Por
fin empieza a surgir, en el centro de Europa (que, como Estados Unidos
y China, tiene el hábito de considerarse el centro del mundo), una
alternativa realmente drástica a la globalización y al pensamiento
único, que gatillan una redistribución de ingresos que deja a los
ricos más ricos y a los pobres, más pobres. Se trata de una
corriente política que rechaza de plano todos los presupuestos
--generados por el neoliberalismo salvaje-- acerca de la necesidad de
un Estado mínimo, y poco intervencionista en la economía. Por el
contrario, son antiliberales y proponen un Estado fuerte y subsidios
familiares igualmente fuertes (alrededor de 500 euros, o un poco menos
si se lo mide en dólares) por mes para una familia tipo.
Esta corriente va mucho más allá en estos asuntos que la
vieja socialdemocracia europea --que sólo sobrevive como tal en
Francia, y con pronóstico reservado-- y desde luego es infinitamente
más protectiva desde el ángulo social que la Tercera Vía, que bajo
los liderazgos de Tony Blair en Gran Bretaña y Gerhard Schroeder en
Alemania se dedica afanosamente a destruir los últimos vestigios del
Estado de bienestar que Margaret Thatcher y Helmut Kohl habían dejado
intactos. También rechazan la "macdonalización" del mundo,
ese verdadero imperialismo cultural que uniforma gustos y tendencias
desde Buenos Aires hasta Moscú, desde Nueva York hasta Pekín y
subrayan, en cambio, identidades nacionales que parecían suprimidas.
Descreen profundamente --como lo hace el hombre de la calle-- de la
eurocracia de Bruselas, ese conjunto de remotas instituciones que no
responden a las necesidades de la gente --como mantener el Estado de
bienestar-- y sólo respeta la fría y abstracta dictadura de los números.
Y rechazan tajantemente las consecuencias de la globalización,
algunas de las cuales han sido el desarraigo, el desamparo, la falta
de identidad y la proliferación de "no lugares" tales como
los shopping-centers y los aeropuertos, en lo cual ha
colaborado fuertemente la globalización del mercado de trabajo, con
sus inherentes consecuencias en términos de desplazamientos de
población. Por si fuera poco, esta posición alternativa ama
decididamente la naturaleza y la vida sana.
Esa alternativa se llama
Joerg Haider, líder del neonazi Partido de la Libertad (FPOe), que
quiere reintegrarse con Alemania y expulsar a los inmigrantes y
reivindica las políticas de (pleno) empleo de Adolf Hitler. Es una
alternativa horrenda a la globalización, pero saca hoy el 33 por
ciento de los votos en Austria, y es una advertencia para los hipercríticos
del liberalismo.
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