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--Empecemos con la
infancia, no hay pintor que no pintara de niño.
--Sí, eso es verdad. Mi infancia... Yo siempre digo que no tengo
recuerdos de infancia sino vivencias. En mi memoria permanece imborrable
el terror que sentí el día que entré a la escuela por primera vez. --¿Por qué terror?
--No lo sé... verdadero terror. Pero es natural, ¿no? --¿Qué juegos prefería
a esa edad?
--Me gustaba jugar con mujeres, por lo cual de pronto me decían
"mariquita". Pero a mí me gustaba mucho hacer de papá y en
cambio no me interesaba correr detrás de una pelota. --¿Qué hacía su padre?
--Mi padre estaba muy metido en la vida cultural de Buenos Aires.
En mi casa se hablaba de todo, no sólo literatura y pintura. La guerra
civil española, Hitler, la guerra mundial. Tengo claro en mi memoria un día
en que llegué del colegio -�tendría unos 7 años-- y vi a mi madre
pegada a una de aquellas viejas radios, llorando. Los alemanes habían
invadido París. Quedé muy desconcertado. ¿Mi madre llorando? Nunca había
visto llorar a mi madre. --¿Y vivencias de
sucesos de la vida argentina?
--Sí, recuerdo a mi padre de pie en el balcón mirando pasar una
manifestación peronista y diciendo "Pero estos no son obreros, son
descamisados". Fue cómico, pero yo creí que esa palabra la había
inventado él. Recuerdo la impresión de ver estudiantes heridos -�uno
muerto-- a la puerta de mi casa. --¿Cómo vivían el
peronismo en su casa?
--En mi casa el antiperonismo era total. Y yo así lo asumía. Pero
al mismo tiempo tenía una gran curiosidad por aquella gente que
manifestaba por las calles con sus bombos (dice y se distrae). ¿Qué era
que decía? Ah, sí, creo que por eso, para mí la música argentina no es
el tango ni el folklore sino lo que se toca con bombo. Recuerdo una
manifestación que hicieron cuando Perón rompió con la Iglesia. Llevaban
muñecos representando curas ahorcados. ¡Otra que un happening! Por eso,
cuando me preguntan cuál es el pintor que más influyó en mí digo
"Perón". --Sentía que el mundo se
volvía un caos dijo alguna vez.
--Tenía la visión de un mundo en ruptura, un mundo caótico.
Cuando mi padre decía "estos son descamisados" yo intuía que
algo en él se había roto. --Usted tiene una
verdadera obsesión por el caos. En su primer libro Antiestética le dedica largas páginas.
--No se trata de que mi obsesión por el caos me conduzca a verlo
aquí y allá, sino al revés. Piense que yo viví el caos. Eso hay que
entenderlo. Los argentinos de mi generación vivieron el caos. --¿Para usted Perón
encarnó el caos?
--No sólo Perón. También ese antiperonismo gorila que se instaló
en el país en esos años. Porque los gorilas hablaban de democracia pero
eran incapaces de abrirse a posiciones realmente democráticas. Lo real es
que mi generación fue testigo no sólo de las violencias y atropellos de
Perón, sino de aquellos de la Libertadora. Los fusilamientos de la
Libertadora son un ejemplo. --Caos, para usted tiene
un muy especial significado.
--Caos para mí no es desorden sino un orden latente, un orden
formulándose, algo que como el agua de un caldero está en permanente
ebullición. --Buscó entonces
expresarlo en su pintura, no ordenarlo.
--Tratar de poner orden en el caos me parece un gran disparate.
Equivale a tapar una olla grande con una tapa chica. Esta cae. En el caos
hay un orden latente que hay que entender y se nos escapa. El caos no es
desorden sino el momento de la búsqueda de otro orden. --¿Qué importancia
tiene para usted la estructura en un cuadro?
--Mucha. En toda mi obra ha habido siempre una seria preocupación
estructural. No quiero ser dominado por el caos, quiero asumirlo. --¿Qué significa
"asumir el caos"?
--No significa poner orden en él, sino entender las nuevas
estructuras que se están generando.
