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--¿Nunca estuvo al frente de un teatro? --No,
ésta es mi primera experiencia, y eso es bueno, porque me demuestra que
en la vida uno puede comenzar de nuevo en cualquier momento.
--En este caso, conduciendo varias salas...
--Y algunas bastante caídas. En la tradición de la ciudad, el
Alvear era el teatro residual, abandonado en varios aspectos. Al mismo
tiempo se le fueron adosando otras salas, el teatro Regio, el De la
Ribera, que antes dependía de Nación, y el Sarmiento, que en una época
estuvo a cargo del San Martín. Así se fue formando un complejo teatral
al que todavía hay que terminar de dibujarle el alma. --¿Quiere decir que tendrán perfiles diferentes? --Exactamente,
y apuntando a la descentralización cultural de Buenos Aires. El propósito
es llevar a cada zona lo mejor del centro, y no que cada una de éstas se
convierta en autogestora, porque entonces no va a haber posibilidad de
progreso. Para lograrlo, tenemos que formar corrientes de público. Quien
vaya al Teatro de la Ribera sabrá que va a encontrarse con espectáculos
relacionados con el alma de la ciudad; por eso, después de Esperando la
carroza (la obra del uruguayo Jacobo Langsner en cartel) pondremos un
sainete. --Pero la gente no se traslada fácilmente...
--Bajo ciertas condiciones, sí. ¿Acaso los jóvenes no siguen a
una banda de rock a cualquier lado y a cualquier hora? Determinadas
expresiones de música culta también trasladan a su público con ellos.
En este aspecto, si logramos concretar este año, en el Regio, los
conciertos que proyectamos con la Orquesta Juvenil del Teatro Colón, es
probable que los jóvenes de la música culta de Buenos Aires se acerquen
a ese teatro. En cuanto a las obras, creo que hoy el público quiere verse
reflejado en el escenario, y para eso está el teatro argentino, con sus
piezas tradicionales y nuevas. --¿Ha hecho alguna
compulsa o se trata de un deseo personal? --La
experiencia va mostrando lo que digo. Cuando en el '99 presentamos La vida
es sueño en el Alvear, alcanzamos un promedio de 500 espectadores por
función. El público musitaba, recitando los versos junto con los
actores, porque se reencontraba con cosas muy profundas de su experiencia.
Esto lo vivimos ahora con Esperando la carroza, y pensamos que con ¡Jettatore!
(Gregorio de Laferrère), obra que va a poner Javier Portales en el Regio,
va a pasar algo semejante. ¿Qué es lo que estamos vendiendo? Diría que
una marca y un mensaje. Es como decir "¡Vengan, encontrémonos en el
teatro!". Con esta iniciativa cumplimos con la obligación de
preservar el repertorio nacional, afirmar la identidad y decir no al
teatro enlatado. A los teatros oficiales les toca realizar el esfuerzo,
verdaderamente grande, de montar y recrear las obras de nuestro idioma.
--¿Cuenta con un buen presupuesto? --En
1999, la Legislatura y el Gobierno de la Ciudad aumentaron en un 25 por
ciento el importe para contrataciones artísticas, respecto del '98, y
este año, un 17 por ciento más que el anterior. La cantidad destinada a
contrataciones artísticas es de 2,4 millones de pesos, y el presupuesto
es de 8 millones. --¿Para la totalidad de
los teatros?
--Para
todo, incluido el Sarmiento (ubicado junto al Zoológico), que estamos
terminando de restaurar. Vamos a inaugurarlo a fines de abril o principios
de mayo, con una obra de las nuevas tendencias, porque así como defiendo
encarnizadamente el teatro tradicional y la voluntad del público de
querer ver obras sin crisparse, me interesan las obras de vanguardia. --¿En ese caso la programación se hará basada en concursos? --Hicimos
concursos de autores y obras. Se presentaron 247 obras, de las cuales el
jurado seleccionó La Bufera. Los concursos de proyectos son complicados,
porque hay muchos aspectos a evaluar. En esto no tuve demasiada suerte. El
jurado eligió una propuesta que después descubrimos que no se ajustaba a
las posibilidades de la sala. --¿Cómo es hoy la relación con los elencos? --Muy
buena en el momento de convocarlos y discutir los cachets, muy trabajosa
en el momento de hacerlos trabajar y muy mala cuando se enojan porque la
Municipalidad se demora en pagarles. Al principio esto me asustaba, pero
ahora no me hago ningún problema. Provengo de otra formación, donde lo
que realmente había que tratar de evitar siempre era el escándalo. Ahora
es diferente, y ya me acostumbré. Como digo en el libro que estoy
terminando de escribir, el mundo teatral se expresa con todo,
abiertamente. Le gusta el "vivere pericolosamente". --A propósito de esto, usted escribió que algunos
integrantes de sectores como el teatro, música y danza, realizan
propuestas culturales de "fuerte intervencionismo estatal y
corporativo", a diferencia de otros como el de la plástica que, según
una expresión suya, endiosan la inserción del capital privado en las políticas
culturales. ¿Cómo es eso? --Todos
los que trabajamos en el mundo del arte �-y en mi caso, como escritor--
estamos esperando siempre la generosidad del "príncipe". Esto
es ya una tradición, y está bien que así sea. Pero hay que tener
cuidado, porque ni el príncipe ni el Estado deben ofrecer garantías a la
falta de talento. Hay gente que empuja sindicalmente para obtener
posiciones de seguridad y después baja los brazos. La lucha es un estímulo
permanente a elevar la calidad. No se puede sindicalizar la excelencia. --Pero las dificultades desaniman, aun a los más
talentosos... --Estoy
de acuerdo en que hay que ofrecer garantías mínimas de vida honorable.
Esto significa crear un sistema de seguro social de salud, previsional y
otros. También, abrir espacios para que los creadores puedan avanzar.
Esta es una tarea que, a mi juicio, deben cumplir el Instituto Nacional de
Teatro y Pro-Teatro, el instituto de la ciudad que aún está en proceso
de creación, destinado a otorgar pequeños subsidios. Para el Pro-Teatro,
la Legislatura votó un millón de pesos en el '99.
--Al parecer perdidos, porque el instituto aún no funciona...
--Hubo
un intento de transferir ese millón del anterior ejercicio al 2000, pero
eso es realmente muy difícil. En todo caso existe la voluntad de crear
este instituto para subsidiar a grupos y salas independientes. --Que no piden un príncipe
sino exenciones impositivas y de servicios.
--Ese
es otro tema que esgrime, y con razón, el actor y diputado Luis Brandoni,
cuando se refiere a las tarifas de agua corriente. Es cierto, hay varias
modificaciones para hacer, aunque algunas no sean jurisdicción de la
Ciudad.
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