Si
Joerg Haider es un "neonazi" por oponerse a la inmigración
masiva y por haber dicho que la política de empleo de Adolf Hitler
tuvo sus méritos y que los veteranos longevos de la SS son buenos
muchachos, ¿cuáles serían los epítetos que cabrían para calificar
a los políticos que recomiendan "meterles bala" a presuntos
delincuentes, nombran como ministro de Seguridad al cabecilla de una
asonada militar, braman por la pena capital e indultan sin razón
evidente a los responsables de más de diez mil asesinatos? Y si lo
que estamos viendo en Austria es el resurgimiento del nazismo deberíamos
sentirnos muy aliviados, porque es bastante tenue la relación del
partido de Haider, un populista verborrágico cuyas ideas cambiantes
suelen reflejar el consenso de los clubes de golf más cercanos que en
estas latitudes ni siquiera llamaría la atención, con el original
encabezado por el demoníaco Führer que pronto dispondría del mejor
ejército del planeta. De ser otras las circunstancias, el hombre
plantearía un peligro auténtico --también lo harían muchísimos
otros--, pero ocurre que no lo son.
¿Por qué, entonces, ha
desatado tanta histeria la inclusión de haideristas en el nuevo
gobierno austríaco? En parte, porque si hay algo en que todos pueden
coincidir, esto es que los nazis son tan asquerosos como aterradores,
y Haider ha brindado a una multitud de líderes europeos, muchos de
los cuales no vacilan en tratar a dictadores sanguinarios como amigos
íntimos, una oportunidad acaso irrepetible para informarnos de que en
el fondo son buenos demócratas que nunca transarían con el mal.
Hay otro motivo: el temor a lo que puede estar durmiendo en el
subconsciente de los por ahora pacíficos pueblos del Primer Mundo. No
es que Haider y sus amigos sean demasiado temibles, es que los
occidentales, entre ellos los argentinos, sospechan que la
tranquilidad apolítica que caracteriza a las sociedades modernas no
podrá durar mucho, que tarde o temprano la Historia se despertará
con un grito de furia y millones se pondrán en marcha en busca de una
"alternativa" radicalmente distinta de un statu quo devenido
exasperante. ¿Dónde se esconde la amenaza? No la encontrarán en el
fundamentalismo islámico, en una rebelión de los excluidos o de los
inmigrantes, para nombrar a los cucos más citados, y sus líderes no
se asemejarán a Haider, aunque la aparición de éste suministró a
muchos políticos un buen pretexto para exteriorizar su miedo. Si
viene --y esperemos que no asome jamás--, saldrá de aquella parte de
la mente humana en que se gestan inmensas aventuras políticas o
religiosas que, a pesar de causar sufrimientos sin límites, pueden
llegar a fascinar a pueblos enteros. |