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Página/12 Por
Mónica Flores Correa
Decidido a ignorar la tradición
algo maléfica de New Hampshire de hacer perder a los candidatos favoritos
de los partidos (ver recuadro), Bush afirmó "voy a ganar" y
dijo que no creía en las encuestas que en los últimos días le habían
dado una superioridad de 10 puntos al senador y ex veterano de Vietnam.
Independientemente de la necesidad exitista de los precandidatos de
exhibir desprecio por los sondeos, es cierto que una de las características
interesantes de las primarias es su extrema volatilidad. Los resultados de
estas internas muchas veces tienen poco que ver con lo anunciado en las
encuestas. Y New Hampshire es un estado particularmente caprichoso y
voluble.
Pese a contar con bastante
apoyo de los independientes, el demócrata Bill Bradley reconoció que no
se beneficiaría con la actitud inconformista de los votantes, centrada en
jaquear a los republicanos en esta ocasión, y sonó casi resignado al
comentar: "Siento que estoy listo para el veredicto". Batallando
por conquistar a los votantes más conservadores, el multimillonario Steve
Forbes, el comentarista y ex embajador Alan Keyes y el dirigente del
fundamentalismo cristiano Gary Bauer (ver recuadro) continuaron
estrechando innumerables manos, cuyos dueños en su mayoría no pensaban
votarlos. Forbes, que se paga la campaña casi exclusivamente con su
fortuna personal y lleva gastados unos 33,6 millones hasta este momento,
decidió ignorar la realidad y dijo como Bush, aunque con muchísimo menos
margen para semejante incredulidad, que tampoco creía en las encuestas.
Por su parte, Bauer pareció evaluar la posibilidad de retirarse de la
carrera. "Soy un luchador pero no me engaño. Veremos nuestras
posibilidades día a día", señaló.
Tanto McCain como Bradley, los
principales contendientes de los favoritos, necesitaban una victoria en
New Hampshire. McCain no se había presentado y Bradley había sido
derrotado en los caucuses de Iowa, algo así como la preprimaria. Desde un
primer momento, las perspectivas de que Bradley triunfase en New
Hampshsire fueron notablemente débiles. Con el aparato institucional del
partido y los sindicatos apoyando a Al Gore, la suerte de Bradley ya
pareció inexorablemente condenada.
Para McCain el escenario se
presentó más rosado. Pero los analistas repitieron incansablemente que
el hombre a la izquierda de Bush todavía debe enfrentar muchos desafíos,
pues el gobernador de Texas cuenta con una formidable organización
nacional y una formidable cantidad de dinero para financiar la campaña. A
George W., o simplemente W., como lo llaman, lo describen como "el
candidato de los 68 millones de dólares". Esta es la cifra total que
el "conservador compasivo" logró reunir al cierre de 1999. Y si
bien la cantidad de millones resulta sobrecogedora, el ritmo de gastos de
Bush parece necesitarlos. Se estima que en los últimos tres meses, el
gobernador de Texas gastó 17.3 millones de dólares, a razón de unos
200.000 dólares por día. El esfuerzo presidencialista de Bush está
cerca de convertirse en el más caro de toda la historia de las campañas
estadounidenses. Como su "recaudación de fondos" ha sido tan
extraordinaria, Bush renunció a los fondos federales que se asignan a los
políticos que hacen campaña. El competidor republicano McCain reunió unos 15 millones de dólares, de los cuales le quedan 7.7 millones para seguir tratando de convencer a los estadounidenses de que él es el líder que buscan. En el último trimestre de 1999, el demócrata Bill Bradley consiguió reunir el doble de fondos que obtuvo su rival Gore en el mismo período. Bradley ha puesto en su cuenta de campaña 27.7 millones. Y Gore, que, para bien o para mal en su campaña después de todo es el actual vicepresidente de Estados Unidos, casi 32 millones.
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