackson-Lee de Texas, Jim Mc Govern de Massachussets, José Serrano de New York y David Bonio de Michigan. Por jefes de gobierno de otros países, por los organismos de derechos humanos y por la opinión mundial. Y espero que se sumen a este reclamo las autoridades argentinas que saben, en carne propia, qué es un secuestro o apropiación ilegal de personas.
El secuestro implica una situación gravísima en su complejidad. No se trata de una apropiación ilegal de un objeto, de un robo. Se trata de una apropiación de un ser humano. De un robo, en este caso; de un niño, con lo cual la pena se agrava. Lo saben los juristas americanos: el secuestro implica convertir a esa persona en un objeto, con el daño psíquico para el secuestrado.
Está claro que el niño debe ser devuelto a su padre. Este señor, les guste o no a los captores, es el referente imprescindible a partir del cual el niño, el ser humano, construye su subjetividad. Y es también en ese sentido que las abuelas son imprescindibles. Aportan �un antes�, así como sus compañeros de escuela aportan un �aquí-ahora�. Esto sería respetar la condición humana de Elián, de seis años. Pero desgraciadamente estamos asistiendo al vaciamiento de ese ser humano de su propia historia, de su construcción como persona.
A este �ahuecamiento� del niño se le agrega la dramática situación que pasó: ver desaparecer a la madre y a su pareja y a otros tripulantes de la frágil embarcación. Y quedar flotando a la deriva en el mar una o dos noches. La oscuridad es un personaje enigmático, maligno siempre, fundante respecto a los miedos arcaicos del ser humano. El frío en el mar, en esa soledad enorme, sin orillas es la imagen de desprotección total. Y para el niño es una realidad que no sabemos cómo ha quedado inscrita en su subjetividad. La presencia de ausencia es siempre una situación traumática. Este niño tiene seis años. Todo esto deja una marca: él no lo olvida, la huella queda aunque no recuerde cómo empezó todo. Le están borrando la pista. Esta es una de las razones por las cuales el niño no puede decidir.
Los señores y señoras que lo han secuestrado figuran como parientes. ¿Nuevos parientes? Nuevos porque él no los conocía, ni hizo vida familiar con ellos. Por lo tanto no sé si llamarlos parientes o nombrarlos como son, �desconocidos para el niño que escucha que le dicen que son sus parientes�.
Es criminal obligar al niño a decidir, confundido como está, repitiendo gestos, como si estuviera en una película, con decorados imitando a supaís natal. Nada fue para las señoras miaminenses. El nunca tuvo padre, quién sabe si la madre murió, a lo mejor sólo fue una pesadilla el naufragio y su cuerpito tiritando de frío en esa larga noche en el mar.
Asiste a un decorado como si fuera su país. Le fabrican olores como si estuviera en su país. Le dan un celular para que hable y le impiden la palabra.
Aquí hace falta don Roberto. ¿Se acuerda, don Roberto, de por qué usted me entregó a mi nieto, arriesgando su libertad y su vida? ¿Se acuerda de por qué tantos riesgos?
Usted, don Roberto, me dijo: �Este niño, su nieto, ya no tiene quién le cuente quién es con la veracidad que él pueda confirmar entre cualquier gente. Usted le puede decir quiénes fueron sus padres, quiénes sus abuelos. Usted, como abuela, es la única sobreviviente que puede decirle a su nieto quién es él. Usted lo vio nacer, sabe sobre sus padres, sus abuelas y abuelos y puede cantarle las canciones que le cantaban su mamá y su papá�. Don Roberto, don Roberto, ¿se anima a viajar a Miami y devolver ese niño a su padre y a sus abuelas, como usted devolvió a mi nieto a su propia vida, a su propia identidad? Un abrazo de Laura.
* Psicoanalista. Madre de Plaza de Mayo-Línea Fundadora.
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