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Fito era local en Rosario y eso
se percibía desde varias horas antes del comienzo del recital. Al mediodía
ya había gente esperando para entrar al Hipódromo, mientras el músico y
su esposa, la actriz Cecilia Roth, estaban instalados en las afueras de la
ciudad, en casa de familiares. De hecho, Páez sólo fue a cambiarse de
ropa a su habitación de hotel. Algunos
de los burreros que rondaban el Hipódromo sin entender muy bien por qué
se agrupaba tanta gente podrían explicar así el desarrollo del show de Páez:
largó con toda la furia, enseguida aquietó el paso por un rato y, desde
la mitad de la pista hasta el disco, galopó hasta quedar sin aliento. Y
con esa estrategia ganó por varios cuerpos.
Con el cantante ataviado con
traje y camisa de rojo furioso y toda su banda de blanco inmaculado
(excepción hecha de la bella corista Ana Alvarez de Toledo, con un
vestido que levantaba la temperatura ambiente), el comienzo era obvio:
"Cerca, Rosario siempre estuvo cerca", cantó Páez. La canción
se llama "Tema de Piluso" y está dedicada a otro rosarino
famoso, Alberto Olmedo, aunque también puede interpretarse como metáfora
de todos aquellos que se van de su lugar de origen siguiendo sus sueños.
Aunque --como Olmedo, como Páez-- nunca se van del todo. La respuesta fue
notable: a pesar de que el Hipódromo está frente a la cancha de
Newell's, salieron a relucir las camisetas y los trapos de Central, el
club de los amores de Fito. Hubo un solo estreno de la noche: "Hay
algo en el mundo". Para que la gente pudiera corearlo, la letra se
exhibía --como en los karaokes-- en las dos pantallas gigantes ubicadas a
los costados del escenario.
En "Es solo una cuestión
de actitud" subió a escena Coki De Bernardi, líder de Coki &
The Killer Burritos (uno de los teloneros; el otro fue Fabián Gallardo,
antiguo guitarrista de Páez), quien aportó cierta sensación de
descontrol y robó escena vestido sólo con un calzoncillo que mostraba
una muñeca Barbie en su parte delantera. Se levantó un poco el ánimo
del público, porque entre el agobiante calor de la noche y las canciones
de pulso bajo que Páez había elegido para el comienzo, todo estaba
demasiado tranquilo. Con "La casa desaparecida", una suerte de
larga editorial de los días del menemismo, la gente volvió a aplacarse:
al principio se prendieron muchos encendedores, pero antes de la mitad del
tema ya se habían quedado sin gas.
De ahí en adelante, el show no
hizo más que crecer en intensidad. Las familias ubicadas a los costados
del campo, que se habían sentado en sus sillas playeras o sus lonas,
volvieron a pararse cuando Páez recuperó la fábula de "11 y
6", se emocionó con "Tumbas de la gloria" y saltó tanto
como el propio artista con la versión de "Cerca de la revolución",
de Charly García. Fito tomó aire, se sentó al piano y, tras una
introducción blusera, hizo que todos corearan "Dale alegría a mi
corazón" y "Cable a tierra" mezcladas. Siguieron las
emociones fuertes con "El amor después del amor",
"Polaroid de locura ordinaria", una potente "Ciudad de
pobres corazones" y "Circo beat" (con la vocalista Claudia
Puyó como invitada). Y los bises continuaron la celebración, con "Mariposa tecknicolor" y --especialmente-- "A rodar mi vida". Para el momento en que Páez quedó vestido sólo con sus pantalones, mientras revoleaba su camisa como si estuviera en la popular de Central, la polvareda que levantaban los saltos de la gente hacía que fuera difícil respirar. Entre fuegos artificiales que iluminaban el cielo, Páez se despidió con "Buena estrella", esa canción de Abre que dice que "los tiempos están cambiando". Puede que sea cierto, pero eso no parece hacer mella en el amor entre Fito y su Rosario.
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