Luis Felipe Noé habla rápido, tan rápido que las palabras se enciman
produciendo una especie de tartamudeo. Se acompaña con las manos que
suben hasta la cabeza, toca la cara, el pelo escaso, las orejas, y bajan
para volver a subir de inmediato. Muy metido en sí mismo mientras habla,
al periodista le cuesta encontrar la brecha por donde introducir su
pregunta, que, además pocas veces escucha.
--¿Hubo algún momento en que haya pensado "seré pintor,
ésta es mi tarea", o como ha dicho Bergman, "Esta es la tarea
para la que fui ordenado"?
--Siempre lo sentí. Pero tenía temor de fracasar. Era buen
dibujante, pero yo quería ser pintor. Era tanto lo que me fascinaba la
pintura que así como los chicos a los 10, 11 años reconocían marcas de
autos yo, en las exposiciones, reconocía pintores, lo cual deslumbraba a
mi padre. --¿Cuándo expuso por
primera vez?
--Tenía una tremenda autocrítica y me costó decidirme. Recién
en el '59 tenía 26 años. Lo
importante es que esa exposición me abrió a amistades fundamentales:
Alberto Grecco con el que hicimos una larga amistad, Rómulo Macció,
Jorge de la Vega, con quienes luego expuse. En ese mismo momento se
produce un hecho que también juega un papel. Mi padre había terminado de
liquidar una fábrica de sombreros que tenía mi abuelo. --Claro, ya nadie usaba
sombrero.
--Nadie. Quedaba ahí ese viejo local de la época de la revolución
industrial con mi tía y su familia viviendo en el piso alto. Mi padre
entonces me dice "Si querés andá a pintar ahí". Voy, y días
más tarde, Grecco, que era ciruja de alma y vivía donde caía, se vino
para ahí. Poco después Macció me dice "Querría pintar un cuadro
enorme pero en mi taller no cabe". Le digo "Venite". --Ahí se metió.
--Claro. Tack, se metió. De la Vega venía y también a veces
pintaba. Allí con Macció empezamos a hablar del Informalismo español,
del francés, de la Action Painting. Empezamos a pensar en un movimiento
donde se superaran los términos figuración y abstracción. Donde fuera
posible denunciar una cantidad de prejuicios. --En esos tiempos se habló
de "Nueva Figuración". Ustedes eran los nuevos figurativos.
--A mí no me gustaba ese nombre. Para mí Nueva Figuración era
Picasso. Me gustaba "Figuración abstracta" lo cual era una
paradoja. Pero lo que hacíamos era en verdad la conjugación de dos cosas
contradictorias. La cosa es que cuando yo termino mi exposición
individual de la Serie Federal, le digo a Jorge de la Vega, "No sé
qué pensar, estoy en una posición de ruptura, pero vendí todo lo que
hice y me tratan como a un niño mimado. Eso quiere decir que lo que estoy
haciendo no implica ruptura. Estoy equivocado". --Su conclusión fue muy
sutil y nada complaciente. ¿Qué era lo que hacía en esos comienzos?
--Trabajaba con la mancha, se creaba un clima de unidad. Romántico,
atmosférico, que terminaba siendo un chocolate -�dice riendo a
carcajadas--. Lo que aparecía era sobre todo el buen gusto. --¿El buen gusto es
peligroso?
--Claro... Cuando volvemos de Europa, Jorge y yo por un lado, Macció
y Deira por otro, vemos que, entre otros cambios, se había producido en
nosotros un común rechazo a la solemnidad en la pintura. --Cuando exponen juntos
los cuatro por primera vez hablan de "otra figuración". A
partir de esa exposición hacen juntos otras.
--Sí, pero no sólo porque coincidíamos en muchos presupuestos teóricos,
sino, porque de exponer solos nos habríamos arriesgado a que nos comieran
los leones. --En 1963 usted gana el
Premio Internacional del Instituto Di Tella y se va a Nueva York.
--Sí, yo elegí Nueva York y le cuento por qué. Cuando nosotros
llegamos a París en el '61, veníamos de decir "Oh París, París,
París". Y cuando llegamos a París nos encontramos con la multitud
de la gente vinculada al arte diciendo "Oh New York, New York, New
York". "Ay, dije yo, me tomé el tranvía equivocado". Así
que, cuando volví, la ilusión era New York. Me fui. Y me fascinó.
