Para
Thomas Mann, Davos era el lugar adonde se fueron a morir personas
esperanzadas y sus ilusiones; pero mucho ha cambiado desde los años
veinte, cuando el futuro parecía casi tan negro como efectivamente
resultó ser. Aparte de algunos intelectuales, cuya presencia en los
salones sirvió para asegurar a los políticos y empresarios que por
lo menos ellos no eran los materialistas groseros apasionados únicamente
por el dinero de la leyenda anticapitalista, los asistentes a las
reuniones de especímenes de lo que se ha dado en llamar "el
hombre de Davos" apenas saben qué quiere decir la palabra
"pesimismo". Desde su óptica, todo anda maravillosamente
bien. Lo de Seattle, no obstante la globalización, es irresistible.
Las recetas "neoliberales" funcionan aún mejor de lo que
habían previsto: tanto más "derechista" la política económica
de un país, más rápido crecerá. El destino de los reacios a
reconocer esta verdad evidente será merecidamente triste. Propulsados
por el "nuevo paradigma", Estados Unidos rompe record tras
record. En Europa, los británicos, que están comenzando a tomar el
euro por una versión apenas disfrazada de la despreciada lira
italiana, sermonean a los demás sobre la necesidad de modernizarse
cuanto antes. En Asia, los coreanos del sur, luego de tragar las
damajuanas llenas de aceite de ricino que les mandó el FMI, están
creciendo como en los buenos viejos tiempos. Y, como si todo esto no
fuera lo bastante satisfactorio, la irrupción del
"e-comercio" promete hacer aún más espectacular las
ganancias de los próximos años.
Fernando de la Rúa ya se ha
hecho miembro de este club de los exitosos, amigo íntimo de Tony y de
Bill, políticos que como él dicen querer más justicia social, pero
que no saben cómo garantizarlo sin sembrar pánico entre los
sacrosantos "inversores", y está resuelto a hacer lo que
pueda para que la Argentina participe de los beneficios de la
"nueva economía" sin por eso olvidar a quienes se sienten
tan lejos de Davos como están de Marte. ¿Será capaz de mantenerse
en contacto con ambos extremos del espectro, charlando amablemente con
alguien como George Soros un día y el siguiente prometiendo mejoras a
una familia neuquina cuyos gastos anuales son inferiores a lo que un
neomillonario podría ganar --o perder-- en un par de minutos? Se
trata de dos mundos que son radicalmente distintos, y aquí el de
quienes no tienen nada en común con el hombre de Davos es ampliamente
mayoritario, pormenor que acaso le habrá sido fácil pasar por alto
cuando estaba allá arriba en Suiza, pero que debería obsesionarlo,
ya que está de regreso en la llanura.
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