La herencia militar Por Eduardo Galeano |
El presidente del Uruguay, Julio María
Sanguinetti, tiene quien le escriba. Mientras concluye su segundo período
presidencial, le siguen lloviendo cartas desde el mundo entero. ¿Dónde
está --le preguntan-- el nieto o nieta del poeta argentino Juan Gelman?
Ese
bebé había sido secuestrado por los militares en los años setenta,
cuando las dictaduras sudamericanas borraron las fronteras y pusieron en
práctica el mercado común del horror. Hubo uruguayos desaparecidos en el
Uruguay y también en la Argentina, Chile y Paraguay; y hay pruebas de que
la nuera argentina de Gelman, apresada en Buenos Aires, desapareció en
Montevideo, después de dar nacimiento a un niño o niña que se perdió,
como ella, en la neblina de la guerra sucia.
A fines del año pasado, la prensa uruguaya informó que el
presidente Sanguinetti había dado, por fin, una respuesta práctica a
tanta demanda universal, y había encomendado la investigación del caso a
la justicia militar. Pero no se estaba anunciando un estreno: esta obra de
teatro ya había sido representada, años atrás. En 1987, durante su
presidencia anterior, Sanguinetti también había encargado a la justicia
militar la investigación sobre ciento cuarenta uruguayos desaparecidos.
Ahora, en sus respuestas públicas
al diluvio de la solidaridad internacional, el presidente dice y repite
que averiguar lo que pasó "sería un milagro". Y no le falta
razón. ¿Cómo se va a resolver un crimen, si lo investigan quienes lo
cometieron? Semejante milagro no ha ocurrido jamás, ni en la historia de
la criminología, ni en la historia de la literatura policial.
La dictadura militar
uruguaya se había especializado en el arte de la tortura. Sus verdugos no
sólo copiaron algunos métodos de mortificación que venían de la Santa
Inquisición, sino que además supieron aplicar la tecnología moderna. El
Uruguay llegó a ser, en esos años setenta, el país con la mayor
cantidad de torturados en proporción a la población, el campeón mundial
de la tortura: serás atormentado hasta que traiciones o mueras, serás
culpable aunque no sepas por qué. Como un reconocimiento a esta
especialidad nacional, el presidente civil puso en manos de un torturador
militar, en 1987, la investigación sobre los desaparecidos, los muertos
sin cadáveres: el coronel José Sambucetti tuvo a su cargo la tarea, el
milagro no ocurrió, nada se supo.
El periodista Samuel Blixen
reveló por entonces, en el semanario Brecha, que Sambucetti había
dirigido personalmente numerosas sesiones de torturas diarias en el Batallón
de Infantería Nº 2. Una de sus víctimas, Sonia Mosquera, contó que
este experto en la flagelación de mujeres atadas había ordenado, a cara
descubierta:
--A ésta no se le cayó ni
una lágrima. Que vuelva a la máquina.
Años después, el
presidente Sanguinetti acaba de anticipar públicamente la caída del telón
en el reestreno de esta obra titulada
"Investígate a ti mismo", que ha vuelto a escena
representada por el elenco de uniforme:
--No ha desaparecido ningún niño en territorio uruguayo-- aseguró el
presidente, sin tomarse el trabajo de explicar de dónde ha sacado esa
certeza.
Mientras tanto, el teniente
general Fernán Amado, que ofreció hace tres meses un almuerzo de
desagravio a los oficiales violadores de los derechos humanos, se está
jubilando de su empleo de comandante en jefe del ejército. Y al irse,
pronuncia la frase que concluye el último acto de la representación.
Hablando de los desaparecidos, dice el actor:
--El ejército no dispone de
ninguna información sobre el tema.
La omertá, ley del
silencio, no sólo rige para la mafia siciliana.
En los años ochenta, con la
resurrección de la democracia en América del Sur, llegaron las leyes de
impunidad, para que también desapareciera la memoria de los
desaparecidos. Pero ocurre que la desaparición de personas y el secuestro
de niños son delitos continuados, para la jurisprudencia internacional y
para la conciencia humana de los humanos que todavía tienen conciencia:
no hay ley que pueda obligar al silencio de los crímenes que se siguen
cometiendo, cada día, mientras los desaparecidos no aparezcan, ni se
devuelvan los niños usurpados.
En el Uruguay, el presidente
Sanguinetti lleva ya muchos años trabajando para que esto siga así. Y
lleva ya muchos años demostrando que no se había equivocado Georges
Clemenceau, el político francés, cuando advirtió, hace más de un
siglo:
--La justicia militar se
parece a la justicia, tanto como la música militar se parece a la música.
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