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Al final todo salió más o
menos bien: Aitana Sánchez-Gijón, la actriz-presidenta de la Academia
del Cine resplandeció junto al príncipe Felipe; ahí estaban los premios
a repartir (unos
bustos cabezones y pesados, curiosamente parecidos a esos Beethoven para
poner encima del piano que alguna vez pesaron siete kilos y ahora casi
tres); la ropa era elegante y de marca; la transmisión para televisión
ofreció los errores de rigor; nadie se acordó de Garci; la ceremonia
resultó divertidamente aburrida o viceversa (como la de los Oscar) y un
poco solemne (como corresponde a todo lo catalán), y Almodóvar se alzó
con siete de los catorce premios a los que estaba nominada Todo sobre mi
madre --incluyendo mejor película, mejor dirección, mejor actriz protagónica
(el segundo de Cecilia Roth, ausente con aviso), mejor dirección de
producción-- y perdiendo por el camino dos Goyas que le pertenecían por
derecho propio: el de mejor guión original (Pedro Almodóvar) y el de
mejor actriz revelación (el portentoso travesti Agrado, creación de
Antonia San Juan, quien tuvo la responsabilidad de conducir la ceremonia
con una tensa y cauta compostura, tal vez obligada por la presencia del
principito, quien suele acudir a este tipo de magno evento con la sonrisa
automática y real de quien está pensando en cualquier otra cosa).
Lo que perdió Almodóvar lo
ganó Solas, del debutante Benito Zambrano. Película humilde y bien
intencionada y, en momentos, demasiado cerca de ese nuevo cinema-verité
políticamente correcto donde las historias más terribles y tristes y sórdidas
caen sobre el espectador con una potencia justiciera que, finalmente, da
ganas de salir corriendo a ver otra vez Matrix o lo que venga, pero, por
favor, con muchos efectos especiales. Solas se llevó cinco premios y puso
la cuota indie mientras que Goya en Burdeos, didáctico y esteticista film
de Carlos Saura con la colaboración de La Fura des Baus, se llevaba otros
cinco entre los que se encontraban los principales rubros técnicos y el
de mejor actor para Francisco Rabal, quien puso al auditorio de pie en el
primer momento emocionante de la noche.
Las grandes perdedoras fueron
Cuando vuelvas a mi lado de Gracia Querejeta --una noble y bien
intencionda película perteneciente al género "intensa película de
mujeres hecha por mujeres intensas" con el cubano profesional Jorge
Perugorría en su elenco-- y La lengua de las mariposas, de José Luis
Cuerda. Esta última --que competía en trece categorías y se llevó,
apenas, la de mejor guión adaptado-- es una perfecta muestra del estado
de situación del presente cine español: profesional, correcta hasta la
obviedad y con poco que la diferencia de cualquier otro film por el estilo
de cualquier otro país civilizado, La lengua de las mariposas es una
eficaz "película con nenito en tiempos difíciles". Es decir,
film de iniciación durante la Guerra Civil que pretende parecerse a la
magnífica Adiós a los niños de Louis Malle, no llega a la altura de Las
bicicletas son para el verano y se decide por eso que suele llamarse
"cine de hábil artesano" y que remite más a Alan Parker que a
Frank Capra, por supuesto. En resumen: un producto digno y representativo
de un cine en ascenso donde cada día se filma más y se venden más
entradas y casi todos son felices y lo cierto es que ganar un Goya importa
y vale y cambia la suerte o la prolonga. Las cada vez más numerosas
propuestas under representadas por el histórico Luis Berlanga en París
Tombuctú (Goya al mejor actor de reparto) brillaron por su ausencia y tal
vez fueran compensadas --simbólica y ectoplasmáticamente-- por la
sentida y breve evocación del fantasma de Luis Buñuel, de quien comienza
a festejarse su año centenario, o por el premio especial al veterano
Antonio Isasi Isamendi, patriarca del cine
kitsch-aventurero-austinpoweresco de los años 60 y 70. Roberto Benigni le
ganó el Goya a Mejor Película Europea a la otra favorita --la deprimente
y denunciadora Hoy empieza todo de Bertrand Tavernier-- y, por suerte, no
pudo acudir a la ceremonia a hacer de las suyas.
Una vez más --como suele
ocurrir en estas galas-- el final fue lo mejor tal vez por la sencilla razón
de que era el final. Almodóvar --quien horas atrás, en una entrevista,
había advertido que "lo importante no es que te den premios sino que
no te los den; eso sí que significa algo, porque hay una decisión clara
de enviar un mensaje"-- agradeció a Barcelona "la buena suerte
que le dio" (Todo sobre mi madre transcurre en esta ciudad), reveló
que era el cumpleaños del príncipe, se lamentó de "no ser un poco
más Marilyn para cantarle el feliz cumpleaños", obligó a todo el
auditorio a hacerlo, se atragantó con sus lágrimas y con el recuerdo de
su madre recientemente fallecida, se definió como "la madre de todo
mi equipo" y, seguro, se fue rápido a recoger algún otro merecido
premio por ahí.
A modo de despedida: debería
otorgarse ya el Goya a la Peor Educación a una tal Teresa López,
responsable de atender a periodistas y repartir acreditaciones. Y de paso:
¿alguien podrá explicar por qué el nombre de un premio cinematográfico
lleva el nombre de un pintor?
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