Estaba en el nacimiento del pop-art sobre el que aún no había un solo
libro. Era la época de los hippies, el momento en que el rock empezaba a
asomar la cabeza. Era plena guerra del Vietnam. Y además, aquella ciudad
era tan loca. Recuerdo la delirante celebración de la Pascua en la Quinta
Avenida, con la gente metida en ropas disparatadas. Fue llegar a Nueva
York y quedar fascinado por la imaginación y la desmesura. --¿Habría, en esta
fascinación un cansancio por el buen gusto y la moderación?
--Sí, claro, justamente, luego en Buenos Aires, donde a todo le
tienen miedo, donde todo se resuelve en "colorcitos" y
"tonitos", donde el concepto regidor era el de "la justa
medida"... aquella desproporción insolente me cautivó. Yo quería,
quería... --¿Qué quería?
--Yo quería romperlo todo -�dice finalmente--, con el aire feliz
de haber encontrado la palabra justa. Había llegado en el momento en que
se estaba generando una nueva actitud. Lo que más me llamaba la atención
era cómo una sociedad lograba ver de afuera su vida cotidiana. Era la
asunción del desparpajo. --De todo eso le hablaba el pop-art.
--Sí, Nueva York me deslumbró. Pero la historia no termina ahí.
Después pasó 3 años más porque gané la Guggemheim y más tarde 11 años
en París. Habían pasado 12 años cuando decidí volver a Nueva York. --Doce años es mucho
tiempo, ¿gobernaba Reagan? --Eso
es. Encontré que Nueva York ya no era aquel centro de creatividad que yo
recordaba. --¿Qué era? --No
sé. Había una prepotencia que me chocó tremendamente. --Prepotencia... ¿en el
arte? --En
todo. Me pasó como cuando se ha estado enamorado de una mujer, pasan
muchos años, uno la vuelve a ver y se dice "Sí, es cierto, es la
misma, pero ¿cómo puedo haber estado tan loco por ella, tan enamorado? --El clima efervescente de
los '60 creo que ya empezó a diluirse en los '70. --En
los '70 se pudrió todo. Y en los '80 encontramos a un pueblo que, feliz
consigo mismo ya no cuestiona nada. --¿Mientras tanto en qué
andaban sus búsquedas? --Tengo
que volver atrás, al año '66, al momento en que me fui. --¿Cómo que se fue? ¿Adónde
se fue?
Noé comienza a reír primero suavemente, con breves sonrisas que
se van confirmando y transformando en risa decidida. Riendo se pone de pie
y durante un rato camina en torno a la mesa. Una mesa grande, la clásica
de principios de siglo en los comedores de las casas del Río de la Plata.
Finalmente dice: "me fui tan lejos en aquel momento". --¿Persiguiendo el caos? --Sí,
persiguiendo... tan lejos que después de una exposición que hice en
Nueva York en 1988 me fui de la pintura. --¿Sí? ¿La abandonó? --Ella
me abandonó a mí. Como en el tango, la pintura me abandonó cuando más
la quería. No pinté durante nueve años. --¿Cómo volvió a la
pintura? --Estaba
enseñando. Y de pronto una chica me preguntó -�lo recuerdo bien- ¿Cómo
se pinta un paisaje? Y yo me quedé pensando. --¿Pensando en qué? --En
que yo nunca había pintado un paisaje. Había estado tan metido en el
caos urbano que el paisaje no entraba en mis cálculos. Entonces empecé a
repensar eso, a reformular el plano, los elementos fundamentales de la
pintura, las tensiones internas que se elaboran en un cuadro. Y sobre todo
empecé a considerar que no era necesario salirme del plano. --No era necesario exceder
al marco, pasar al techo, a las paredes y al piso. --Claro,
no era necesario. Todo podía ser planteado dentro del plano mismo. --Y así fue volviendo a
la pintura. --Sí,
terapia mediante. Porque en ese momento sufrí una crisis. Parecía
terapia de chicos. Porque al tiempo que hablaba con el terapeuta, dibujaba
-�dice y queda en silencio--. --¿En qué quedó
pensando? --En
que así comenzó el regreso. --Qué felicidad ¿no? --Sí.
