Es posible pensar que el próximo siglo será
diferente. Pero, ¿por qué razonarlo así? ¿Acaso el hombre será
distinto? ¿O el recién nacido traerá idéntico instinto y desprecio por
el otro?
Con exacta facilidad el hombre llegó a la luna y, en segundos,
destruyó ciudades que demoraron cientos de años en levantarse. Esto sin
siquiera hacer referencia a los hombres y mujeres que las habitaban.
Se dice que el siglo XX fue diferente. Sin embargo, se utilizó
cualquier ideología para movilizar e intrigar, torturar y matar. No
fueron necesarios 1000 años de adoctrinamiento ni ser anticristiano para
matar a cristianos. Lo hicieron ellos mismos.
No fue obligatorio que los europeos mataran a los africanos. Lo
hicieron ellos mismos.
No tengo estadísticas pero no creo que ningún enemigo externo
matara y exterminara a tantos españoles como los españoles mismos.
Estoy convencido de que ningún adversario de Rusia aniquiló y
torturó a tantos ciudadanos de la ex Unión Soviética como ellos mismos.
Los chilenos mataron a más chilenos y los argentinos a más
argentinos. Todo bajo o el rimbombante "salvar a la patria".
No quiero caer en el facilismo de preguntar qué sentido tenía
torturar a una madre embarazada, si apenas nacido su hijo se lo sacaban y
terminaban con ella. Me pregunto en qué ideología fue registrado.
La criminalidad humana contra sus semejantes es antigua y aunque
los métodos cambiaron (antes se quemaba, en hogueras, a la vista de todo
el pueblo; antes se ahorcaba al acusado; antes se cortaba, públicamente,
cabezas), seguimos desconociendo su comportamiento.
En los encuentros a los que me invitan, para compartir mis
vivencias en campos de exterminio y muerte, como testigo de la Segunda
Guerra Mundial, hablo a jóvenes y nunca falta una pregunta: ¿Tiene
confianza en el hombre? Admito que, cuando respondo afirmativamente, lo
hago convencido. Pero, en soledad, tengo mis dudas. A veces intento
satisfacerme diciendo que "mi falta de confianza sería traicionar a
millones de hombres que lucharon y murieron intentando derrotar al
nazismo" ya que el mismo revés es un signo alentador: el hombre
aprendió que el que odia y mata se autodestruye.
Hoy sabemos que tanto el diablo como el santo están persuadidos de
sus objetivos. Mientras los extremos se toman el pulso, al resto
--aquellos que no somos ni santos ni diablos-- no se nos permite vivir en
paz. Cada día me afirmo más en la idea de que el hombre mata por matar y
después encuentra la explicación. El idioma deshumaniza y permite que no
seamos responsables de las atrocidades sino que podamos esconderlas detrás
de los crímenes. Parece que no hubiera personas que matan a personas. No
hay hombres sino ideas, naciones.
En octubre de 1999 estuve en Jerusalén. Me conmovió visualizar el
mosaico de sus gentes. Beduinos viviendo como hace siglos, con su estilo y
hábitos; árabes vestidos de modo tradicional; judíos ortodoxos con sus
largas levitas, jóvenes con llamativos escotes y vestidos provocativos;
soldados y soldadas con uniformes; sacerdotes con sotanas y hombres y
mujeres cargando pesadas cruces... No pude evitar recordar mi infancia
polaca, en mi ciudad natal, donde los judíos parecían salidos de la edad
media y las sinagogas se levantaban al lado de las iglesias a pesar de los
cientos de años de rencores y odios. En cada ciudad y en cada pueblo había
un "loco"; gente joven y vieja; personas sanas y enfermas;
diversidad de etnias; gitanos tirando las cartas y adivinando la suerte.
Todo formaba parte de un idéntico paisaje que, no pocas veces, parecía
exótico. De repente, todo se modificó: los enfermos fueron privados del
derecho a la vida, las sinagogas fueron destruidas, los judíos devorados
por las llamas, los gitanos corrieron idéntica suerte. Sólo hubo
derechos para aquellos que sirvieran al régimen nazi.
Y las preguntas continúan sin respuesta: ¿Dónde nació esa
conducta salvaje? ¿Cuántos se prestaron a ese macabro plan? Estoy
convencido de que lo acontecido no fue obra de un demente y la pregunta
"cómo fue posible" continúa latente para ser develada por las
futuras generaciones.
Ahora no es el tiempo de defenderse ni recriminarse, sino de
aceptar las equivocaciones, e intentar, si es posible, dar nuevamente las
cartas. A pesar de Haider.
* Vivió en el gueto de Lodz. Es sobreviviente de Auschwitz y
Dachau.
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