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Por Fernando D'Addario Desde Cosquín La imagen que ofreció Soledad, el sábado en la Plaza Próspero Molina, está a tono con un período de transición que parece haber contagiado también a su público: una furia contenida, lindante en la prolijidad estudiada, se trasladaba a su legión de fans, que salvo en los momentos clave ("A don Ata", por ejemplo) se mostró cauto en el revoleo de prendas y souvenirs, como si hubiese esperado, en vano, una señal para liberar tanta adrenalina contenida. Sí quedó claro que Soledad no va a renunciar en el corto plazo a su vocación telúrica. Allí está su base popular y su naturaleza artística. "Yo quiero ser una artista popular, pero seguir creciendo. No quiero estancarme, pero tampoco perder la esencia", dijo la ex adolescente de Arequito (aunque Mahárbiz se empeñe en seguir llamándola "chiquilina") a Página/12, buscando hacer pie en su nueva realidad.
Anoche, Los Nocheros
certificaron, ante una plaza colmada, que son los artistas folklóricos más
exitosos de la actualidad. También anoche, el Dúo Coplanacu y Luciano
Pereyra se adjudicaron el premio Consagración (que Los Nocheros
obtuvieron hace 6 años), con lo cual se institucionalizó una realidad
que venía evidenciándose en las últimas ediciones: el folklore
argentino está virtualmente partido en dos. Hay un fenómeno comercial,
que fomenta la aparición de artistas de tono romántico, apto para
adolescentes, y un folklore alternativo y de buena calidad, cada vez más
comercial, que quiere su parte de la torta coscoína. En el medio sigue
colándose Soledad, a quien todos los años le auguran la declinación
definitiva y cada vez ratifica que su popularidad está intacta.
"Todos siguen esperando
que revolee el poncho, por eso estamos haciendo un esfuerzo muy grande
para poder renovarme. No es fácil porque, haga lo que haga, siempre va a
haber gente que se va a molestar." La frase de Soledad no es
antojadiza: es muy común escuchar ahora a viejos detractores añorando
los tiempos en que la niña de Arequito era un aluvión criollo. Esa
Soledad "auténtica", hoy jaqueada por ansias (ajenas) de
conquista latinoamericana, es ya objeto de nostalgia. Lo que viene es una
incógnita, y depende de la prudencia de quienes la manejan. Anteanoche no
se caracterizaron precisamente por la prudencia. Bosquejaron para Soledad
un show en el que el circo primó sobre lo estrictamente musical. En la
apertura se colgó de una especie de grúa, de la que descendió (con
evidente pánico) desde lo más alto del escenario Atahualpa Yupanqui...
quien por suerte no fue testigo de la escena. El recital, con mucho papel
picado, serpentinas y coreografías murgueras con aroma a Miami, transitó
los carriles de la lógica. Un silencio expectante se apoderaba de la
platea cada vez que la joven se internaba en el repertorio de su último
disco Yo sí quiero a mi país, especialmente con temas absolutamente
ajenos al folklore argento, como "Aquel bahiano".
Sólo los más fanáticos
compran todo lo que Soledad les ofrece, ya sea películas malas, híbridos
latinos y prolijidad forzada. La mayoría de los fans la quieren criollita
y lanzada en velocidad, ingenua y sencilla, como si esos condimentos la
hicieran más "de Arequito", más del común de la gente.
"Mi próximo disco, que voy a grabar antes de fin de año, va a tener
más cosas de acá", avisa, y su anuncio es coherente con la
realidad. Así como su aparición en la Argentina fue genuina, la Soledad
"for export" fue prefabricada. Y el "producto" no
funcionó. En España le piden que cante "A don Ata", no
"Yo sí quiero a mi país", una canción que es casi un pedido
de disculpas por el desliz cometido con Emilio Estefan. En Cosquín
directamente ignoraron su perfil internacional. Prefieren verla como lo
que siempre fue: un arrebato de argentinidad, con todo lo bueno y lo malo
que ello implica.
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