Como había alquilado una casa en El Tigre empecé a tener una relación
bastante nueva con el paisaje. Y como al mismo tiempo yo conmigo mismo había
empezado a elaborar una serie de mitos, --todo esto, paisaje,
mitos-- dio lugar a la serie que llamé "La naturaleza y los
mitos". --¿Cuáles eran los
mitos? --Los
mitos yo los creaba con personajes estrambóticos que iba inventando
mientras hablaba en mi terapia. --Descríbame alguno de
esos personajes. --Hay
uno, un hombre formal con traje y corbata, con la cabeza metida en el sexo
de una mujer. Ella tiene los brazos levantados y grita ¡Ahhh!. --Con esta serie volvió a
la pintura. --Sí,
con ella y con otra más comprometida políticamente -�sobre la
conquista de América-- vuelvo. Hasta que una tarde, estaba escribiendo un
prólogo para el catálogo de esta exposición que se llamaba "Por qué
pinté lo que pinté, no pinté lo que no pinté y pinto lo que
pinto", cuando me tocan timbre. Bajo la escalera, abro la puerta y me
enfrento a 7 monos con metralleta, vestidos de civil, apuntándome a la
panza. --¿Era la época de
Isabel y López Rega? ¿Año '75? --Sí,
estaban ellos dos y las Tres A. --¿Qué querían? --Buscaban
armas. --¿Y por qué usted?
--En
los años '73 y '74 había dado Historia del arte en la Universidad. --La cultura es
sospechosa. --Cuando
en el '76 dieron el golpe y Conti desapareció, mi mujer dijo que mejor me
fuera. Más tarde veríamos qué hacer. Me fui a París y encontré que
ellos también estaban trabajando en torno a los mitos, aunque con cierta
inclinación hacia lo simbólico. En ese momento yo estaba viviendo la
segunda etapa de mi vuelta a la pintura. Etapa en que se venía perfilando
mi nostalgia de la naturaleza. Soñaba con los grandes paisajes y he aquí
que el poeta Thiago de Melo, me invita a visitar la selva amazónica.
Vamos entonces al pueblo donde él había nacido, perdido en el Amazonas
medio, llamado Barreirinha. Ahí me quedo un tiempo que alcanzó para que
el paisaje amazónico me impresione muchísimo. --Es a partir de allí que
empieza la etapa de los paisajes amazónicos. --Sí,
en esta etapa estoy dos o tres años hasta que empiezo a sentir nostalgia
de aquellos cuadros que hacía, pintados del derecho y del revés, con la
tela caída. Una tela con su gran capacidad plástica. --¿Es en esa época
-�1983-- que empieza a pensar en volver? --Lentamente
replanteo mi vuelta. En 1986 volvemos mi mujer y yo. No los hijos que en
ese momento tenían él 23, ella 27 y ya no querían volver. Hoy él es
cineasta y ella pinta y escribe. --A una de sus últimas
serie de trabajo usted la llamó con un título curioso
Errores, omisiones y desprolijidades. ¿No hay allí un nuevo
acercamiento al caos de sus comienzos? --Sí,
claro, allí estoy volviendo. --A su vieja obsesión. --Hace
dos años presenté una serie en que el caos está otra vez muy presente.
Vuelvo a él aunque de otra manera. --Con un sentido muy político. --Por
supuesto. --Hubo, entonces, un cambio interno importante. --No...
lo que pasa es que los años
que pasé en Francia me llevaron a una gran nostalgia por nuestro paisaje
y me metí en eso. Volví y nuevamente me zambullí en el caos de los
hombres -�dice tirando su movediza cabeza hacia atrás, al tiempo que
lanza una sonora carcajada--. --¿Cuál es según usted la función del artista en el mundo, si es
que tiene una función? --El
artista es un instrumento de la historia. Eso lo aprendí viendo pintura
en Europa y lo mantengo hoy. El arte es el fruto de un hombre histórico.
En 1995 dije en el catálogo de una de sus exposiciones: "Me siento
como un primitivo frente a un mundo que me excede, pero, en este caso, el
"exceso de objeto", no es natural sino cultural, me siento como
un imaginero de fetiches en medio de una cultura que se derrumba y otra
que aún no se ha enunciado como tal, como un espejo que tiene en frente
el fantasma de un muerto y la latencia futura de un nonato. Y me siento así
porque me siento artista en América Latina en la segunda mitad del siglo
XX."
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