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PANORAMA POLITICO

Dos noticias, una mala y otra buena

Por Luis Bruschtein

"Hay dos noticias --anuncia el ministro de Economía, según un cuento popular--, una mala y otra buena." El hombre decide empezar por la mala: "Vamos a tener que comer bosta". Ante el disgusto generalizado, se apresura a continuar: "Lo bueno es que no alcanza para todos".

  Con el impuestazo y el proyecto de reforma laboral, el gobierno de Fernando de la Rúa parece empezar igual que el ministro del cuento. El período de gracia de los nuevos gobiernos suele ser una bendición o una desgracia, según el lugar de cada quien. Es el tiempo para las medidas más fuertes porque es cuando se tiene mayor apoyo y resulta evidente que el nuevo gobierno decidió empezar por las malas noticias.

  Se puede estar de acuerdo o no con el impuestazo, pero es clara la intención de aumentar la recaudación del Estado. Sin embargo, el objetivo de la reforma laboral no está igual de claro. El Gobierno afirma que es para ayudar a las Pyme y disminuir el desempleo. Pero las tres agrupaciones obreras --CGT, MTA y CTA-- se expresaron, con matices, en contra del proyecto oficial. Y CAME y Apyme, dos de las entidades que agrupan a pequeños y medianos empresarios, hicieron lo mismo. En cambio la UIA, que agrupa a las empresas más grandes, expresó su apoyo.

  La discusión ha creado situaciones difíciles entre los legisladores de las dos fuerzas políticas más importantes. Los frepasistas Alicia Castro, de origen gremial afín con el MTA, y el economista Enrique Martínez, aparecen como los más disconformes en el oficialismo, que a duras penas mantiene a raya a otros críticos de esta reforma en su seno.

  En el justicialismo, el diputado Oscar Lamberto amenazó con separarse del bloque ante la ofensiva de sus compañeros de bancada de origen gremial. Carlos Ruckauf y Carlos Reutemann aseguraron que apoyarán el proyecto enviado por el Ejecutivo y hasta Carlos Corach dio a entender que lo respaldaría en el Senado. Con ese cuadro de situación no sería difícil la aprobación con algunos cambios.

  Los tres puntos más polémicos del proyecto plantean aumentar a seis meses el período de prueba, abrir la discusión de los convenios por empresa, y terminar con la ultraactividad, es decir que cuando no hay acuerdo entre las partes de una paritaria se lleva el diferendo a un arbitraje y no como ahora, que automáticamente sigue en vigencia el convenio anterior.

  Para los trabajadores que han cambiado de trabajo o se han incorporado al mercado laboral en los últimos años, estos puntos no tienen significado. Para ellos, el período de prueba lo maneja el empleador y los convenios no son respetados. Los salarios han bajado, el trabajo en negro, los contratos basura, las indemnizaciones se negocian igual que las condiciones de salud y seguridad y hasta los francos y las vacaciones. La flexibilización laboral en los hechos se aplica desde hace varios años y fue un logro del gobierno de Carlos Menem.

  Sin embargo el FMI, los economistas más duros del neoliberalismo y los organismos que representan a las grandes empresas siguen insistiendo, casi como una cuestión estratégica, en plasmar a nivel legislativo lo que ya existe de hecho. El tema es que si todas estas medidas ya existen desde hace varios años, su mera institucionalización no tendrá ningún efecto nuevo o distinto sobre la producción y el empleo.

  El MTA y la CTA plantearon que la precarización del trabajo no creó más empleos, lo cual se ha demostrado en estos años. CAME y Apyme dijeron que para ellos las medidas que impulsa esta ley no son tan urgentes y que en cambio necesitan políticas activas de respaldo a la producción con créditos baratos, apoyo fiscal y otras de ese tipo. CAME sugirió incluso que la negociación de convenios por empresa podía favorecer a las más grandes, que aplicarían su poder para lograr ventajas competitivas con relación a las pequeñas y medianas.

  En realidad, la causa principal de la precarización ha sido el desempleo. El trabajador aceptó empleo en estas condiciones porque no tenía opción. Así, en todos estos años se ejecutó una paritaria en los hechos donde la relación de fuerzas era totalmente desfavorable para los trabajadores y fueron perdiendo sus conquistas. Como la condición para sostener esta situación es que se mantenga el desempleo, el temor de los que impulsan la "modernización de las relaciones laborales" sería que si el empleo crece, y las nuevas condiciones no están plasmadas en leyes y convenios, las cosas vuelvan cambiar.

  La idea de "modernización", ciertamente más emparentada con la de "actualización", es que los trabajadores deben aceptar que en estos diez años de neoliberalismo perdieron reivindicaciones que costó tiempo, sangre, sudor y lágrimas conseguir, que no tienen fuerza para defenderlas y que cualquier futura negociación no puede tener como base a los viejos convenios, fruto de una relación de fuerzas distinta, sino a la realidad actual.

  Así y todo, casi la mitad de los gremios, incluyendo algunos de los más grandes, ya han rediscutido sus convenios, en tanto que otros, como la UOM, mantienen el que lograron en los años '70. Lo cual hace todavía más difícil entender el carácter casi estratégico que se le ha dado a este proyecto. Entre los economistas del Gobierno se aseguró también que el objetivo es blanquear el trabajo en negro y facilitar la estabilidad laboral a través de estímulos al empleador. Pero las medidas que apuntan a estos objetivos se podrían haber planteado sin las otras que tienden a precarizar el empleo.

  Para la CGT, el centro de la discusión es el debilitamiento de la organización sindical. Los legisladores de ese sector se sensibilizaron con el punto que abre la negociación por empresa, sin representación del gremio. En la contrapropuesta de la CTA, que rechazó el proyecto oficial, se acepta la negociación por empresa, pero se aclara que prevalecería el acuerdo mejor. Si el que se consigue en la empresa es peor que el que discutió el sindicato, vale el del sindicato y al revés. Los legisladores justicialistas elaboran una contrapropuesta donde el sindicato tendría representantes en la negociación por empresa. En este proyecto quedaría sin efecto la ultraactividad pero se daría un plazo de dos años a la negociación de la paritaria y de otros dos años para el arbitraje.

  De todas maneras el centro de la discusión sigue siendo el empleo, cuando el problema de fondo es el desempleo. Y aun así habría que discutir el significado de "modernizar las relaciones laborales". De lo que se trata es de saber si es más moderno el capitalismo salvaje con sindicatos débiles y corruptos, donde todas las garantías son para el empleador y el trabajador queda a la intemperie. O un país con sindicatos representativos de los intereses de los trabajadores y con relaciones laborales humanas. Es la ley del mercado o la ley de los hombres, si es que eso existe para este modelo.

 

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