Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

OPINION

El hombre de Davos

Por James Neilson

Para Thomas Mann, Davos era el lugar adonde se fueron a morir personas esperanzadas y sus ilusiones; pero mucho ha cambiado desde los años veinte, cuando el futuro parecía casi tan negro como efectivamente resultó ser. Aparte de algunos intelectuales, cuya presencia en los salones sirvió para asegurar a los políticos y empresarios que por lo menos ellos no eran los materialistas groseros apasionados únicamente por el dinero de la leyenda anticapitalista, los asistentes a las reuniones de especímenes de lo que se ha dado en llamar "el hombre de Davos" apenas saben qué quiere decir la palabra "pesimismo". Desde su óptica, todo anda maravillosamente bien. Lo de Seattle, no obstante la globalización, es irresistible. Las recetas "neoliberales" funcionan aún mejor de lo que habían previsto: tanto más "derechista" la política económica de un país, más rápido crecerá. El destino de los reacios a reconocer esta verdad evidente será merecidamente triste. Propulsados por el "nuevo paradigma", Estados Unidos rompe record tras record. En Europa, los británicos, que están comenzando a tomar el euro por una versión apenas disfrazada de la despreciada lira italiana, sermonean a los demás sobre la necesidad de modernizarse cuanto antes. En Asia, los coreanos del sur, luego de tragar las damajuanas llenas de aceite de ricino que les mandó el FMI, están creciendo como en los buenos viejos tiempos. Y, como si todo esto no fuera lo bastante satisfactorio, la irrupción del "e-comercio" promete hacer aún más espectacular las ganancias de los próximos años.

  Fernando de la Rúa ya se ha hecho miembro de este club de los exitosos, amigo íntimo de Tony y de Bill, políticos que como él dicen querer más justicia social, pero que no saben cómo garantizarlo sin sembrar pánico entre los sacrosantos "inversores", y está resuelto a hacer lo que pueda para que la Argentina participe de los beneficios de la "nueva economía" sin por eso olvidar a quienes se sienten tan lejos de Davos como están de Marte. ¿Será capaz de mantenerse en contacto con ambos extremos del espectro, charlando amablemente con alguien como George Soros un día y el siguiente prometiendo mejoras a una familia neuquina cuyos gastos anuales son inferiores a lo que un neomillonario podría ganar --o perder-- en un par de minutos? Se trata de dos mundos que son radicalmente distintos, y aquí el de quienes no tienen nada en común con el hombre de Davos es ampliamente mayoritario, pormenor que acaso le habrá sido fácil pasar por alto cuando estaba allá arriba en Suiza, pero que debería obsesionarlo, ya que está de regreso en la llanura.

 

PRINCIPAL