El primer campeón registrado de los Juegos Olímpicos que en honor de Zeus se llevaban a cabo en la antigua Grecia se llamó Coroebus de Elis, ganó la carrera de (no se sabe cuántos) metros llanos, lo hizo en el año 776 antes de Cristo y, desde luego, nunca conoció a Juan Antonio Samaranch, el siempre presidente del Comité Olímpico Internacional. En estos días el viejo barcelonés deberá enfrentar un interrogatorio de las autoridades federales de los Estados Unidos acerca del escándalo que rodea a la elección de Salt Lake City como sede de la Olimpíada de Invierno de febrero del 2002. El Departamento de Justicia yanqui y el FBI investigan adónde fue a parar el millón de dólares en sobres más o menos gorditos, becas, sinecuras, regalos y otras gentilezas que indujeron a los miembros del COI a elegir a esa ciudad de Utah para el acontecimiento.Tampoco el barón Pierre de Coubertin tuvo �desde luego� el dudoso placer de conocer a Samaranch. El noble francés logró, con no pequeño esfuerzo, que en 1896 renaciera en Atenas esa legendaria justa deportiva que el emperador romano Teodosio I había prohibido 23 siglos antes. A De Coubertin lo guiaba una concepción humanista del valor de los principios olímpicos: �Exportemos nuestros remeros �dijo en 1892 en una reunión de la Unión Deportiva de París, emperrado en su proyecto�, nuestros corredores, nuestros esgrimistas, a otros países. Ese es el verdadero libre comercio del futuro; y el día en que éste se introduzca en Europa, la causa de la paz contará con un aliado nuevo y poderoso�.De otro cuño es el que llaman �el zar del COI� que dirige el organismo desde hace 20 años y no está dispuesto, pese a todo, a dejar el cargo hasta que el 1 de julio del 2001 expire su mandato. Carga antecedentes que más bien lo alejan del ideal olímpico. Cuando adolescente formó parte de las juventudes fascistas de Barcelona, se pasó a las filas de Franco durante la Guerra Civil Española y escaló posiciones en el régimen hasta convertirse en diputado del parlamento títere de don Francisco. Fue jefe político del deporte de su país en esos años, que utilizó para exaltar la dictadura, y luego presidente del gobierno regional de Cataluña hasta la muerte de Franco en 1975.Con ese pedigrí no asombra que haya ido contratando a otros expertos de su laya: un ex agente operativo del brutal servicio de inteligencia de Corea del Sur, un ex aliado del ugandés Idi Amin, un notorio traficante de armas, entre otros. Se supone que las Olimpíadas vienen de y van hacia los pueblos, pero con semejante equipo no es extraño que las decisiones del COI se tomen a puertas cerradas, que se excluya a la prensa de sus reuniones anuales y que nadie, ni siquiera los comités olímpicos nacionales, conozcan el destino de los 2 mil millones de dólares que esa transnacional del deporte que es el COI recauda cada cuatro años.La caída del Muro de Berlín creó incomodidades para Samaranch. La apertura de los archivos de la Stasi, la policía secreta de Alemania oriental, permitió descubrir ciertas acciones no exactamente deportivas. Uno de sus informes, fechado el 29 de marzo de 1989, contiene la lista de sobornos pagados en las Olimpíadas de 1988 para que los árbitros de box dieran el triunfo a perdedores que, para millones de espectadores, no habían sido más que eso, perdedores. El informe, escrito por Karl-Heinz Wehr, agente de la Stasi y secretario general de la Federación Internacional de Box Amateur, revela que un patriótico millonario coreano sobornó a ejecutivos de la Federación para que �arreglaran� de 10 a 20 peleas a favor de los púgiles coreanos. Una de las víctimas más conspicuas del cohecho fue el luego campeón mundial de peso mediano Roy Jones junior. Wehr acordó con el paquistaní Anwar Chowdhry, íntimo de Samaranch, y con Gunther Heinze, miembro del COI por Alemania oriental, que no hubiera escándalo. El hecho trascendió y Saramanch se negó siempre a comentarlo. En cambio, condecoró a Chowdhry y a Heinze con la Orden Olímpica.En 1984, durante la Olimpíada de Verano de Los Angeles, el laboratorio encargado de detectar la ingestión de drogas en los competidores avisó a Samaranch que unos diez atletas destacados lo habían hecho. Nada ocurrió. Sólo diez años después, científicos que trabajaban en ese laboratorio relataron a la BBC que éste fue cerrado por órdenes �de muy arriba�. En 1994, el príncipe belga de Merode, presidente de la comisión médica del COI y más entendido en empresas que en cuestiones de su cargo, adujo ante denuncias de encubrimiento de pruebas sobre el dopaje de atletas que algunos miembros del comité organizador habían roto a sus espaldas, por accidente, en su oficina del Hotel Biltmore, documentos y evidencias clave de lo que se estaba denunciando. Eso sí, subrayó que el COI era, es y será duro con los competidores que se drogan.Samaranch dice que podrá contestar sin sobresaltos las preguntas de las autoridades federales yanquis sobre Salt Lake. �Nuestra posición es muy clara �afirmó en plural mayestático�, no tenemos nada que ocultar�. A saber qué pensarán los restos del barón De Coubertin, si pudieran pensar: él creyó toda su vida que las Olimpíadas eran una suprema expresión de las aspiraciones de paz y fraternidad en todo el mundo, nunca un patio para la corrupción y los negocios.
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