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Cuando Bernardo Romeo encontró el pase de Pablo Aimar en medio del área brasileña y le cruzó el remate a Fabio Costa, una sola certeza había en Londrina y frente a los millones de televisores: ¿cómo aguantar 84 minutos? Porque Argentina tuvo desde el arranque una actitud clara y a contramano de su historia y la calidad de sus jugadores: jugó a no jugar, jugó a aguantar. Entonces, el gol de Romeo era no sólo una exageración sino también un problema. Si había que aguantar con el cero a cero, más aún había que aguantar estando uno-cero antes de los diez minutos. Y pasó lo que debía suceder: ganó Brasil por goleada y perdonando la vida. Pudo ser mucho peor. Lo que no se entiende es por qué Pekerman juntó a todo el equipo de tres cuartos de cancha hacia atrás, a esperar, a morder en el mano a mano cuando los brasileños empezaban la aceleración. Por qué se resignó a jugar �sin� la pelota, entregándosela, justamente, a quienes la manejan con maestría y resignando lo mejor que tiene este Juvenil: Riquelme, Aimar y Cambiasso reuniéndose en el toque, la circulación y la salida por afuera, que debería prolongarse en desborde y centros para la definición y volantes que lleguen. Resultado: nunca hubo desborde, nunca se crearon situaciones de gol salvo con ollazos, nunca se contuvo a los brasileños. En resumen, nunca nada.La propuesta mezquina tuvo un durísimo revés con el 4-2 final, que bien pudo ser más amplio. ¿Qué diferencia había si a los argentinos le cambiaban la camiseta y le ponían la de Noruega o la de Arabia Saudita? Ninguna. ¿Cuántos equipos pueden jugarle con grandeza y sin temor �que no significa no ser precavido� a una selección de Brasil? Sólo los grandes:Italia, Alemania, algún otro europeo y Argentina. Pero sucede que desde hace mucho tiempo el desconcepto habita en estas tierras y Argentina no juega como debería hacerlo sino que la degradación ideológica también carcomió las convicciones futboleras. En pos de conseguir equipos �sólidos�, equipos �equilibrados�, equipos �eficaces�, se sacrifica la naturaleza de los jugadores que puede desequilibrar. Jugadores como Duscher, como Scaloni, valiosos por cierto, se encuentran a menudo. Jugadores como Aimar, como Riquelme, como Cambiasso, no. Entonces, si éstos están sometidos a un cuadro general de mínima audacia, circunscriptos a �aguantar� la pelota las pocas veces que la reciben, las posibilidades de hacer parejo un partido con Brasil disminuyen. Si a Brasil se le juega con tres en el fondo, sin laterales y con la modernidad de los �carrileros�, se corre el peligro de que desequilibren los marcadores de punta rivales. Cuando no funciona, hay martirio de la defensa. Por eso Pekerman mantuvo el módulo, pero cambió a los hombres cuando ya estaban 2-2; por eso Milito fue figura �se la jugó siempre solo con dos o tres�; por eso Cufré padeció con Lucas, por eso nunca encontraron a Ronaldinho ni a Alex, aunque éste, por suerte, decidió jugar sólo diez minutos, dando vuelta el partido con su gol y la habilitación a Edú para el centro del 2-1. En largos pasajes del segundo tiempo dio la sensación de que Brasil levantó el pie del acelerador. No por compasión sino porque se dieron cuenta de que aunque Argentina tuviera la pelota era incapaz de inquietar a Fabio Costa. En cuanto se sacudieron la modorra, el gol era inminente y el dubitativo Bizzarri pasaba sofocones. La diferencia estuvo en las convicciones, en la velocidad, en la precisión y ahora obliga al Juvenil a echar el resto, a dar lo que no dio todavía en este Preolímpico, en partidos con Uruguay y Chile, que pintan para ser descriptos como batallas, como les gustaba decir a los viejos cronistas.
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