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HICIERON UN MUSEO DONDE VIVIO ALBERTO BRUZZONE
Un chalet para la memoria

 

La idea fue concebida por un grupo de amigos y familiares del artista, con el objeto de difundir su obra y proyectar eventos culturales. 

 

La casa-museo funciona desde diciembre en el norte de Mar del Plata


Por Roberto Garrone
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Lo único que falta en el chalet donde Alberto Bruzzone pasó los últimos veinte años de su vida es, justamente, el pintor. Si bien hubo retoques en las paredes y se la preparó para que funcione como casa-museo, otros sectores aparecen como si el tiempo no hubiese transcurrido: delantales de trabajo colgados de un perchero, su caballete preferido, las manchas de pintura formando un tapiz opaco en el piso y muchos otros objetos que se ordenan como si los hubiera dejado ayer. Su ausencia se nota por la capa gruesa de polvo que se alojó en los pomos, paletas y racimos de pinceles que se amontonan en la mesa de trabajo. Una ausencia tangible, porque los visitantes de la casa marplatense pueden realizar una recorrida por los mismos senderos que caminó el artista, mirar sus tesoros, sus libros, sus grabados y contemplar los cuadros con la misma luz con que fueron pintados.

  Bruzzone, fallecido en 1994 a los 87 años, fue uno de los pintores más representativos del realismo social rioplatense, junto a sus amigos Berni, Castagnino, Urruchúa y Spilimbergo. Inaugurada formalmente en diciembre pasado, la Casa Bruzzone (ubicada sobre la calle Marie Curie 6193, en el corazón del Barrio Parque El Grosellar, en el norte de Mar del Plata) fue concebida por un grupo de familiares, amigos y discípulos con la idea fundamental de dar a conocer la obra del artista y prolongar el espíritu creativo que alberga el sitio. "Desde que dejó de participar en concursos y luego, cuando se rehusó a formar parte de jurados, se borró de las pistas y hay mucha gente que no conoce su importante trabajo", dice Jorge Latorre, uno de los activos integrante de la Asociación Casa-Museo Bruzzone.

  En esta primera etapa, la Casa se abrió a turistas y residentes con propuestas variadas. A la obra del dueño de casa se suman seis esculturas de Antonio Pujía. "Las habitaciones que cobijaron a nuestros chicos ahora continuarán albergando a los hijos del arte, las pinturas", explica Magda Konopacki, última mujer del artista, madre de siete hijos, y un rostro reconocible en un par de lienzos colgados de las paredes. "Por eso dejamos en el piso los parches de las viejas divisiones. Tiene que ver con el criterio que utilizamos para la restauración." Además hay una sala de conferencias, un museo de grabado, un área de talleres y el espacio museológico que comprende el atelier del pintor, el living y el altillo de la vivienda. El marketing no está ausente, y los recuerdos de la visita se compran en la tienda de arte. Y está el parque escapado de una postal, en el que tres veces por semana hay conciertos. 

  La mano de obra de los trabajos que se hicieron en la casa para convertirla en este museo, que ya convocó a más de dos mil personas, fue gratuita. "Uno de los albañiles que más nos ayudó �-confiesa Latorre-- nos contó que había conocido a Bruzzone en la lucha por la liberación de Agustín Tosco, cuando donó tres de sus cuadros al Sindicato Luz y Fuerza para que los vendieran y así recaudar dinero para la causa. El muchacho nos dijo que todo lo que podía hacer no iba a alcanzar a saldar tamaña deuda".

  En una segunda etapa, el proyecto contempla la preservación de la obra de Bruzzone, la organización de su biblioteca personal, una programación de plástica basada en la visión retrospectiva del movimiento pictórico al que perteneció el pintor, y un programa integral de distintas áreas relacionadas al quehacer de la plástica. "Si logramos generar cierto capital �-completa Latorre-- tendremos animación, video, música, teatro, letras y el primer taller de cine marplatense". Los últimos días del artista pueden adivinarse viendo una foto en el atelier. Luce el pelo y la barba larga y blanquísima, con el delantal puesto y un par de pinceles en la mano. "La pintura supone emprender un camino duro y cuesta arriba que no conduce a ninguna parte. La muerte sorprende al pintor en esa marcha y es entonces cuando su obra ha de situarse en la historia o pasar al olvido", dijo Bruzzone. Ese diálogo que se daba entre el pintor y su público sólo a través de los cuadros ahora se ha transformado. La vida dedicada a la creación artística y cultural, cercada por la intimidad familiar, cedió su espacio y se convirtió en interés público. La mejor manera de que la sociedad acceda a un bien cultural que ya le pertenece.

 

El deporte no es el arte

Alberto Bruzzone fue uno de esos artistas al que se lo conoció exclusivamente a través de su obra. En la juventud, el dibujo y el tango ocuparon una porción importante de sus horas. "En los cabarets aprendí a bailarlo, frecuenté las pensiones y los piringundines", dijo. Pudo conjugar ambas pasiones, interpretando poemas de Tuñón y Carriego. Esas obras luego integraron la muestra Evocaciones porteñas. Cursó en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, donde fue alumno de Centurión, de Larrañaga, Belloq y Guido. Mientras, trabajó en los sitios más disímiles: fue empleado administrativo, sereno, recaudador, retocador de fotografía y profesor de inglés. Entre 1936 y 1960 obtuvo los más importantes premios de la plástica nacional: el último fue la Medalla de Oro en el Salón Nacional del Sesquicentenario de la Bandera. "La actividad competitiva, propia del deporte, no se aviene con la creatividad, esencia misma del arte", dijo cuando se retiró de los concursos. "Un color, un trazo, una textura satisfactoria son para mí premios más gratificantes que lo que alguna vez alcancé y otorgué". Pintor realista, fue comprometido y sensible a los dramáticos acontecimientos que en distintas épocas sufrió el país. Muchas de sus obras son testimonio, denuncia y condena.

 

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